
Pedro Sánchez ha decidido redoblar su apuesta. No contento con la polarización crónica del país, lanza ahora una cruzada gubernamental —en forma de campaña, ley y propaganda— para convencer a las nuevas generaciones de que el franquismo fue el único culpable de la Guerra Civil, el único bando cruel, el único verdugo de la historia reciente de España.
- -Como si las checas no hubieran existido.
- -Como si Paracuellos no hubiese pasado.
- -Como si los crímenes del bando republicano no estuvieran documentados hasta la saciedad por historiadores rigurosos (y no precisamente franquistas).
Pero la jugada, lejos de borrar al franquismo, lo está reviviendo. Sí, lo está convirtiendo en marca. En fenómeno. En tótem fascinante que, al ser atacado sin matices, sin verdad y sin inteligencia, resucita con fuerza en la mente de quienes no lo vivieron, pero sí lo descubren ahora a través de la obsesión del poder político por exorcizarlo.
Nombrar es institucionalizar
No es solo que el presidente haya perdido el norte histórico. Es que no entiende el mecanismo cultural de la crítica. En cuanto señalas un fenómeno, le das forma. Al darle forma, lo haces reconocible. Y al hacerlo reconocible… lo conviertes en algo operativo. Algo que puede ser asumido, memificado, apropiado. Incluso celebrado por aquellos que necesitan símbolos fuertes para oponerse a un sistema hipócrita.
Por eso, mientras el gobierno agita el espantajo franquista día sí y día también, en las redes sociales empieza a emerger una estética “franquista-cool” entre jóvenes que nunca habrían leído a José Antonio, pero se sienten provocados por el tono inquisitorial del relato oficial.
TikToks, memes, vídeos con marchas militares editadas con efectos de videoclip. No por ideología, sino por reacción.

Visibilidad como estrategia de absorción
La crítica masiva genera atención. Pero la atención es un arma de doble filo. Lo que se denuncia, se vuelve visible. Y lo visible puede ser absorbido como símbolo, convertido en mercancía cultural o convertido en una señal de rebeldía para espíritus jóvenes hartos del sermón moralista de La Moncloa. Lo que Sánchez presenta como el enemigo, algunos lo están reinterpretando como alternativa. Lo que él intenta sepultar, otros lo rescatan por simple provocación. Esa es la paradoja: en su empeño por destruir, lo ha convertido en un tótem narrativo.
En un objeto de culto reactivo. El símbolo de “lo prohibido”. Y ya se sabe: lo prohibido seduce.
La crítica como parte del ecosistema
Pensaban que el antifranquismo institucional funcionaría como vacuna. Pero no: funciona como inyección de refuerzo. El sistema se alimenta de la disidencia. La crítica no lo desmantela: lo reorganiza. Lo adapta. Le da herramientas para redefinirse.Y no solo eso. En su intento de reescribir la historia como un cuento de buenos y malos, de mártires y demonios, el gobierno ha institucionalizado su propio relato.
Ha convertido la crítica al franquismo en una doctrina oficialista, en liturgia política, en ritual escolar obligatorio. Y ya sabemos lo que pasa con los rituales forzados: acaban creando herejes por simple hartazgo.
El crítico como nuevo sacerdote
En este juego perverso, Pedro Sánchez ha pasado de ser el narrador al sumo sacerdote. El que decide qué memoria es válida, qué sufrimiento cuenta y qué víctimas no merecen ni mención. Ha dejado de ser un actor político para convertirse en el oráculo de la nueva fe de Estado. Pero cada vez que predica su evangelio de culpables únicos, cada vez que bendice monumentos “de los suyos” y olvida los cadáveres de otros, empuja a muchos hacia un escepticismo que se convierte en reacción.
Y así, el franquismo —lejos de ser desmontado— adquiere nueva vida como símbolo de la resistencia al discurso único.
El tiro por la culata
¿El resultado final? Que acabará hartando incluso a quienes le aplauden. No por franquistas, sino por saturación. Por hastío. Por vergüenza ajena ante una manipulación que ni Orwell habría escrito con tanta torpeza.Y lo peor —lo verdaderamente diabólico— es que cuando ese hartazgo se traduzca en una presencia mayor de símbolos franquistas en el debate público (símbolos que su obsesión ha parido), entonces el gobierno lo señalará como prueba: “¡Lo veis! El fascismo está resurgiendo”!.
Y ahí estará la trampa perfecta: crear el monstruo para luego poder gritar que el monstruo existe. Una jugada tan cínica como peligrosa.
Porque los monstruos creados por propaganda, cuando se les da suficiente voz, acaban creyéndose reales. Y algunos, incluso, actúan como tales.Pero será demasiado tarde. Porque lo que hoy se presenta como campaña de memoria histórica, mañana será percibido como una tragicomedia autoritaria. Una que no solo no curó las heridas del pasado, sino que las reabrió con bisturí político para sacar rédito presente.
Y eso, en el fondo, ni es memoria ni es historia. Es solo propaganda. Torpe, ciega… y a punto de volverse en su contra.

Español e hispanófilo. Comprometido con el renacer de España y con la máxima del pensamiento para la acción y con la acción para repensar. Católico no creyente, seguidor del materialismo filosófico de Gustavo Bueno y de todas las aportaciones de economistas, politólogos y otros estudiosos de la realidad. Licenciado en Historia por la Universidad de Oviedo y en Ciencias Políticas por la UNED