> Asturias > Adrián Barbón y Belarmina Díaz se quedan sin relato sobre Cerredo

(Foto de portada: Belarmina Díaz, Consejera de Transición Ecológica, Industria y Comercio, promete su cargo ante la mirada cómplice de Adrián Barbón. Juan Cofiño, Presidente de la Junta General, mira al infinito mientras tanto)

Varios días después de la tragedia, y tras el acceso finalmente logrado por los equipos de investigación a la mina, solo resta aguardar las explicaciones que esclarezcan tan luctuoso acontecimiento.

Aunque se han abierto tres vías para abordar el caso —policial, judicial y administrativa— e incluso la Junta General plantee una cuarta mediante una comisión de investigación, la presión se intensifica sobre los dos actores de especial relevancia.

El presidente Adrián Barbón y la consejera están perdiendo estrepitosamente la batalla del relato. Y eso, para un político como Barbón que disfruta bajo los focos cuando el viento sopla a favor, debe de ser particularmente doloroso. La presión social y mediática crece, y ni él ni su equipo han logrado encontrar el marco que frene el aluvión de preguntas incómodas.

Los periodistas y la oposición están ganando la partida, exigiendo respuestas claras sobre lo sucedido en Cerredo mientras el Gobierno regional titubea.

En un primer intento por desviar culpas, Barbón ha señalado a la empresa Blue Solving, insinuando que actuó al margen de lo inicialmente autorizado. Una maniobra tan torpe como reveladora  porque, si así fuera, ¿dónde estaban los mecanismos de control de la Administración? ¿Para qué sirven entonces los estudios de impacto, las licencias, la vigilancia de obra o el seguimiento exhaustivo de proyectos? ¿De qué valen normativas estrictas y la obligación de contratar empresas certificadas si nadie se asegura de que se cumplan?

La ciudadanía y las empresas lo sabemos bien: cuando nos dirigimos a la Administración para cualquier trámite, por pequeño que sea, nos enfrentamos a un escrutinio riguroso. Sabemos qué se nos exige, cómo cumplirlo y que, de no hacerlo, la maquinaria sancionadora caerá sobre nosotros sin contemplaciones.

Entonces, ¿quién miraba para otro lado en Cerredo? ¿A quién no le importaba lo que allí ocurría? ¿Por qué la vigilancia, que se nos vende como implacable, falló estrepitosamente en esta tragedia?

Preguntas que demanda una sociedad necesitada de respuestas. 

Adrián Barbón ha dado un paso en falso en su estrategia de comunicación. Los políticos, en momentos difíciles, suelen recurrir a las sensibilidades personales para tender puentes con la audiencia y justificar situaciones difíciles.

En su última aparición ante los medios, el presidente optó por esa carta: se dolió públicamente de los ataques de la oposición, acusándola de buscar rédito electoral en lugar de aguardar con paciencia las respuestas que arrojen las investigaciones. Para desactivar las críticas, tiró de manual: evocó su linaje minero “por los cuatro costados” y rememoró,, la imagen de “ver a su padre en el hospital”, un enfoque que claramente busca generar empatía y confianza, sugiriendo que comprende e interioriza el dolor que toda la familia minera sufre en estos momentos.

Es una táctica manipuladora, lamentable. Apelar a emociones en lugar de certezas o razonamientos solo sirve para esquivar la responsabilidad y extender una cortina de humo que evite el incremento de las críticas y la presión de sus adversarios políticos.

Una táctica poderosa, sí, pero tal vez menos efectiva de lo que piensa y necesitada de un contexto y de un equilibrio que, junto con argumentos sólidos, evite un incipiente descrédito.

Cuando el huracán Katrina arrasó Nueva Orleans en septiembre de 2005, el entonces presidente de los EEUU, George W. Bush, utilizó un tono muy personal y emocional en sus mensajes para apoyar a sus habitantes. hablaba de la cercanía de su corazón con los damnificados, lamentaba la pérdida de seres queridos y proclamaba su conexión especial con el sur de Estados Unidos.

Era un intento evidente de empatizar, de mostrar que él, desde lo alto del poder, sentía el dolor de la tragedia. Pero mientras Bush tejía su relato de compasión, la realidad en las calles inundadas era otra.

La ciudadanía y los medios no tardaron en señalar lo evidente: la respuesta de la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias (FEMA) fue un fiasco, marcada por la desidia y la improvisación. La coordinación con el gobernador de Luisiana y la alcaldesa de Nueva Orleans brilló por su ausencia, y las alertas previas, que podrían haber mitigado el desastre, no llegaron a tiempo.

El resultado fue una devastación evitable que dejó miles de vidas rotas y una impresión imborrable: estaban gobernados por una administración negligente, carente de preparación y, en última instancia, incapaz de enfrentarse a una crisis con un mínimo de solvencia. 

¿Qué está ocurriendo en la Consejería de Transición Ecológica? ¿Qué pasa con las minas de Asturias? La pregunta que resuena en el aire, cada vez con más fuerza, es por qué las responsables de este departamento parecen tropezar una y otra vez con conflictos de intereses que las vinculan con empresas bajo su supervisión. Nieves Roqueñí tuvo que abandonar el cargo, incapaz de esquivar las sombras que proyectaban los vínculos de su marido y su hermana con el Grupo Minersa.

Ahora, la actual consejera, Belarmina Díaz, se ve señalada por denuncias que apuntan a que su hermano cobraba comisiones de empresarios del sector mientras ella ostentaba la Dirección General de Minas.

La duda es inevitable: ¿es posible que Adrián Barbón desconociera estas conexiones? Y si las conocía, ¿por qué las ha tolerado?  O hay una alarmante falta de diligencia en la elección de cargos públicos, o se está mirando para otro lado ante unos lazos que comprometen la imparcialidad de la Consejería. 

El accidente de la mina de Cerredo promete un recorrido judicial largo. Muchos sospechamos que el resultado no será amable con los responsables regionales. Las irregularidades señaladas y la sensación de que los controles fallaron no hacen más que alimentar la desconfianza.

Asturias se merece gestores capaces y que además quienes toman decisiones no estén atrapados en una red de intereses que, una vez más, pone en entredicho su gestión al frente de nuestra Administración.

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