
Cuenta la leyenda que, tiempo ha, en la Península Ibérica, en un día que podría ser cualquiera, la energía renovable brillaba con fuerza. El sol calentaba, el dios Eolo susurraba con fuerza comedida y constante, y las mareas entonaban su himno ecológico.
¡Cuán hermoso era ver la naturaleza convertida en una fuente energética limpia y ecológica!¡Albricias! Todos, al unísono, celebraban que, por fin, la electricidad que alimentaba sus hogares y fábricas era más verde, más sana y respetuosa con su parte del planeta. ¡Ah! ¿Que el resto del planeta (el 98%) no la utilizaba? Ése no era su problema, pues los habitantes ibéricos estaban exultantes con su hito “renovable” al 100%.
Pero, obviamente, como en todo buen cuento y algo fuera de la cruda realidad, no todo era perfecto. La energía renovable, aunque maravillosa, tenía un pequeño problema: no siempre podía ser controlada ni acoplada fácilmente a la red eléctrica.
¡Ay, la infraestructura! Esas torres de alta tensión, esbeltos monumentos poco elegantes y nada discretos, que seguramente fueron diseñados por un ingeniero loco para complementar perfectamente el paisaje… O esos cables, esas finas líneas de plata que surcaban el cielo y donde se posaban los pajaritos… Como si ambos quisieran recordarnos que la naturaleza no tiene nada que ver con su presencia, ya que la armonía está fuera de un sinfín de líneas eléctricas que distorsionan la vista y hacían que el entorno fuera una mezcolanza bélica entre tecnología y naturaleza.
Ese conjunto, unido a los centros de distribución, no siempre estaba preparado para gestionar tanta energía limpia en momentos de exceso o de poca producción. ¡Qué sutiles y delicados, ¿verdad? La forma perfecta de mantener la paz y la tranquilidad… o al menos, eso decían.
Y sucedió que…
Pero el pasado 28 de abril de 2025, todo se fue al garete y se bajaron los plomos a la península, energéticamente hablando.
La razón principal por la que no era tan sencillo acoplar energías renovables, como la solar, la hidráulica o la eólica, a las plantas térmicas o nucleares, que son energías síncronas, tiene que ver con cómo funcionan y cómo se integran en la red eléctrica.
Las plantas térmicas y nucleares suelen operar a una velocidad constante y estable, generando energía de manera continua y controlada. Esto las hace muy confiables para mantener la estabilidad de la red, ya que ayudan a mantener, entre otras cosas, el voltaje y la frecuencia en niveles adecuados.
Por otro lado, las energías renovables, como la solar y la eólica, dependen de condiciones naturales variables: el sol no siempre brilla (por la noche, nada de nada) y el viento no siempre sopla. Esto significa que su producción fluctúa mucho en cortos períodos de tiempo. Cuando intentamos conectarlas directamente a una red que tiene plantas térmicas o nucleares, esas fluctuaciones pueden causar inestabilidad en la red, afectando la calidad del suministro eléctrico.
Además, las plantas térmicas y nucleares están diseñadas para operar en modo síncrono, lo que significa que sincronizan su generación con la frecuencia de la red. La integración de fuentes renovables, que no siempre están sincronizadas o que producen en diferentes momentos, requiere sistemas adicionales, como inversores, sistemas de almacenamiento de energía o tecnologías de regulación, para equilibrar esas variaciones y mantener la estabilidad.
En resumen, acoplar renovables a plantas térmicas o nucleares no es sencillo porque las energías renovables son variables y no siempre sincronizadas con la red, mientras que las plantas tradicionales buscan mantener una producción estable y sincronizada.
Por eso, la integración requiere soluciones técnicas adicionales para garantizar que toda la red funcione de manera segura y confiable.
Hablando en plata
En términos coloquiales, imagínate que el molinero jefe tiene su gran molino en marcha, ajustando el interruptor para producir harina según la demanda. Es como si controlara la cantidad de energía que se genera en función de lo que se necesitara en ese momento.
Luego, llegan los pequeños agricultores con sus propios molinos, cada uno con sus engranajes y velocidades particulares, intentando acoplarse uno a uno al molino principal.
Al principio, unos pocos se conectan, y todo funciona bien. Pero a medida que más agricultores quieren sumarse —2, 4, 100, y luego ninguno— el sistema se vuelve cada vez más complejo y desordenado.
