
“Si el trabajo se desprecia, si el mérito se aplasta, si la tierra se abandona, no esperes progreso. Ni dignidad.”
En 1795, Gaspar Melchor de Jovellanos escribió el Informe sobre la Ley Agraria. No lo hizo por ocio ni por encargo cortesano. Lo hizo como quien se enfrenta al tumor con bisturí, sin anestesia ni rodeos. Denunció el parasitismo de los poderosos, la tierra muerta, la ignorancia glorificada y la pereza premiada.
Dos siglos después, Carlos Rangel, desde Venezuela, lanzó una advertencia similar en su Del buen salvaje al buen revolucionario: las repúblicas que se emanciparon de España para alcanzar el progreso reprodujeron los mismos vicios que decían combatir: burocracia, inmovilismo, victimismo.
Sustituyeron al rey por el caudillo, al mérito por la ideología, y al ciudadano por el súbdito subvencionado.
¿Y Asturias? Asturias no se independizó, pero sí obtuvo autonomía plena con la Constitución de 1978. También prometió modernidad, autogobierno y desarrollo. Y también cayó —con una puntualidad pasmosa— en la trampa que Jovellanos y Rangel describieron con palabras distintas pero verdades idénticas.
Tierra hay, pero está secuestrada

Jovellanos no pedía milagros: pedía libertad. Libertad para cultivar, para producir, para arriesgar. Lo que denunció fueron los frenos legales, la acumulación inútil, el miedo a ceder el poder de la tierra a quien la hiciera fructificar.
Hoy, Asturias sigue plagada de terreno fértil. Pero en vez de estar cultivado, está enjaulado por trámites, informes, figuras urbanísticas, servidumbres y miedos institucionales. Lo improductivo sigue protegido. Lo productivo, sospechado.
Rangel habría aplaudido esa observación y le habría añadido una más: no es sólo un problema de leyes, sino de relato. El mito del “buen campesino oprimido” se ha reciclado en el del “ciudadano indefenso que necesita protección perpetua”.
Así el inmovilismo se justifica, se premia, y se eterniza.
Saber práctico: lo que nunca interesó

Jovellanos soñó con una educación útil. No con diplomas decorativos, sino con oficios, ciencia aplicada, cultura del esfuerzo y saber territorializado.
Siglos después, Francisco Álvarez-Cascos propuso la Universidad Politécnica Jovellanos (ver su artículo en Asturias Liberal, Idonial y la UPJ). Una institución concebida para formar ingenieros, técnicos, expertos vinculados a la industria asturiana. Un intento de bajar el saber a la tierra, como pedía Jovellanos. La respuesta fue la de siempre: silencio político, boicot interno, ironía desde el temor de las cátedras. El proyecto se enterró sin duelo. La idea molestaba. Porque enseñar a pensar está bien, pero enseñar a producir parece peligroso.
De los mayorazgos a las consejerías
En tiempos de Jovellanos, el poder lo tenían los clérigos, los nobles, los rentistas. Hoy lo detentan los consorcios, los consejos sectoriales, las direcciones generales, los órganos mixtos y los observatorios sin observadores. Se ha perfeccionado el privilegio, se ha digitalizado la inercia.
La industria asturiana no necesita enemigos. Los encuentra dentro de sus propias instituciones. Ahí está Santa Bárbara Sistemas, con oportunidades de ser eje europeo de defensa, convertida en objeto de maniobras opacas. O Duro Felguera, zombificada por la SEPI, sin visión estratégica ni mando verdadero.
Y mientras, en Bruselas y Madrid se firman fondos y se diseñan planes… que no bajan a las comarcas ni llegan al taller.
Víctimas eternas: el consuelo del atraso

Lo que más une a Jovellanos y Rangel fue su rechazo a la cultura de la excusa. A esa tendencia suicida a creer que la culpa del atraso es siempre ajena, y que el redentor siempre vendrá de arriba.
Rangel lo vio en América: el revolucionario sustituye al virrey, pero mantiene el despotismo y amplifica el victimismo. Asturias lo vive en versión autonómica: el centralismo era el problema… hasta que la autonomía reprodujo todos sus tics.
Desde 1981, Asturias ha tenido poder normativo, presupuestario y cultural. Lo ha usado —en su mayoría— para reforzar una cultura de dependencia. Donde el mérito molesta, el empresario incomoda y el joven inconforme se marcha. Quien se queda, debe repetir las consignas. O callar.
Epílogo: sin ruptura no hay reforma

Ni Jovellanos ni Rangel creyeron en revoluciones. Creyeron en rupturas lúcidas. En reformas profundas. En el poder del individuo frente al dogma, del trabajo frente al subsidio, de la verdad frente al mito.
Asturias aún puede elegir: seguir cultivando promesas, o volver a sembrar libertad.
Porque como dijo Jovellanos:
“La propiedad libre, el trabajo ilustrado y la educación útil son las únicas raíces de una nación próspera.”
Y como advirtió Rangel:
“El progreso empieza cuando dejamos de culpar a los demás por lo que no nos atrevemos a cambiar.”
La semilla ya está. Lo que falta es coraje para romper la tierra.
📘 Informe sobre la Ley Agraria. Gaspar Melchor de Jovellanos (1795)
Este informe es una de las obras más destacadas del pensamiento ilustrado español. En él, Jovellanos analiza las causas del atraso agrícola en España y propone reformas basadas en la libertad de cultivo, la eliminación de trabas feudales y la promoción de la propiedad privada. Su enfoque combina observación empírica y principios fisiocráticos, convirtiéndolo en un texto fundamental para entender las propuestas reformistas de la Ilustración en España.
https://auladehistoria.org/informe-jovellanos-expediente-ley-agraria/
📗 Del buen salvaje al buen revolucionario – Carlos Rangel (1976)
https://es.m.wikipedia.org/wiki/Del_buen_salvaje_al_buen_revolucionario
En esta obra, el intelectual venezolano Carlos Rangel desmonta los mitos que, según él, han obstaculizado el desarrollo de América Latina. Critica la visión victimista que atribuye los males de la región a factores externos y propone una reflexión sobre la necesidad de asumir responsabilidades internas, defendiendo los valores occidentales como camino hacia el progreso. El libro es una crítica al populismo y al estatismo que, en su opinión, han perpetuado el subdesarrollo en la región.

Español e hispanófilo. Comprometido con el renacer de España y con la máxima del pensamiento para la acción y con la acción para repensar. Católico no creyente, seguidor del materialismo filosófico de Gustavo Bueno y de todas las aportaciones de economistas, politólogos y otros estudiosos de la realidad. Licenciado en Historia por la Universidad de Oviedo y en Ciencias Políticas por la UNED