
Fotografía de portada: Estirada del mítico Ricardo Zamora
La portería sigue siendo la zona más ingrata del fútbol: una sola pifia borra 93 minutos de gloria.
Esa figura que pasó de ser una mezcla entre salvavidas, mártir y hombre elástico, a convertirse en una especie de modelo de pasarela con reflejos de jaguar y pies de repartidor de juego. Aclaración: yo llevo de portero toda la vida (ahora en pachangas con barrigones y/o viejunos como yo) pero no pasé de esa primera fase (la de mártir…).
Del mártir del barro al playmaker con guantes
Agarrémonos los guantes que vamos:
ANTES: GUARDAMETAS CON AUTORIDAD
No eran precisamente protagonistas, eran simplemente supervivientes.
- Estatura media: 1,80 m, justitos y gracias.
- Espalda ancha, mirada del más crudo Vietnam y una voz gutural que se oía desde el otro barrio. Cuando no silbaba y te coincidía estar al lado, pues te rompía los tímpanos.
- Salían en los córner con los brazos por delante y si te cruzabas, seguro que volabas… y el balón también.
A los que medían 1,90 se les miraba con recelo:
— “Sí, saca bien de puños… pero cuando el balón va raso, tarda media vida en ir al suelo.”
Aún así, sus grandes fortalezas:
- Visionaban todo el equipo desde atrás y mandaban en el área como almirantes.
- Se tiraban al barro sin miedo.
- Hacían paradas imposibles con el cuerpo a medio girar.
Sin embargo:
Con los pies, tenían el control de un viejo y pesado sofá bajando escaleras. Cualquier pase a un compañero era un “balonazo orientado al caos”.
Antes, el pase del portero era un despeje pedagógico: enseñaba humildad al balón y sufrimiento al delantero.
AHORA: GIGANTES CON ALAS Y GPS EN LAS BOTAS
Hoy en día, un portero que mida 1,80… es directamente, muy pequeño. Los mejores rondan los dos metros, y si no superan el 1,90, casi no pasan ni la criba del filial.
- Llegan al larguero sin saltar.
- Tapan portería como si tuvieran alas de cóndor desplegadas.
- Hacen estiradas que ya los quisiera para sí el Cirque du Soleil.
- Y con los pies… verdaderos malabares, mejor que muchos centrocampistas. Te la dan al pecho, al pie, en largo, en corto, en diagonal y con efecto. Si les pides que te escriban el nombre con el balón, lo hacen.
¿Responsables? Campos perfectos, balones más domesticables, academias desde que usaban chupete y pañales, y una obsesión táctica que ya ni les deja dedicarse solo a parar.
De “parar” a “jugar”: la revolución silenciosa
ANTES: PORTERÍA = RESISTENCIA
Los porteros de antes se pasaban la semana entrenando:
- Saques con la mano
- Salidas con rodilla en alto
- Chorreo de entrenadores gritándoles “¡sal más, jod…!”
- Y una sesión especial: en la penumbra del oscurecer, sesión de tiros y algunas paradas que daban en la cara (¿adrede?), por si acaso
AHORA: PORTERÍA = ARTE MIXTO
- Tienen entrenador específico de porteros,
- Preparador físico personalizado,
- Psicólogo,
- Nutricionista,
- Y probablemente un community manager para paradas “top”. Incluso, saben, según el estado de ánimo del jugador contrario y a dónde vaya su mirada, hacia qué lado va a tirar el penalti.
La portería hoy es un laboratorio: biomecánica, psicología y GPS en las botas.
DE LA ESCUELA DE LEZAMA A…
ANTES: el sello Lezama
Si salías de Lezama, eras medio portero hecho. De ahí salieron leyendas como:
- Arconada (elasticidad pura),
- Iríbar (el Chopo),
- Zubizarreta (el que siempre estaba ahí), aunque no parara ningún penalti pues se dejaba caer casi cuando el jugador empezaba a correr hacia el balón. Obviamente, para el lado contrario,
- Esnaola (que paró como 74 penaltis en la final de Copa del 77),
- Cedrún (más largo que un día sin pan),
- Y un largo etcétera de porteros con mirada guerrera y manos con cicatrices.
