
Si a cualquiera de nosotros nos preguntaran por una breve descripción del arquetipo de detective en Los Ángeles (California) seguramente pensaríamos en un tipo de una estatura razonable, bien vestido, tal vez acicalado, sagaz, inteligente, hábil, con un buen dominio de las armas y conduciendo un descapotable por la soleada ciudad californiana.
Hace unos 50 años, TVE emitía un espacio llamado Estrenos TV en el que programaba series policiacas norteamericanas de aquella época que nos permitían apreciar el contraste entre distintos detectives, entre los que quizás destacaba el inconfundible Colombo: un policía de homicidios de Los Ángeles bajito, tímido, desaliñado, aparentemente despistado, torpe, con mirada estrábica, un puro de cuestionable calidad en la boca, vistiendo siempre su inseparable gabardina sucia y arrugada (sí, gabardina en la paradisiaca California) y con un descapotable Peugeot viejo y magullado que se caía a pedazos.
El guionista de la serie nos ilustraba a un protagonista tirando a vulgar, que incluso no llevaba ni pistola, con un aspecto lo más alejado posible del paradigma de héroe en aquel momento y en aquella ciudad, y con marcados signos externos que ocultaban su verdadera capacidad intelectual de olfato, observación, deducción y análisis.
Por si eso fuera poco, los criminales que nos deparaba el guion de cada capítulo eran personajes que destacaban por su nivel social, cultural, intelectual… perfiles de éxito muy alejados tanto estética como -a priori- intelectualmente de Colombo.
La imagen del detective Colombo fue potenciada por el propio actor que le daba vida –Peter Falk– quien desde un primer momento se enamoró del papel y decidió transmitirle cierta personalidad, su propia gabardina… y hasta su prótesis ocular que el actor utilizaba con cierta habilidad para provocar el arriba mencionado estrabismo que contribuía a desconcertar a los sospechosos.
Pero, en mi opinión, lo más peculiar o destacable de esta serie policiaca es su estructura argumental, donde el espectador es omnisciente: al contrario de lo que suele suceder habitualmente, desde un primer momento conocemos el pensamiento del asesino, el móvil (la causa) y los preparativos del crimen, la ejecución… y a partir de ahí la trama se centra en la investigación de Colombo y en cómo este señor aparentemente despistado consigue desenmascarar al delincuente.
Mantener durante algo más de una hora un armazón en el que ya se conocen los hechos y al asesino y todo se centra en el trabajo de Colombo tiene mucho mérito, y por eso la saga, a lo largo de sus distintas temporadas, ha contado con un gran número de directores ilustres que han colaborado al éxito, empezando por Steven Spielberg quien dirigió el primero de los capítulos.
Como apuntábamos antes, la potencia del guion o la clave del éxito quizá resida en el placer que despierta en el espectador asistir a la preparación de un crimen perfecto por parte de alguien de alto nivel económico o intelectual, con reconocimiento social o incluso poderosas influencias, que es desenmascarado por un detective humilde, aparentemente torpe y despistado, pero que investiga, observa, toma nota, deduce y va desquiciando al sospechoso con inocentes preguntas y persistentes visitas: los culpables acaban siendo descubiertos y reconociendo su delito agotados, después de que Colombo les arrincone con sus preguntas y encuentre algún detalle en el que nadie había reparado o una contradicción que haga desmoronar su –aparentemente perfecto- plan.
El bien derrota al mal, la inteligencia y el trabajo se imponen a las apariencias y a los engaños.La serie está tan bien construida que hasta el perro que acompaña a nuestro detective en algunos episodios guarda cierto paralelismo con él: un “Basset Hound”, una raza de perro muy tranquilo y muy cariñoso pero muy obstinado, que puede incluso parecer vago (porque dicen de ellos que prefieren comer y dormir al ejercicio), con pinta de torpes y considerados por muchos como poco inteligentes por su dificultad a ser adiestrados… aunque en realidad esa obstinación o terquedad se debe a que son perros cuyo instinto ha sido históricamente educado y seleccionado para seguir rastros y tomar decisiones con cierta autonomía, algo que de facto demuestra su tremenda inteligencia.

Ahora llevemos esta situación a nuestros centros de estudio, de trabajo… a nuestras relaciones sociales: seguimos otorgando el reconocimiento del éxito a las apariencias, a aquellos que por su aspecto o por sus relaciones -merecida o inmerecidamente- son reconocidos socialmente.
A pesar del medio siglo transcurrido desde el inicio de la serie Colombo, y sin pretender entrar en el campo delictivo, nuestra sociedad y nuestras empresas siguen empeñadas en otorgar más crédito y reconocimiento a las apariencias que a los sabuesos: lo importante sigue siendo “saber venderse” y cultivar las relaciones, unas relaciones que te den ese reconocimiento y sostén aunque seas un perfecto inútil; seguro que -como yo- cualquiera de nosotros puede encontrar ejemplos de figurines que campan a sus anchas incitando o cometiendo -una tras otra- fechorías con el respaldo (cuando no admiración) del resto de su organización o sociedad más cercana, mientras otras muchas personas que no saben presumir o que sólo se dedican a trabajar son los verdaderos responsables de evitar el colapso de las organizaciones, de que las gestiones se hagan, de que los proyectos salgan adelante y de que las cosas pasen…

Licenciado en Filología Española (Literatura)
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