La moda feminista que pretende invadirnos está empeñada en las cuotas. Como la igualdad legal conseguida, tiempo ha, no asegura el negocio sino que lo cancela, hay que ir a por más. La vorágine victimista busca nuevos campos donde dar vueltas al argumento ideológico y, entre muchos otros, resuena hace ya tiempo el tema de “la mujer científica”.

Según los promotores de esa vorágine, las carreras científicas tienen un sesgo heteropatriarcal, un techo que no se ve, pero que está. Ese techo impide, continúan diciendo, que las mujeres se conviertan en científicas.

Mas ¿Por qué se centra el feminismo en las carreras científicas? Puede que les ocurra algo similar a cuando piden cuotas feministas del 50% en los consejos de administración del IBEX 35 y de todas las empresas cotizadas. Se trata de puestos importantes, bien remunerados, con relumbrón y hasta con glamur, en este caso, para unas pocas privilegiadas.

En las carreras universitarias hubo siempre la falsa idea de que las ciencias duras son más prestigiosas que las blandas. Un prestigio basado en estereotipos que falsean las diferencias profundas entre el campo que estudian unas y otras. Sea como sea, y aceptado ese estereotipo como animal de compañía, lo cierto es que la ambición feminista se centra en las ciencias duras como conquista. Pero, la realidad, insisto, es aún más dura que la Física, que las Matemáticas o que la Ingeniería de Minas.

Hablan de techos machistas y la realidad va por otro lado. Persisten en negarla y, por tanto, en estrellarse contra ella. Porque la pregunta que no se quieren hacer es, ¿desea una mayoría de niñas y jóvenes mujeres convertirse en científicas?

Si cualquier mujer lo elige, puede matricularse en este tipo de carreras tan fácilmente como lo puede hacer cualquier hombre. Y si estudia y demuestra talento y tesón, también. Decir lo contrario sería mentir, estoy seguro, pero esta afirmación puede ser mal vista por poco científica, pero sobre todo por retrógrada y machista. Por eso me he ido a fuentes más prestigiosas que la sensata lógica de la acción humana: los estudios científicos sobre qué estudios eligen ellas.

La ciencia y las mujeres

Las carreras universitarias no se escogen según techos de cristal sexistas que condicionan de manera invisible o, más bien, inventada. Veamos qué se ha averiguado sobre lo que ya se sabía:

Los países donde se considera que se ha llegado a las más altas cuotas de igualdad entre sexos las chicas eligen las carreras técnicas o de “ciencias duras” en menor medida que antes de esas políticas. Y aún se le pone peor a los igualitaristas extremos: Argelia, Túnez y Albania (35% de mujeres en esas carreras, de promedio) vencen a Finlandia y a Noruega (20% de esos estudios elegidos por ellas) en feminismo científico o feminización de las ciencias. Y en la India las chicas llegan a un 45% ¿Qué es lo que está pasando? ¿Qué les falla a las feministas y a los hombres que las promueven?

Pues que el feminismo, buscando autoperpetuarse, ha dado vueltas en círculo una vez más. Y es que el planeta de los argumentos y de las políticas, lejos de ser plano, es, como La Tierra, esférico. La diferencia es que las ideas del astro feminizante son planas y circulares, pues en su simplismo ideológico desconfían de la complejidad inherente al mundo real.

Gijsbert Stoet fue quien dirigió el amplísimo estudio anglo-norteamericano que desvela esta verdad incómoda. Un estudio que ahonda, además, en algunas de las causas: si la remuneración que se recibe estudiando Física y ejerciendo esos estudios fuese suficientemente jugosa, habría más mujeres demandándolas. Y más hombres, imagino. Para las mujeres indias, por ejemplo, el plus económico de estudiar y ejercer ciencias duras en aquel contexto social es una ventaja verdaderamente alta y un buen ascensor social.

En Noruega, Finlandia y en las naciones más igualitarias, España incluida, las diferencias salariales entre profesionales de diferentes carreras son menores. Por tanto las chicas apenas eligen carreras técnicas o científicas y sí más de las que precisen un alto y complejo uso del lenguaje interpersonal y de una mayor empatía.

En la carrera de Medicina, con un alto y dificultoso componente de ciencia dura, parece que el factor “empatía”, también presente, es determinante para atraer a ella a cada vez más mujeres. Ni es un problema de “techo de género” ni de capacidades intelectuales. Es la naturaleza, maravillosa y terca.

Si el feminismo falla, ¿más feminismo?

Este estudio, cuya reseña aconsejo leer detenidamente, concluye, no obstante, que si a mayores cotas de igualdad social y económica, menos mujeres se dedican a la ciencia, entonces hay que apretar e insistir más en esas políticas feminizadoras. Lamentable, pero comprensible.

Debemos entender que si esos exhaustivos estudios y las evidencias de sus datos muestran que las preferencias universitarias no se mueven por políticas activas, cuotas u otros inventos “de género”, habría que abandonarlos, ¿no? Pues tras mostrar esto, Stoet reclama más activismo político.

Una vez publicado el estudio o, más bien, para que éste se publicase en la prestigiosa ‘Psychological Science’,  Gijsbert Stoet recomienda incidir en dar más vueltas al mismo círculo preguntando (adviértase su enorme despiste) a las mujeres estudiantes qué les haría decidirse por una carrera científica.

Es correcto que si el feminismo no sabe por qué salen mal sus políticas, pregunte, pero parece que no hace las preguntas correctas. Insistir en lo mismo pero más y más es una medida desesperada para un planteamiento equivocado de raíz. Pero digo que lo comprendo. Sería un desastre para su equipo investigador que por no ser más feminista que nadie no hubieran publicado su esforzado, caro y concluyente trabajo.

Pero en Noruega sí tomaron medidas

No es la primera vez que se investiga esta realidad ni que se llega a la misma verdad. Ya Noruega estaba avisada de todo esto. Hjernevask (Lavado de cerebro) fue una serie de divulgación científica emitida por la televisión noruega hace más de 10 años. La serie constaba de siete episodios en los que se preguntaba a investigadores de diferentes disciplinas sobre el origen innato o aprendido de determinados comportamientos humanos.

En su primer capítulo titulado La paradoja de la igualdad de género  se planteó a diferentes científicos por qué las niñas tienden a emprender profesiones empáticas y los niños profesiones sistematizadoras. Y los resultados fueron exactamente los mismos que los obtenidos por el amplio estudio de Gijsbert Stoet.

La diferencia que hay entre el estudio noruego y el anglonorteamericano es que tras aquél sí se tomaron medidas lógicas y racionales. Poco tiempo después de la emisión de La Paradoja de la Igualdad de Género, el Nordic Gender Institute (como lo de Irene Montero, pero allí), que tenía entre sus objetivos conseguir que las profesiones sean elegidas en igual porcentaje por hombres y mujeres, fue clausurado. El contribuyente noruego se ahorró 60 millones de euros anuales. En España nos ahorraríamos mucho más ¿O no?

Los anglosajones han gastado más en la investigación que los noruegos y, en consecuencia, seguirán gastando más en gesticular intentando feminizar las carreras universitarias. ¿Es de locos o son los noruegos unos retrógrados?

Va a resultar que a las mujeres no les dejarán ya elegir libremente porque, de hacerlo, acabarán queriendo menos, mucho menos feminismo. Sería el fin del negocio.