AHORA: mundialización del arco
Te puede salir un portero de cualquier rincón del mundo, pero eso sí: si no juega bien con los pies, no lo ficha ni el equipo del instituto.
Escuela, genética y táctica: la triple hélice del portero moderno
LAS GORRAS DE LOS PORTEROS: DEL ICONO AL OLVIDO
ANTES
El sol molestaba. Igual era culpa del cambio climático. Punto. Así que los mismos, sin excepción, salían con su gorra de portero (casi siempre de visera plana), como si fueran a arbitrar un partido de béisbol.
- Servían para algo vital: ver el balón sin quedarse ciego. Y si de paso podía tapar una entrada en falso de su peluquero, mejor.
- Había gorras que ya eran parte del uniforme. Si se la quitaban, el portero parecía desnudo, al menos emocionalmente.
AHORA
- ¿Gorra? ¿Para qué? Si hoy hay más focos en el estadio que en un concierto de Madonna. Además, si hay sol, el portero moderno con su estatura casi llega al sol, gira el cuello como un búho de élite y listo.
- Algunos se atreven a sacar su visera del baúl vintage para calentar… y ya parece que están haciendo cosplay de los años 90.
LAS RODILLERAS: EL ESCUDO DEL GUERRERO
ANTES
- ¡Ay Dios mío, las rodilleras! Eran tan gordas como un bocadillo de tu abuela y tan incómodas como necesarias.
- Se las ponían bajo el pantalón largo, ese de chándal sabe Dios de qué material pues pesaba kilo y medio mojado (con barro, bastante más). O, incluso, con pantalón corto y sobre la “rodilla descubierta”.
- Salvaban articulaciones, orgullo y hasta relaciones familiares. Porque si se reventaban la rótula en un campo de tierra, su abuela les cuidaba como si fuera el último día, pero su madre les retiraba del fútbol en ese mismo momento.
- Eran tan visibles que parecía que el portero llevaba dos flotadores en las piernas.
AHORA
- Nadie usa rodilleras. Porque ahora no hay tierra, hay alfombras verdes de precisión quirúrgica.
- Si un portero cae de rodillas, rebota suavemente sobre una moqueta de césped híbrido. Y queda su huella marcada sobre el mismo, como si su silueta la hubiera hecho el CSI en las películas de asesinatos.
- Y el pantalón largo… extinto. Como el Walkman. Hoy se juega con mallas ajustadas o pantalones cortos comprimidos más que un prospecto médico.
Del polvo y la rodillera al gel de peinado y el pase entre líneas: misma jaula, distinto ecosistema.
CONCLUSIÓN: EL PORTERO VINTAGE VENÍA CON ACCESORIOS
Epílogo: LA PORTERÍA YA NO ES LO QUE ERA… ¿O SÍ?
Antes, el portero era una mezcla entre:
- Obrero de la construcción (por el equipo),
- Monje shaolín (por la disciplina),
- Y marinero en la tormenta (porque entraba en la vorágine del barro sin saber si volvería).
Ahora, el portero parece:
- Un bailarín de ballet moderno pero con reflejos de gacela,
- Y pies educados en la academia de Un Paso Adelante.
Pero si le pones a uno de ahora en un campo de tierra de los 80, sin guantes galácticos (de esos que no te aguantan que los dedos vayan para atrás), sin césped acolchado, con balón de “reglamento” (de los de antes y que pesaban más que algún balón medicinal), y lo haces volar sin rodilleras… Ahí, se acabó la poesía.
De todas maneras, ahora el portero moderno hace cosas imposibles, saca con precisión quirúrgica, domina el juego aéreo, el terrestre y el interlestelar… Pero cuando llega el minuto 94, centro lateral, balón dividido y estadio en silencio… da igual si mide 1,82 o 1,99, si es de Lezama o de Groenlandia. Tiene que parar. Y si no para, se lo comen.
La portería sigue siendo la zona más ingrata del fútbol. Porque ahí, una sola pifia en ese minuto… borra los otros 93 minutos de gloria.
Minuto 94: no hay métricas ni gorras, solo manos, instinto… y destino.

Consultor empresarial.
Germánico en organización, perseverante en las metas, pragmático en soluciones y latino en la vida personal.
¿Y por qué no?