> Pensamiento > De la Tercera Cruzada al siglo XXI

Hace unos días relatábamos cómo había sido la génesis de las cruzadas, y seguramente muchos lectores no habrán podido evitar pensar en Ricardo Corazón de León o en Robin Hood: Tenemos constancia histórica de que, a finales del Siglo XII, Ricardo I de Inglaterra -apodado “Corazón de León”– no dudó en unirse a la Tercera Cruzada para intentar reconquistar Jerusalén, que había caído en manos de Saladino.

Con respecto a Robin Hood, a pesar de las múltiples investigaciones que se han llevado a cabo y, aunque diversas fuentes los sitúan en otro periodo de tiempo, el arquetipo que prevalece en nuestros días (aunque no sea más que una leyenda) es la imagen de un arquero forajido que defendía a los pobres de los desmanes del sheriff de Nottingham y de Juan Sin Tierra -famosos ambos por esquilmar los bienes de sus súbditos- y que se ocultaba en el bosque de Sherwood, perteneciente al condado de Nottingham.

Dejando atrás el Siglo XII y volviendo al presente, hace unos meses (septiembre de 2024) el condado de Nottingham fue noticia por el cierre de la central térmica de Ratcliffe on Soar, que supuso el fin de una era en el Reino Unido: el punto final a un periodo ininterrumpido de generación de energía a partir de carbón que había empezado en 1882.

Si echamos un vistazo a algunos datos de Ratcliffe on Soar, descubriremos que la construcción de esta central comenzó en 1963, su primera unidad entró en funcionamiento en 1967 y a partir de 1970 se puso en servicio plenamente; tenía una capacidad de 2 GW, lo que le permitía holgadamente abastecer de electricidad a más de dos millones de hogares: a los ingleses les gusta decir que con la energía producida desde su puesta en marcha podrían haberse preparado más de mil millones de tazas de té al día (unos 21 billones de tazas en total).

A lo largo de su vida, esta central ha recibido aproximadamente 141.770 entregas de carbón por ferrocarril, desde 1967 hasta el último envío de carbón el 28 de junio de 2024; un tren típico podía transportar hasta 15.000 toneladas a la central, y para darnos una idea de la magnitud de este trasiego debemos tener en cuenta que en el pico de demanda de la central se llegaban a recibir más de 20 trenes al día.

Ratcliffe on Soar no se quedó obsoleta, puesto que también gozó de modernizaciones, de tal manera que fue la única planta de carbón en el Reino Unido equipada con un sistema de control de emisiones de reducción catalítica selectiva (SCR), capaz de reducir las emisiones de NOx (óxidos de nitrógeno) en un rango estimable del 70-95%.

Desde finales de 2024 ya está en proceso de desmantelamiento, pero la central de Ratcliffe on Soar contaba en el momento de su parada final con ocho torres de refrigeración de hormigón armado de un espesor aproximado de 7 pulgadas, de 114 metros de altura y unos diámetros de 87 metros en la base y 55 metros en la cúspide, además de una chimenea de 200 metros de altura.

En 2021 se debatía qué hacer en las 270 hectáreas que ocupa la central una vez ésta fuera desmantelada y, si bien en un primer momento se barajó el plan de ubicar ahí la primera planta de fusión nuclear del mundo, esta idea fue descartada rápidamente. La siguiente opción contó con la aprobación del condado de Nottingham en 2021 y del gobierno nacional en 2022, y se trataba de una incineradora de residuos con capacidad para quemar 500.000 toneladas anuales de basura no reciclable y suministrar energía a 90.000 hogares, pero la inversión de 330 millones de libras ha quedado paralizada por la propiedad después de que esta “valorización energética de residuos” (así se denomina técnicamente) se esté cuestionando en varios niveles políticos, financieros y ambientales debido a la emisión de cantidades significativas de CO2 a la atmósfera.

Siguiendo un criterio basado en la descarbonización, y con el objetivo inamovible de cero emisiones, también el resto de países europeos están cerrando y demoliendo (no vaya a ser que las podamos necesitar en un futuro) las tradicionales centrales térmicas de carbón que nos han servido en las últimas décadas, pero la demanda de energía sigue creciendo año tras año y se precisan otras fuentes energéticas que suplan esa necesidad con estabilidad y a un precio lo más bajo posible. Nuestras autoridades en la materia han decidido proscribir (si, como a Robin Hood) algunas fuentes de energía sin tener aún resuelto quién nos va a facilitar esos GW o TW que nuestra sociedad necesita cada día.

Pero esta política europea no es la única vía para reducir las emisiones a la atmósfera: en Japón, un consorcio en el que participa mi querida I.H.I. lleva años estudiando la modificación de las instalaciones existentes para que sean capaces de seguir generando energía a partir de otro conocido elemento: el amoniaco, en un primer momento combinado con carbón, pero con el horizonte puesto en la posibilidad de poder hacerlo por sí mismo.

Es evidente que los japoneses buscan cómo aprovechar las infraestructuras que ya tienen adaptándolas para mejorar su eficiencia y emitir menos emisiones -no cerrándolas o demoliéndolas- a la espera de otras fuentes o mejores alternativas.

Nuestras autoridades pretenden acotar unas emisiones cuya progresión a nivel global es preocupante, pero deberían también poner el foco en dónde y de qué manera se contamina y –sobre todo- mantener el equilibrio que garantice un suministro suficiente para la demanda de sus administrados a un precio lo más reducido posible. Las empresas necesitan energía estable a un precio competitivo (más competitivo del que les puedan ofrecer en otra región o país) para que sus productos sean rentables y evitar deslocalizaciones, los ciudadanos demandamos potencia suficiente para la luz en nuestras casas y ciudades, agua caliente al instante cuando nos duchamos, calefacción o aire acondicionado a demanda, uso de nuestros electrodomésticos, cargar nuestros dispositivos móviles (incluidos los cada vez más comunes vehículos eléctricos de todo tipo)… y todo a un precio barato. Por eso es imprescindible el equilibrio.

La otra vertiente del cierre de instalaciones energéticas afecta a la economía doméstica: como Nottingham, nuestros cielos se quedan limpios, pero nuestra actividad industrial y económica se reduce a cero con lo que ello supone para nuestras regiones y nuestra sociedad: empresas que cierran, empleos que se destruyen, actividad económica que languidece… en Asturias sabemos bien lo que supone ir perdiendo actividad productiva y económica.

Por todo lo anterior la historia de Ratcliffe on Soar, como la de aquellas instalaciones industriales que se cierran so pretexto de un mundo más limpio o más verde, me recuerdan a una maravillosa canción que Tom Jones (hijo de un minero de Gales, por cierto) llevó al número 1 en 1966, la época en la que empezaba a funcionar Ratcliffe on Soar; una canción en la que el intérprete describe una idílica estampa de su lugar de origen, sus padres, su novia y el verde prado… para despertar del sueño y darse cuenta de que la realidad es que está en una celda camino del patíbulo.

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