
«Antonio» gana 26.000 euros brutos al año. Vive en Gijón, paga su alquiler a tiempo, el coche es de segunda mano y no recuerda la última vez que pidió un crédito para algo que no fuera estrictamente necesario.
Este año leyó en el diario oficial del relato que el Gobierno asturiano había aprobado una “bajada” del IRPF para ayudar a los que más lo necesitan. Y por una vez —sólo por una vez— pensó que algo de alivio fiscal llegaba a su puerta.
Adelanto del final: no llegó
Simulemos: tras aplicar la nueva tabla del IRPF del Principado, su tipo marginal baja apenas unas décimas. La nómina sigue prácticamente igual. Pero cuando presenta la declaración, su devolución es menor. Cien euros menos. Milagro progresista, magia fiscal.
Le bajan el tipo nominal y le recortan por otro lado. Como en los cuentos, lo que el mago te da con la mano, te lo quita con el humo.
Y así como «Antonio», cientos de miles de contribuyentes asturianos viven bajo el hechizo de un socialismo de salón, en el que la justicia fiscal consiste en parecer generoso mientras se exprime a quien cumple. Porque lo que esta reforma propone no es una redistribución: es un decorado.
El arte de maquillar el sablazo
La reforma fiscal que el Gobierno del Principado presenta como alivio es, en esencia, una maniobra de cosmética tributaria.
En los papeles, baja el primer tramo. En la realidad, la rebaja es tan simbólica que se deshace entre nóminas y retenciones.
En cambio, no se tocan las distorsiones de fondo: la falta de deflactación real, los incentivos perdidos para los autónomos, y el silencioso deterioro de la competitividad frente a otras comunidades.
Asturias ya era poco atractiva para invertir. Ahora, también lo es para quedarse. Porque, lejos de estimular el consumo o la inversión, esta “bajada” castiga al que genera, al que produce, al que paga. Se grava con más celo a quienes ya aportaban y no se ofrece un horizonte claro para el crecimiento.
El resultado es previsible: más contribuyentes frustrados, menos tejido económico y una sensación cada vez más generalizada de que se está premiando la resignación y castigando la iniciativa. Hay una lógica perversa en esta ingeniería fiscal: cuanto más contribuyes, más sospechoso pareces.
La clase media queda atrapada entre el relato del reparto y la realidad del recorte. En teoría, se defiende al vulnerable; en la práctica, se debilita a quien sostiene el sistema.
Socialismo de boutique y malabares con cifras

Todo se reduce a un relato. Uno bien encuadernado, con brochazos de “progresividad” y palabras nobles como “redistribución” y “justicia social”. Pero el contenido es de otra tinta. En vez de construir un sistema más justo, se construye una narrativa. Y eso no sería grave si no fuera porque, mientras se compone el discurso, la economía real se asfixia. No es casual que otras comunidades rebajen tipos, bonifiquen sucesiones o atraigan inversiones mientras aquí se opta por el trampantojo fiscal.
Mientras en Madrid se deflactan tramos y se estimula la actividad, en Asturias se celebra que “se avanza” porque la recaudación baja un 0,2%. Y se dice con orgullo, como quien lanza una bengala desde un barco que se hunde. Ni el relato paga las facturas, ni la ideología rellena la cesta de la compra. Y menos aún cuando la inflación galopa y los costes se disparan.
En ese contexto, una rebaja que no se nota, pero que permite al Gobierno sacar pecho, es simplemente una estafa emocional.
Una alternativa silenciada por sistema
Frente a esto, se podría haber hecho otra cosa. Algo que no pase por penalizar a quien gana algo más, ni por impedir que quien quiere invertir en Asturias lo haga sin pensar dos veces.
Se podría haber bajado el tipo general del primer tramo sin subir otros. O mejor aún: se podría haber eliminado recargos absurdos, incentivado a los pequeños empresarios, y bonificado a las familias que deciden quedarse. Oí
Pero no. Eso no encaja en el relato. Aquí, el buen contribuyente no debe aspirar a prosperar, sino a agradecer. A recibir menos, pagar más, y dar las gracias por el gesto. A encajar el golpe fiscal con una sonrisa resignada, porque, al fin y al cabo, “es por el bien común”.
Lo inquietante es que, mientras se aplaude la “justicia fiscal”, se vacían lentamente los bolsillos de la gente real. De los Antonios que no protestan, de los que hacen sus cuentas a mano o en una hoja de Excel y se preguntan dónde fue a parar esa promesa de alivio.
Final sin aplauso
La llamada “vía fiscal asturiana” ha dejado de ser una política económica para convertirse en una operación de imagen. Es una ruta asfaltada con titulares y empedrada con promesas. Pero al recorrerla, uno solo encuentra cargas, tasas y retenciones.
El Gobierno del Principado no ha bajado los impuestos. Ha bajado las expectativas. Ha cambiado el alivio por el recorte, con el envoltorio de una reforma estética.
Y lo peor no es que muchos no lo vean. Lo peor es que, aunque lo vean, ya no se sorprendan. Porque cuando se pierde la capacidad de indignarse ante la injusticia fiscal, el siguiente paso es dejar de creer en la posibilidad de cambiarla.
Y entonces sí: ni relato, ni contribuyentes. Solo humo. Y silencio.
ENLACES RELACIONADOS:
1.CCOO respalda la reforma del IRPF pero reclama más progresividad al Gobierno asturiano.
2.Expertos cuestionan el impacto real de la ‘vía fiscal asturiana’ y alertan de su efecto sobre las rentas altas.

Español e hispanófilo. Comprometido con el renacer de España y con la máxima del pensamiento para la acción y con la acción para repensar. Católico no creyente, seguidor del materialismo filosófico de Gustavo Bueno y de todas las aportaciones de economistas, politólogos y otros estudiosos de la realidad. Licenciado en Historia por la Universidad de Oviedo y en Ciencias Políticas por la UNED