
Hay discursos que se pronuncian para salir del paso y hay discursos que se lanzan como manifiestos de trabajo.
Mostramos hoy los de investidura de Francisco Álvarez-Cascos (2011) y Adrián Barbón (2019). No comparten escenario. Comparten tribuna, pero no propósito. (Pueden verse los discursos al final del artículo))
El primero es una hoja de ruta con planos y medidas; el segundo, un mural de buenas intenciones difusas, un collage emocional donde cabe todo y nada pesa. Son dos estilos, dos filosofías, dos maneras de entender el poder y su ejercicio. Y, en definitiva, dos Asturias.
Los recordamos hoy en AL como hitos, como síntomas, como muestras de modelos contrapuestos. Los leemos y glosamos como si se hubieran pronunciado en una justa simultánea.
La puntería quirúrgica de Cascos frente al sentimentalismo gaseoso de Barbón
Cascos abre su discurso con una idea que podría ser tatuaje de batalla: rebeldía cívica frente al conformismo institucional. No hay abrazos, no hay aplausos por sistema. Hay diagnóstico, frialdad y propuestas con bisturí. Tripas sobre la mesa. Habla de crisis triple (social, económica, política) y no lo hace para lucirse con palabras bonitas, sino para encender la maquinaria.
Barbón, en cambio, entra como un predicador de lo obvio, envolviendo a la Cámara en celofán emocional. Habla de la “mejor Asturias”, de la lluvia, del amor, de la dignidad humana. Invoca a Ángel González con un lirismo que haría sonrojar a un poeta de sobremesa. Pero no hay métrica política tras los versos. Hay vapor.
Crear antes que repartir: el abc de la eficacia
Cascos lo tiene claro: primero se crea riqueza, luego se reparte. Y si no se crea, no hay reparto que valga. Su discurso está cosido con cifras, estructuras, auditorías, medidas concretas. Quiere una Asturias que funcione, no que sueñe. Él habla de ventanillas únicas, de simplificar normativa, de atraer inversión, de dinamizar sectores. Industria, turismo, energía, agroganadería: lo que da de comer, lo que sostiene el edificio.
Barbón invierte la ecuación. Parte de la idea de que el bienestar es un derecho imperecedero, flotando en el aire, accesible con solo desearlo lo suficiente. Sus prioridades: la agenda social, la igualdad, la inclusividad. ¿Y los recursos para financiarlo? No se sabe. Quizá lluevan con la emotividad.La administración: para qué sirve, no cuánto cuesta
Otro punto de fractura: la concepción de lo público.
Cascos plantea una administración eficiente, con criterios de utilidad. Si no sirve, se revisa. Si no aporta, se suprime. Si cuesta más de lo que resuelve, se audita. No por manía, sino por higiene de gobierno. No hay espacio para el paquidermo burocrático ni para las redes clientelares disfrazadas de organismos.
Barbón defiende justo lo contrario. Más estructura, más oficinas, más planes, más observatorios. Todo cabe, todo suma, nada se cuestiona. La administración no se mide por eficacia, sino por sensibilidad. Es el viejo ideal del Estado maternal, siempre dispuesto, aunque arrastre goteras.
Realismo abierto versus voluntarismo buenista
Cascos, curtido en presupuestos, fomento y madrugones con informes, conoce la mecánica real del poder. No ofrece paraísos. Ofrece trabajo, reformas, decisiones impopulares si hacen falta. No quiere “me gusta”, quiere resultados. Y por eso gusta. La economía no es una narrativa: es una operación de ingeniería con piezas, costes y plazos.
Barbón, se mece en otro terreno. Prefiere el calor del relato y encuentra cada vez más indiferencia. Se refugia en la transversalidad emocional, en la defensa de los vulnerables, en la transversalidad de los consensos sin contenido. Es el gobernador de lo simbólico, de lo irrelevante. Pero la economía no es simbólica: o se produce, o se estanca.
Hablar con ciudadanos o seducir votantes
La diferencia no es solo estilística; es ontológica.
Cascos se dirige a adultos: expone, razona, explica. Usa la tribuna para contar verdades, no para coleccionar aplausos. Trata al votante como alguien capaz de asumir la complejidad.
Barbón habla con tono de terapeuta. Repite que todo saldrá bien, que hay que dialogar, que la pluralidad es riqueza. Ofrece calma, incluso cuando la casa arde. Y en lugar de un extintor, saca un poema.
La historia es juez implacable
Álvarez-Cascos estuvo apenas un año al frente. Pero en ese tiempo activó auditorías, apretó tornillos, pisó callos y devolvió el foco a lo esencial. Pese al sabotaje institucional, mostró que había otro camino: el del rigor.
Tras su marcha y con la vuelta del socialismo, Asturias se fue deslizando en un letargo productivo. Fábricas cerradas, talento huido, proyectos eternizados. Mientras Barbón hablaba de bienestar y transiciones, Alcoa se desangraba y las cifras de población contaban una historia de declive. Eso no se tapa con diversidad.
Dos formas de mandar, dos formas de vivir
Cascos fue gestor antes que candidato. Hombre de proyectos, de plazos, de resultados. En su discurso hay rigor técnico y convicción. No hay adornos. Hay planos, herramientas, decisiones. El poder como herramienta. Hay la calma que da saber la verdad y que, de verdad, hay un plan.
Barbón es heredero de la emotividad partidaria. Ha hecho carrera desde la base, apegado al relato interno del PSOE, y su discurso es reflejo de esa cultura: relato, empatía, pacto, diversidad, feminismo, igualdad, consenso. Pero sin hoja de ruta que lo sustente.
No es política: es supervivencia
No se trata ya de elegir entre dos ideas estéticas de gobierno. Se trata de dos maneras de sobrevivir como comunidad.
Cascos quiere que Asturias sea una región que trabaja, produce y se paga sus facturas.
Barbón, que sea un espacio emocional donde todos se sientan bien aunque no haya ni empleo ni futuro.
Y la historia, como siempre, pasa factura. El bienestar no brota de la nada. Las agendas sociales, sin base productiva, son castillos de arena. Y la poesía, sin pan, acaba en eslogan de derrota.
Cierre con un rugido
En el fondo, Cascos dice: “Vengo a incomodar para salvar”.
Barbón dice: “Vengo a emocionar para sobrevivir”.
Uno quiere cambiar la máquina. Otro quiere decorar la fachada.
- Uno habla desde la experiencia, el otro desde el deseo.
- Uno pisa el terreno. El otro levita.
Y entre ambos discursos, dos modos de hacer para Asturias. Una Asturias que, si quiere volver a contar en el mapa, necesitará menos lirismo y más decisiones. Menos consignas y más proyectos. Y más gobernantes con verbo de ingeniero y pulso de estratega. Alguien como era Cascos. Nadie como es Barbón.

Español e hispanófilo. Comprometido con el renacer de España y con la máxima del pensamiento para la acción y con la acción para repensar. Católico no creyente, seguidor del materialismo filosófico de Gustavo Bueno y de todas las aportaciones de economistas, politólogos y otros estudiosos de la realidad. Licenciado en Historia por la Universidad de Oviedo y en Ciencias Políticas por la UNED