Asturias Liberal > España > Cuando la realidad revienta el relato

La realidad tiene paciencia, pero no infinita. Se disfraza, se maquilla, se esconde tras eufemismos y titulares condescendientes, pero tarde o temprano se cansa, se quita la máscara y se presenta desnuda, brutal y sin anestesia. Y cuando lo hace, no hay editorial ni discurso buenista que la detenga.

Mientras la mayoría de los medios siguen entretenidos señalando a Trump y su «crueldad antimigratoria», lo que Estados Unidos lleva años enfrentando ya ha alcanzado a España. La diferencia es que allí han decidido mirarlo de frente y aquí seguimos viviendo en la fantasía, en la creencia, en la mitología de que todo es estructural y nada es responsabilidad individual.

Entre las muchas evidencias y testimonios vistos destaco este reportaje de lo que pasa desde hace mucho en Barcelona, en el barrio del Raval, donde un inmigrante dice lo que nadie en los despachos quiere escuchar. Lo recoge RescueYou en los muchos vídeos suyos que se han hecho virales. He aquí uno de muestra:

Fuente: RescueYou

“Los que no se integran son el problema”, sentencia en uno de los videos, mientras describe un barrio devorado por la delincuencia. Un barrio donde mirar por la ventana es ver un atraco, donde la seguridad es un recuerdo y donde la impunidad es la norma.

No hablan políticos, ni tertulianos, ni un activistas. Son personas que han trabajado, que han intentado hacer las cosas bien y que no entienden por qué otros no lo hacen. Y eso desmonta el guion. Porque según el libreto oficial, la inseguridad es culpa de las desigualdades, de la sociedad, del capitalismo, del cambio climático si hace falta, pero nunca de quienes cometen los delitos.

En alguno de los vídeos, el entrevistador lanza una pregunta que a algunos les parecerá incómoda: ¿Y si alguien es detenido cinco o diez veces, habría que expulsarlo? La respuesta es directa, sin rodeos: “Ya lo puedes echar”. No hace falta más. No hace falta justificar lo evidente.Y aquí es donde todo chirría.

Porque los políticos que se llenan la boca hablando de convivencia y derechos son los mismos que miran para otro lado cuando un puñado de delincuentes convierte barrios enteros en zonas de guerra urbana. Porque los que claman por la igualdad de oportunidades son los primeros en taparse los oídos cuando alguien señala que la diferencia no está en la pobreza, sino en la voluntad de adaptarse o no.

La realidad, cuando golpea, no pregunta si incomoda. Y este testimonio la ha sacado a pasear sin filtros, sin matices, sin la capa de pintura buenista con la que algunos intentan maquillar lo que todo el mundo sabe. No es racismo, no es xenofobia, no es odio: es la simple constatación de que hay quienes se integran y hay quienes se dedican a destrozar lo que otros construyen.

El problema no es la inmigración. El problema es la caricatura que la industria de las migraciones proyecta sobre quienes anteponen la realidad a la fantasía interesada. El problema es, en suma, que se ha perdido el sentido común. Y cuando el sentido común se va, el crimen se queda.