Finalmente, esa sobrecarga de “alimentadores”, de engranajes (cada uno de su padre y de su madre), o la desconexión masiva, hacen que el molino principal termine colapsando.
Es una forma quizá muy visual de entender cómo la integración de muchas fuentes renovables, si no se gestiona bien, puede generar inestabilidad en el sistema energético.
Y aquí es donde aparece nuestro personaje, el lobo: el apagón acaecido y las grandes energéticas (en su mayoría con dueños extranjeros), que tantos beneficios generan y donde también deberían asumir la responsabilidad de invertir en modernizar y fortalecer la infraestructura que utilizan. Sin esas mejoras, la red no podía soportar la cantidad de energía renovable que llegaba, y en un momento de exceso, ¡pum! se bajaron los plomos, se cortó la luz y todos se quedaron a oscuras, como en el cuento de Manolito donde el lobo apareció y asustó a todos.
Lo que funciona
Es muy difícil explicar a la gente de a pie que la intención de los gestores, en realidad, es dejar de depender de las plantas térmicas y nucleares, que son las fuentes tradicionales y conocidas, y apostar únicamente por las energías renovables.
Y sin embargo, en la práctica, países limítrofes como Marruecos, con sus plantas térmicas, y Francia, con sus centrales nucleares, así como nuestras propias plantas aún en funcionamiento, han sido fundamentales para evitar apagones en la región.
E incluso hay que agradecer que, gracias a esa energía convencional, se ha podido salir rápidamente de la situación crítica que fue el apagón ibérico, que dejó sin luz a la Península Ibérica en momentos de alta demanda o cuando las renovables no estaban produciendo lo suficiente.
Ahora bien, ¿qué hubiera pasado si no se hubiera contado con ninguna energía convencional?
Probablemente, se habría tenido que pagar un precio muy alto, quizás a través de tarifas elevadas o incluso «usura«, a los países vecinos que sí tenían esa capacidad de generación.
La península quedaría completamente dependiente de ellos para mantener la estabilidad del sistema, y eso podría significar perder autonomía y tener que aceptar condiciones que no siempre la beneficiaran.
Por eso, aunque la idea de una transición 100% renovable suena muy bien en teoría, en la práctica todavía se necesitan esas fuentes tradicionales para garantizar la seguridad y estabilidad del suministro mientras se sigue avanzando en la integración de las renovables.
Es un proceso que requiere tiempo, planificación y, sobre todo, una visión realista de las capacidades actuales.
«Progreso» hacia atrás
Lo que está claro es que el apagón no solo dejó a todos a oscuras, sino que también convirtió a algunos en auténticos genios del negocio. Los que tenían en existencia velas, camping gas, transistores y pilas, ¡fueron los que realmente sacaron provecho de la situación! Mientras tanto, los que no tenían nada preparado, solo pudieron correr a comprar lo que ya tenían en stock, como si fuera la primera vez que pensaban en que esto podría pasar.
En lo que a mí respecta, compraré cuando tenga a bien un camping gas por lo que pudiera ocurrir, y tendré siempre dinero en efectivo. A ver si hay otro apagón y la tienda de la esquina, aunque soy cliente habitual, no le funciona el TPV y no acepta apuntar mi deuda en una libreta para que la pague mañana. Nunca se sabe…
Al final, se aprendió que, aunque la energía renovable es muy buena y necesaria, también es fundamental que las empresas y los gobiernos inviertan en mantener y modernizar la infraestructura eléctrica. Solo así se podrá disfrutar de un futuro más limpio y seguro, sin que el lobo vuelva a asustar y nos deje a oscuras.
Así que, como el cuento de nuestra niñez, Manolito y el lobo, al final el lobo vino y se comió a las ovejas. Esperemos que no vuelva a ocurrir.
De momento, seguramente sigamos sin buscar soluciones del tipo almacenamiento energético, generación síncrona de respaldo y más bien buscando culpables a la razón de que las ovejas estuvieran solas en los prados (oscilaciones, perturbaciones, teorías conspiranoicas o la gran nube —más bien un “nubón”— que cubrió la península), y no preparándose para el momento —que lo habrá— en que vuelva de nuevo el depredador.

Consultor empresarial.
Germánico en organización, perseverante en las metas, pragmático en soluciones y latino en la vida personal.
¿Y por qué no?