Asturias Liberal > Asturias > Adrián Barbón no consigue controlar el desastre del Principado en Cerredo

Por fin se produjo la dimisión de la Consejera de Transición Ecológica, Industria y Comercio: una consecuencia inevitable de la presión política no solo de la oposición sino también de sus socios de coalición de izquierda que han terminado por llevar a Belarmina Díaz a abandonar su cargo.

En el pleno de la JGPA de ayer, cuando se conoció la noticia, vimos un espectáculo político que hacía tiempo no se representaba. Primero porque eso de que un miembro dimisionario del gobierno comparezca en la Cámara no tiene mucho sentido. Aún considerando que Barbón ejecutaría la dimisión presentada después de escuchar sus explicaciones ante los diputados regionales, se puede pensar que lo que quería el presidente era dejar bien claro que quien está abandonando el puesto es la única y exclusiva responsable política del accidente de Cerredo y evitar verse salpicado todavía más porque no olvidemos que las dos últimas consejeras del ramo, escogidas por él, han tenido que cesar en sus puestos, una por la vinculación de familiares con explotaciones mineras y la otra por negligencias graves.

Él nombra, él es el último responsable, es discutible trasladar a terceros las culpas propias.

Al cierre del pleno, se produjo un lamentable episodio protagonizado por Adrián Barbón, quien reprochó públicamente a Álvaro Queipo, líder del PP asturiano, no haber contestado una llamada de la consejera Belarmina Díaz. Desconocemos qué pretendía comunicarle Díaz a Queipo, aunque desde la izquierda no tardó en insinuarse que esta «no respuesta» era otro intento de capitalizar políticamente el fatídico accidente.

Resulta irónico observar que quienes sistemáticamente marginan a la oposición y vetan a partidos políticos se indignen con tanta vehemencia ante este incidente. Su enfado parece más una actuación calculada que una defensa de principios.

Además, Juan Cofiño, presidente de la Junta General (JGPA), culminó el espectáculo expulsando al diputado del PP José Agustín Cuervas-Mons por expresar su desacuerdo con lo ocurrido. Un broche perfecto para una exhibición de hipocresía.

Si quedaba alguna duda de que Adrián Barbón está desorientado ante el caso Cerredo, sin rumbo claro para gestionar la crisis (¿acaso teme convertirse en un Mazón asturiano?), su intervención vespertina lo dejó meridianamente claro. En una de sus características alocuciones, más cercanas a la prédica que al discurso político, Barbón ensalzó la decisión de la consejera saliente, Belarmina Díaz, insistiendo con sospechosa vehemencia en que su dimisión fue «libre y voluntaria». El énfasis resulta tan forzado que invita a cuestionar la narrativa.

No contento con ello, arremetió repetidamente contra la oposición, a la que acusó de orquestar maniobras desleales y de ningunear los esfuerzos de su Gobierno por esclarecer el accidente minero. Su discurso, cargado de tópicos, recurrió al mil veces repetido en redes sociales «soy de familia minera» como si ello le otorgara una superioridad moral intrínseca. Añadió un «no todos los políticos somos iguales», pronunciado con esa arrogancia que la izquierda despliega cuando camufla sus carencias bajo un manto de pretendida virtud.

Por si faltaba un toque de melodrama, evocó la figura de Adolfo Suárez, una referencia tan descontextualizada como oportunista, dirigida a conmover a los más nostálgicos.

Un intento de envolverse en un prestigio que le queda grande, en un discurso que revela más torpeza que liderazgo.

Adrián Barbón se encuentra atrapado en una encrucijada sin salida aparente. Se enfrenta a la herencia de una exconsejera, antigua responsable de Minas, cuya gestión está plagada de sombras; unos socios de Gobierno que, temerosos de salir chamuscados, guardan distancias; y una oposición más que motivada y armada con argumentos sólidos para desbaratar cualquier excusa superficial que el Ejecutivo intente esgrimir. En medio de este torbellino, Barbón recurre al manido relato de sus raíces mineras, un recurso tan trillado como innecesario. Invocar a sus ancestros no legitima su discurso ni refuerza su autoridad; es, en todo caso, una torpe excusatio non petita que delata inseguridad.

La dimisión de Belarmina Díaz, lejos de ser un cortafuegos, no logrará apagar los frentes políticos y judiciales que se multiplican.

Estos, lenta pero inexorablemente, estrechan el cerco sobre un Barbón que, desde su pedestal, contempla la escena con la arrogancia de quien se cree idolatrado por las masas y apenas cuestionado por unos pocos.

Sin embargo, su posición es cada vez más frágil, su legitimidad y liderazgo, cuestionados.

Cada día se parece más a Pedro Sánchez

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