En mi familia siempre se ha celebrado el día del padre. Recuerdo a mi madre y a mis tías y a mis tíos hablar por teléfono poniéndose de acuerdo para ver qué le regalaban al abuelo y nos preparaban a los nietos y las nietas, días antes, para que cuando fuésemos a verle, le lleváramos algún regalo o detalle porque era su día.
Detalle que solía ser un dibujo o foto dedicada, que se iba a ver recompensado con el bizcocho de la abuela, un chocolatín y -si había suerte- con alguna lagrimilla del ínclito homenajeado. Eso demostraba haber sido el más certero en la diana de su corazón.
Le recuerdo más feliz que una perdiz porque tenía alrededor a toda su prole junta. Y los que faltaban, que estaban trabajando en Alemania, le llamaban por teléfono para decirle lo que le echaban de menos y lo que le querían, aunque estuviesen lejos. Una llamada larga, ¿eh?
Que entonces se oía siempre a la abuela decir: ¡que cortéis el rollo que les va a salir por un pico! Pero es que se terminaba poniendo al teléfono toda la familia porque todos queríamos decirnos lo que nos queríamos y lo que nos echábamos de menos… Mecachis, ¡que la alegría nunca podía ser completa!
Aquello terminaba siendo un aquelarre de demostración de cariño y muestras de amor, alrededor de mi abuelo. ¿Habrá algo más bonito y reconfortante que las manifestaciones de amor y el sentirse uno querido?
Eso, sin contar que llevábamos toda la semana preparando en el cole un “trabajo manual” para regalarle al padre propio, el que teníamos en casa… ¡A papá! Que sí, señoras y señores, que por más estupendos, estupendas y estupendes que se pongan algunos, algunas y algunes, ¡Sólo hay uno!
Pues eso, ¡madredelamorhermoso!, qué ilusión porque nos quedase bien el regalito, cuánto esfuerzo para que quedase bonito y saliese perfecto. Y lo llevabas a casa, rezando porque ese día no te fuese a buscar él, que si no se iba a espachurrar al tener que esconderlo (entonces no había esas mochilas tan maravillosas de ahora que te cabe de todo).
Había que guardarlo en un lugar seguro, no fuera a encontrarlo antes de que llegase el día y se fastidiase la sorpresa. Menos mal que nos ayudaba mamá. Ella siempre encontraba el lugar donde a papá “jamás” se le iba a ocurrir mirar. Y además nos aseguraba que habíamos tenido unas ideas geniales y una buena mano estupenda porque habían quedado todos preciosos.
Pues oye, “mano santa” que se decía entonces, porque nos íbamos a la cama tan felices, sabiendo que cada regalo iba a poner contento a nuestro progenitor XY (¡esto de que se le podía llamar así nos hubiera dado mucha risa!).
Y llegaba el día y el primero que se despertaba daba la voz de alerta para salir pitando a la cama de mis padres y echarnos -literal- encima de nuestro queridísimo papá para felicitarle y hacerle saber -por si tenía alguna duda- que le queríamos muchísimo.
Ahora que, tanto mi padre como mis abuelos ya están todos en el cielo… ¡Qué agradecida estoy de haber vivido estos momentos de absoluto y puro amor con ellos!
He de decir que a mi abuelo paterno nunca le conocí porque le mataron en la guerra, y por eso, ese día, era de obligado cumplimiento pasarnos por el cementerio viejo del pueblo a llevarle unos claveles rojos, que decía mi padre que eran sus flores favoritas. Y ponerlos al pie de una cruz sin nombre porque allí no estaba su cuerpo, que no le habían encontrado.
Pero mi padre siempre nos dijo que aunque el cuerpo no se sabía dónde estaba, su alma, que era la que contaba, seguro que estaba en el cielo y desde allí nos veía y nos cuidaba. Y una, casi podía sentir su abrazo, lo prometo.
Así crecimos y así nos enseñaron, de la manera más natural y sencilla, a celebrar el día de San José, que por eso era el día del padre, porque él era el padre de Jesús.
Y ahora resulta, que ya peinando canas, y esforzándonos en transmitir a nuestra propia prole estas costumbres tan bonitas y felices, llegan unos listos para nada, que parece que hayan descubierto la pólvora y que intentan convencer a quien se deje, que antes de ellos vivíamos en las cavernas, dándonos golpes y arrastrándonos por los pelos unos a las otras, y van y nos dicen que el día del padre no se debería de celebrar porque hay muchas clases de familias y algunas se podrían sentir ofendidas. ¡Mecagoentoloquesemenea!
Pero ¿de dónde ha salido esta gente?, ¿en qué tipo de familias se han criado y qué mala suerte de padre o abuelos han tenido que padecer?, ¿qué tipo de personas quieren que los demás sufran sus carencias y desgracias?
Porque ellos, ellas y elles no lo saben, pero ellos, ellas y elles, son unos desgraciados.
¡Feliz día del padre a todos los que lo celebréis! Sí, en masculino. Gracias por seguir existiendo.
Pedagoga por la Universidad Pontificia de Salamanca y Psicóloga por la Universidad de Oviedo