Nadie culpa al Gobierno Asturiano como responsable directo de los graves incendios de nuestra región, pero sí es el responsable de que haya tanto combustible en el monte. Nadie verá al Presidente Barbón tirando una cerilla desde la ventanilla de su coche oficial, pero sí tiene una responsabilidad directa en la magnitud de los incendios que otros provocan.

Asturias es, a principios de abril, la región más afectada de toda España por los incendios. Se han quemado más de 22.000 hectáreas de nuestra querida tierra, más negra de nunca. No sería descabellado pensar que a final de año hayan ardido más de 32.000 hectáreas en nuestra región.

Las zonas forestales ocupan en Asturias más de 760.000 hectáreas, es decir el 72,2% de la superficie del Principado es monte. De estas, 450.000 hectáreas son arboladas, pero  de éstas el 60% son árboles pequeños y las formaciones de matorral superan las 220.000 hectáreas.

Analizando la evolución de las hectáreas quemadas en nuestra región se observa un comportamiento dispar, así el año con menor número de hectáreas quemadas (2016) es seguido por el año con mayor extensión quemada (2017), que todo apunta será superado por la superficie que arderá en 2023. De toda esta superficie sólo una pequeña parte es arbolada, de forma que las llamas se ceban en el pasto, el matorral y arbolado menor.

Lo más relevante es la tendencia siempre al alza. Años con poca superficie quemada son seguidos por años de récord de incendios. Si fue esperanzador el período 2017 a 2022, comprobamos este año 2023, que la tendencia se mantiene. Esta tendencia nos muestra que si no se cambia la gestión del monte con el tiempo iremos a más y más superficie quemada.

Ello es debido a que las medidas que adopta el Gobierno, unas bienintencionadas otras, no tanto, alimentan el combustible que hay a disposición de los incendios. El camino al infierno, nunca mejor dicho, está empedrado de buenas intenciones. Afortunadamente no hemos tenido que lamentar desgracias personales, pero si no se pone remedio a esta tendencia, se acabarán produciendo.

¿Qué cambios se requieren para revertir esta tendencia?

Casi la mitad de toda la superficie forestal está catalogada como monte de utilidad pública, es decir, bajo gestión de la administración. En no pocas ocasiones, esta gestión se obtiene tras una declaración muy cuestionable de abandono del monte, cuando nunca estuvo más abandonado que en manos del Principado de Asturias.

A pesar de las peticiones de los vecinos, el Principado de Asturias es reacio a devolver los montes y su explotación a las comunidades vecinales, como pedí hace casi 4 años en la Junta General del Principado de Asturias. En manos de estos vecinos los montes podrían ser aprovechados en beneficio de las comunidades rurales, como sucede en Galicia, por poner un ejemplo, y el monte no se consumiría bajo llamas que no calientan hogar alguno y arruinan muchos.

El monte y su biomasa pasarían a calentar hogares de toda España y ayudaría a nuestros agricultores y ganaderos a tener una ingreso adicional. Se podría desarrollar una industria forestal que genera miles de empleos, como sucede en el País Vasco, y que el Gobierno asturiano parece no querer para Asturias.

El monte en Asturias requiere de menos paternalismo gubernamental y de mayor participación de las comunidades vecinales, mayor iniciativa privada. Es prácticamente imposible sacar una rama del monte con la actual normativa, y eso ayuda a agravar la magnitud de los incendios. Cuanto más monte pasa a gestión de la administración, más hectáreas arden.

La sobreprotección del lobo y la imposibilidad de desarrollar actividades agro-ganaderas en espacios protegidos, genera una matorralización que alimenta los grandes incendios de Asturias. En los Picos de Europa ya no quedan prácticamente rebaños.

Es fundamental mantener la cabaña ganadera menor, hoy en vías de extinción, pues los ganaderos se niegan a que su trabajo acabe en las fauces de lobos y osos en lugar de producir alimento para personas o ayudar en la producción de quesos.

Una mayor intervención en prevención. Todo se invierte en extinción, cuando los incendios se evitan en el invierno, pero luce más sacarse fotos con la chaqueta de bombero ante un monte humeante o subirse a un helicóptero de extinción. La prevención de los incendios da pocas fotos, pero reduce la superficie quemada. Renunciemos a las fotos y apostemos por la prevención, prácticamente inexistente en Asturias.

Y persigamos firmemente a los responsables directos del fuego, y a los indirectos. Revisemos los despliegues de la eólica en occidente y cualquier actividad que pueda verse beneficiada por la quema intencionada de nuestros montes. Con pruebas, sino las hay, no lancemos sospechas sobre sectores que pueden ser muy positivos para el futuro de nuestra región.

Finalmente, pidámosle al Gobierno que actúe, los incendios en Asturias no serían tan devastadores si no hubiera tanto para arder en el monte.