Asturias Liberal > España > Beatriz Corredor, la Mazón de Pedro Sánchez

Crónica de una amiga fiel, un sistema eléctrico fallido y una dimisión que nunca llegará

Bueno, lo que pasa, señora Corredor —interviene Ángels Barceló, con ese tono de terciopelo ácido tan suyo—, es que nuestro sistema será el mejor para reponerse, para volver a funcionar, pero se demuestra que no es el mejor si se va a cero, ¿no?, si se apaga del todo.

—No, si… si se va a cero es el mejor porque es el que más rápido repone —responde la presidenta de Red Eléctrica de España, Beatriz Corredor, sin parpadear. Y se queda tan ancha.

Así arrancaba el tercer día después del mayor apagón eléctrico en décadas. Con entrevistas en la SER y en TVE, con argumentos de ciencia ficción y con la solemnidad absurda de quien ha hecho historia, pero no sabe bien cómo.

Para Corredor, todo ha funcionado estupendamente: el sistema eléctrico se vino abajo como un castillo de naipes, pero ¡oh milagro!, resucitó deprisa. Ergo, es el mejor del mundo. Porque claro, ¿qué es mejor, que no se apague o que se apague y vuelva corriendo? ¿Qué importan los hospitales, los transportes, las comunicaciones?

Lo importante, señora, es que corremos. Aunque sea tras el desastre.

Corredor no dimite. Por supuesto que no. Porque nadie dimite en este país si tiene carnet de partido y un teléfono directo a Moncloa. Y Corredor tiene ambos.

La historia entre Beatriz Corredor y Pedro Sánchez

No empezó en una torre de control ni en los despachos energéticos, sino en una lista municipal del PSOE.

Era 2007, y ambos se subieron al carro electoral de Miguel Sebastián para el Ayuntamiento de Madrid.

Él, un concejal raso con ambiciones. Ella, recién aterrizada en política tras dar a luz a su tercera hija. Una dupla que el tiempo y las primarias transformarían en alianza.

En 2008, apenas unos meses después, Corredor ya era ministra de Vivienda. Sánchez todavía calentaba banquillo en el consistorio, pero tomaba nota. Ella no era una estrella, pero jugaba en el equipo que luego lo encumbraría. Y cuando él cayó —defenestrado por su propio partido— fue Corredor quien le ofreció apoyo. Cuando regresó —como Lázaro, pero con ínfulas— ella ya era parte de su círculo.

Desde entonces, el ascenso ha sido mutuo. Corredor se integró en la vida orgánica del partido con una pasión militante. Secretaria de Ordenación del Territorio, presidenta de la Fundación Pablo Iglesias, diputada por Madrid.

Hasta que llegó su gran premio: la presidencia de Red Eléctrica de España, esa empresa estratégica que transporta la electricidad del país y cuyo principal accionista es el Estado. Un cargo bien remunerado, de esos que se otorgan con sello presidencial y blindaje mediático. Como para decir que no.

Su predecesor, Jordi Sevilla, había dimitido denunciando la injerencia política de la vicepresidenta Teresa Ribera. Pero Corredor no.

Ella llegó sin experiencia en el sector, sin conocimientos técnicos reconocidos, pero con lo que hace falta de verdad: fidelidad a prueba de apagones.

Y así llegamos al gran colapso

A ese lunes en que el sistema eléctrico se vino abajo como si alguien hubiera pulsado un interruptor nacional. A las 12:33 h, miles de megavatios desaparecieron del mapa. El país se sumió en el caos. Nadie supo por qué. Nadie pudo explicar cómo.

Pero Corredor, tres días después, ya tenía una conclusión: nada falló.«En esta casa se ha trabajado bien», repite. Y remata: «No voy a dimitir».

Red Eléctrica, dijo, no tuvo la culpa. La culpa fue de las otras. De las generadoras, de las distribuidoras, de las placas solares que se desconectaron por arte de sol. De todo el mundo menos de ella. Eso sí, no sabe todavía qué pasó.

Porque, según ella, faltan datos de “cada milisegundo”. Pero qué más da. La causa es un misterio, pero la conclusión es firme: Corredor lo hizo bien.

En otro país, esto sería cómico. En España, es costumbre

Beatriz Corredor no dimitirá. No lo hará aunque su presidencia esté marcada por el mayor apagón eléctrico en años, aunque no sepa qué ocurrió, aunque su gestión haya sido una exhibición de negación y autoelogio.

  • Porque ella no está ahí por méritos técnicos, sino por fidelidad política.
  • Porque no responde ante la ciudadanía, sino ante un presidente al que acompañó en su vía crucis interno.

Y esa es la verdad incómoda: Red Eléctrica, como tantas otras empresas públicas, ha dejado de ser una institución técnica al servicio del interés general. Es ahora una más en el tablero del poder, una ficha de premio para quienes apoyan, resisten y obedecen.

El caso Corredor no es solo un escándalo. Es una lección. Una de esas que deberían estar en los manuales de civismo: sobre cómo el amiguismo puede llegar más lejos que la competencia, sobre cómo el poder tapa el fallo, y sobre cómo, en España, el único sistema realmente infalible… es el sistema de no dimitir.

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