
En mi anterior artículo ya advertí al SAM: no pongáis palos en el engranaje. Aviso dado. Hoy, el engranaje cruje… y los palos vienen firmados por los accionistas minoritarios.
Y es que, en la historia reciente de Duro Felguera, el SAM (Sindicato de Accionistas Minoritarios) ha representado mucho más que una sigla corporativa: fue, durante años, una barricada civilizada que ofrecía algo de sentido común entre ampliaciones agónicas y consejos de administración inestables. Mientras los grandes despachos hacían números en Madrid, el SAM sostenía el tipo. No pocos recordarán que en tiempos oscuros —cuando la acción se desangraba en Bolsa y los contratos eran quimeras— el SAM fue la única voz que no se quebró.
Pero algo se ha roto. Y no en Duro, que de eso ya hablaremos, sino en el propio SAM.
El comunicado emitido el 23 de abril es la prueba escrita, con sintaxis incierta y tono de ultimátum, de que el sindicato que sumó durante años, hoy empieza a restar. No por mala fe, sino por agotamiento. No por traición, sino por extravío.

El texto arranca reconociendo el final del compromiso de no vender acciones por parte de sus miembros, algo que en sí mismo equivale a declarar la defunción operativa del SAM como pacto parasocial unido básicamente por ese compromiso. Lo que era un colectivo con capacidad de presión —modesta, sí, pero digna— se convierte así en un archipiélago disperso de inversores hastiados, sin coordinación, sin brújula y, lo más grave, sin propósito común.
Se dice en el comunicado que la negativa de SEPI y de los socios industriales (Mota Engil y Grupo Prodi) a dialogar ha empujado al SAM a esta decisión. Que el mercado no confía en la empresa. Que los resultados de 2024 han sido peores de lo esperado. Que hubo promesas que no se cumplieron. Puede que todo sea verdad.
Pero no toda verdad convierte en acierto lo que parece, a todas luces, un error táctico y un suicidio estratégico.
Porque veamos: ¿qué lógica tiene anunciar la venta de acciones cuando cotizan a 0,285€, muy lejos del 0,76€ de la última ampliación? ¿A quién amenaza eso, más allá de uno mismo? ¿Qué presión puede ejercer quien se declara dispuesto a vender con pérdidas? ¿Y qué valor tiene la promesa de acciones judiciales cuando muy pocos se meterán en eso salvo que Duro quiebre definitivamente?
El comunicado es, en realidad, más un epitafio que una amenaza. Una manera algo ruidosa de admitir que el SAM, como actor colectivo, ha dejado de existir. Y eso, por cierto, es una mala noticia para Duro Felguera. Porque esta empresa —que sigue luchando por salir de la UCI financiera con respiración asistida del Estado— necesita estabilidad. Necesita una acción ordenada, no ruido en la sala de espera.
Y el SAM, cuando fue serio, representó precisamente eso: una garantía de control ético, una voz de los minoritarios sin delirios de grandeza, pero con los pies firmes.
Jugó siempre con limpieza y, lo que es más raro en este país, con lealtad a la verdad, incluso cuando dolía. Y los accionistas del SAM sabían, porque se les dijo por activa y por pasiva, que habían invertido en una empresa en serias dificultades. Sabían, hasta la actual deriva, que su papel era más institucional que contable, más de servicio que de especulación.
Hoy, sin embargo, el SAM parece haber caído en la tentación del gesto simbólico. Ha cambiado la estrategia paciente por la gesticulación. Ha pasado de sumar a incomodar. De ser actor a ser espectador airado. ¿Puede que haya razones? Sin duda. Pero una cosa es tener razón, y otra acertar.
Duro Felguera, por su parte, haría bien en no aplaudir este entierro prematuro. Aunque la empresa sufra por sus errores —que los tiene—, ha contado durante años con el SAM como freno, espejo y respaldo. Perderlo no es una victoria. Es una pérdida. La dirección y los socios de control no pueden permitirse el lujo de ignorar a los minoritarios. Si hasta hoy no los han tenido en cuenta, menos lo harán con el harakiri del SAM.
Queda, por tanto, la pregunta que nadie en la Torre de Control ni en la actual trinchera del SAM ha querido formular: ¿qué se puede hacer ahora?
Porque si unos callan y otros gritan sin dirección, lo que viene no es solución. Es colapso.
Que el SAM reflexione y tienda de nuevo la mano. Después, que la empresa dialogue. Que se recupere el principio básico de que los accionistas, grandes o pequeños, son parte del mismo barco.
Si no, seguirán todos flotando en la misma paradoja: naufragar juntos sin haber zarpado.

Español e hispanófilo. Comprometido con el renacer de España y con la máxima del pensamiento para la acción y con la acción para repensar. Católico no creyente, seguidor del materialismo filosófico de Gustavo Bueno y de todas las aportaciones de economistas, politólogos y otros estudiosos de la realidad. Licenciado en Historia por la Universidad de Oviedo y en Ciencias Políticas por la UNED