Asturias Liberal > Pensamiento > Memento mori

Cuando yo era niño en mi casa se compraba el periódico todos los días y mis abuelos repasaban las esquelas, una costumbre que desde la perspectiva de un niño no se entiende muy bien pero que se va comprendiendo con el paso de los años.

Como un buen amigo me dijo un día, las únicas verdades incontrovertibles que se publican en los periódicos de papel son la fecha que adorna el encabezado de cada página y las necrológicas.

Una parte de nuestra herencia latina se refleja en los epitafios y en las redacciones de algunas esquelas, aunque hoy en día es imposible que alcancen el nivel de la antigua poesía funeraria latina, estudiada docta y profusamente por mi tocayo y amigo Aurelio González Ovies.

El periodista y escritor Luis Carandell sentenciaba que “no se podía conocer a los vivos sin haber visitado antes a los muertos”, y esta excusa le sirvió para estudiar la cultura de nuestro país en torno a la muerte y los difuntos y plasmarla en un interesante libro con tintes humorísticos titulado “Tus amigos no te olvidan”.

¿Alguna vez han visto su propia esquela?, ¿se imaginan su epitafio? Supongo que si uno pasa por una grave enfermedad o sufre un severo accidente con claro riesgo vital, tal vez tenga tiempo para preparar el momento de su partida, despedirse de sus seres queridos y manifestar sus últimas voluntades, incluida -en algunos casos- su propia esquela… pero mi pregunta no pretende tener ese sentido tan luctuoso: en este caso me refiero -simplemente- al ámbito profesional o laboral, puesto que en los últimos años la garantía de una estabilidad profesional se está convirtiendo cada vez más en una utopía reservada para un selecto grupo de empleados públicos.

La cuestión viene inducida porque un colega suele decir que él ya ha visto su esquela, refiriéndose a que él ya ha estado muy cerca del despido, esa situación ya la ha vivido y no le teme a lo que esté por llegar.

En una ocasión me confesaba que, a pesar de vivir unas cuantas situaciones límite, a él le miró la parca fijamente un Viernes de Dolores de 2015 (recordando también que en esa precisa fecha Carlos Herrera hacía su último programa en Onda Cero): por aquel entonces su empresa había decidido ascender y darle el mando absoluto de las principales líneas de negocio a un señor que él ya conocía, puesto que habían trabajado en algún proyecto anteriormente con mutua colaboración y sin ningún tipo de problemas.

Aquel fatídico día el ya nuevo director entró por la puerta y nuestro amigo le tendió la mano para felicitarle, a lo que el nuevo jefe -al que alguno ya le había bautizado como “Torrebruno” por su estatura, no por su carácter- le respondió con un “os quiero a todos fuera, a ti y a tu equipo: esta oficina se cierra”; nadie sabía los motivos ni la justificación de aquel cierre, porque la situación en aquella delegación no era mala, se llevaba a cabo un trabajo clave para el negocio de la empresa y con un coste muy contenido… pero la sentencia estaba escrita.

Si el Viernes de Dolores se convirtió para nuestro amigo en un trago amargo y un día de difícil olvidanza, las semanas y meses posteriores se convirtieron en un Vía Crucis en el que iban cayendo, uno a uno, los sentenciados miembros de su equipo: con las más peregrinas e insólitas justificaciones las cartas de despido iban llegando -a veces sin previo aviso- ante la rabia e incomprensión de aquellos profesionales, la impotencia de sus superiores y el lavatorio de manos de los representantes de los trabajadores.

Cuando le preguntaba a mi amigo cómo se podía sobrellevar semejante escenario, él me reconocía que son momentos muy duros en los que se pasa un mal trago, pero que la fortaleza y la resistencia pasaban por mentalizarse en varios estadios:

1. Lo más difícil puede ser tomar conciencia de que vas a tener que defenderte con todo contra tu empresa, algo para lo que no mucha gente está preparada. Él me confesaba que tardó en acostumbrarse a la idea de tener que llegar a denunciar a su propia empresa, a la que consideraba su casa, pero que se había dado cuenta de que su vida real y sus intereses eran los de su familia, su mujer y sus hijos, y que por éstos había que dar la batalla hasta el final.

2. Esta situación era un punto de inflexión. Cuando las intenciones de tu empresa son tan claras, al quedar patente que no eres más que un número y que todos los esfuerzos y sacrificios que has hecho para llegar más allá de lo que exige tu contrato y que las cosas salgan adelante no se tienen en cuenta… se llega a un punto de no retorno: es la señal que necesitas para decir “hasta aquí hemos llegado, a partir de ahora nos ceñiremos a nuestras obligaciones contractuales”

3. Si la decisión está tomada por la autoridad competente (o incompetente, pero responsable de llevar a cabo esa sentencia) es muy difícil que se reconozca el error y que se active una contraorden, por más que se demuestren con argumentos sólidos las consecuencias del desatino; es imposible que un mediocre que ha alcanzado un poder impropio de su capacidad reconozca un error y -mucho menos- dé marcha atrás en una orden: antes bien emitirá una segunda orden (que no se descarta peor aún que la primera) para ocultar su necedad.

Quizás en esta situación de un despido inesperado (una muerte repentina) lo recomendable sea una reflexión serena sobre nuestra valía y trayectoria profesional, qué méritos hemos hecho para llegar hasta aquí, en qué punto nos encontramos y qué nos espera a partir de ahora… porque la vida sigue, estamos hablando sólo de una “esquela profesional”, y en ese sentido mi amigo solía reducirlo todo a una pregunta:

“si te echan del trabajo: ¿pierdes un empleo o pierdes una posición?”

Es obvio que sufrir un despido no es agradable para nadie en su sano juicio (cuando la situación es razonablemente normal) pero, llegados a esta tesitura, nuestro amigo estaba convencido de que, si tu trabajo es acorde a tu capacidad, si eres un buen profesional, el mercado te lo reconocerá y no tendrás problemas para encontrar otra oportunidad igual o incluso mejor.

Por el contrario, si la posición que ocupas no es acorde a tu valía profesional, el mismo mercado se encargará de ponerte en tu sitio en cuanto a responsabilidades, remuneración y desempeño. Reflexionen, pero no pierdan la compostura con meditaciones funestas, seguramente nunca llegaremos a vernos en esa situación, y –de todas formas- recuerden las palabras de Valle-Inclán cuando le preguntaron que qué querría ser de mayor y respondió:

“Difunto. Los finados tienen en nuestro país rango superior”. VALE

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