Hace unos días se celebró la sexagésimo séptima gala de entrega de los premios Grammy. Sin entrar a valorar a los premiados, sí me gustaría destacar una versión del mítico “California Dreamin’” interpretada por Lady Gaga y Bruno Mars que –en mi opinión- deja en evidencia la deriva musical actual que se aleja poco a poco y cada vez más de los originales del siglo pasado.


En los últimos años este tipo de galas, bien sea en EEUU o en nuestra querida España, suelen servir como escaparate para “artistas” o invitados que, antes que por su arte –música, cine, etc…- desean destacar por su imagen o indumentaria cada vez más atrevida. En la gala de los Grammy tuvimos la oportunidad de contemplar cómo una señora de nombre Bianca Censori (parece ser que es arquitecta, aunque se le conoce por ser la esposa del rapero Kanye West) llevaba al extremo el desafío en cuanto al gusto en la vestimenta y se quedó en pelota para admiración de algunos y sorpresa de todos.

La señora está espléndida, pero no creo que esta escena, con ella desnuda posando al lado de él cual si fuera un trofeo, sea la mejor manera de reivindicar nada, ni la igualdad ni siquiera la dignidad de la mujer. Puedo entender que el amor una en matrimonio a una arquitecta australiana con un rapero estadounidense (siempre que él se limite a cantar fuera de casa), pero no puedo entender que una señora arquitecta australiana no tenga amor propio suficiente como para no posar desnuda al lado de su marido para medios y cámaras de todo el mundo.

A veces suelo decir que muchas sociedades no estamos preparadas para vivir en democracia, porque una democracia es más que votar, es más que tener libertad para expresar libremente nuestra opinión… una democracia pasa por estar sometidos a unas leyes y a unos códigos que deben ser aceptados y acatados por todos.


En EEUU, como en otros países, hay unos códigos de vestimenta para cada situación: “casual”, “business casual”, “business professional”, “semi-formal/cocktail” y “black tie”; en estos dos últimos casos –quizá los aplicables a las galas- la recomendación para las mujeres pasa por la elegancia en los vestidos, hasta la rodilla o un poco más cortos en el caso de los “cocktail” y largos en el caso de los “black tie”.


La deriva de las sociedades occidentales hace que con frecuencia nuestros referentes populares (artistas, deportistas, etc…) adopten conductas y modelos disruptivos sólo para llamar la atención, que acaban creando tendencia entre nuestras nuevas generaciones avalados por una supuesta libertad. Igual que para entrar en una obra o en un taller debemos pertrecharnos con casco, gafas, botas de seguridad, etc… deberíamos tener a alguien que nos dijera que, para entrar en un aula universitaria, en una oficina, ir al médico, a cualquier institución… debemos ir correctamente aseados y vestidos, dejando las chanclas, los
pantalones cortos, las gorras, los tops o las licras para otras ocasiones (si no queda otro remedio).


Al ver de soslayo estas imágenes de la gala de los Grammy no pude evitar recordar otros actos protocolarios en los que alguien impone un código de vestimenta con el que necesariamente tienes que cumplir si quieres asistir al acto y evitar el bochorno de que alguien te impida el acceso, como el reciente acto de investidura de Trump, u otros actos organizados por administraciones anteriores (por no abandonar los EE.UU.).


En 2012 el gobierno de EE.UU. presidido por Obama concedió el Kennedy Center Honor –entre otros artistas- a los miembros de Led Zeppelin por su contribución a las artes escénicas de la cultura estadounidense. En esa ceremonia, como podrán comprobar más adelante, todos los asistentes guardaban escrupulosamente un código de vestimenta… incluidos los otrora desenfadados rockeros Robert Plant, Jimmy Page y John Paul Jones, supervivientes de Led Zeppelin.


Entre todas las canciones interpretadas en aquella gala me parece que debemos pararnos en la sublime puesta en escena por parte del dúo Heart y de otros artistas del Stairway to Heaven, por varias razones:
En 1970 Jimmy Page se había propuesto componer algo realmente épico para el cuarto álbum del grupo, un tema largo en el que se introdujeran el órgano y la guitarra acústica, una canción que se fuera desarrollando (él dice “desenredando”) “por capas” a medida que avanza, empezando por un frágil arpegio en una guitarra de 6 cuerdas, una frágil voz, luego otra guitarra de 12 cuerdas, piano… para dar entrada a la batería, a otro ritmo, guitarra eléctrica… todo buscando un avance continuo en el ritmo y la intensidad.


Cuando lo tuvo todo más o menos ordenado en su cabeza se dio cuenta de la complejidad del tema y pidió ayuda al resto de la banda, porque la interpretación supondría una compenetración, una estructura y una disciplina de cada miembro muy precisa. Por si todo lo anterior fuera poco, después de poder desarrollarla en el estudio de grabación vendría el desafío de interpretarla en directo, algo para lo que se sirvieron de la guitarra de doble mástil que le permitía a Page pasar de las 6 a las 12 cuerdas: este instrumento se convirtió en un símbolo del grupo, aunque a algunos seguidores rockeros más puristas no les entusiasmara en aquel primer momento. Ni que decir tiene que el tema pronto se convirtió en un éxito con el que estaban casi obligados a cerrar sus conciertos para que sus incondicionales se quedaran
extasiados.


Volviendo a 2012, esta es la interpretación de esta gala, en la que –insisto- además de poder apreciar a todos los asistentes vestidos para la ocasión como manda el código, sin estridencias aparentes, disfrutaremos de una colosal interpretación que desarrolla el tema tal y como sus componentes lo habían creado (incorporando progresivamente incluso más instrumentos y voces) y en la que participa como batería el hijo de John Bonham con su característico bombín, el cuarto miembro de Led Zeppelin fallecido en 1980 y que supuso la retirada del grupo. El resultado es de tal calibre que no sólo deleita a los amantes de la música y de Led Zeppelin en particular, sino que es capaz de conmover y emocionar a los propios autores y homenajeados:

Como en otras ocasiones, comprobamos que el arte, cuando es auténtico, emociona por la pieza en sí misma, no necesita de una transgresión del autor en su código de conducta o vestimenta que sólo busca llamar la atención… una atención que –quizá- no logre con ninguna de sus creaciones.