Nota de inicio (también hay una nota al final): Reconozco que este artículo tendrá poca difusión, pues sólo un ánimo valiente se asoma a la verdad.

“La escritura esotérica es el arte de escribir entre líneas. Es una forma de comunicación que se dirige a un público potencial más allá del público real” (Leo Strauss)

Resulta chocante comprobar cómo determinadas personas pueden desviarse de lo justo y de lo verdadero sin que cambien un ápice el semblante. Nada. Ni un polígrafo, por sofisticado que fuera, podría detectar el más leve enrojecimiento o temblor del que dedujéramos el más mínimo sentimiento de vergüenza.

La vergüenza, ya saben, es esa forma de estremecernos cuando sabemos que hemos faltado a la verdad de los hechos, a la justicia en las relaciones o a la firmeza ante las dificultades. Y eso se aprende, ¡o debiera! en la familia, sí, pero también en las demás instituciones sociales: colegio, universidad, grupos de amistad, asociaciones y hasta en su propio partido político. Esto último es ingenuo, lo sé, pero aspiro a que ocurra.

También aspiro a entender las razones que tiene o puede tener un político para no sentir vergüenza cuando ha caído en alguna de esas tres faltas y, además lo sabe. Reconozco en este punto que el más potente sistema desde el que abordar este y otros fenómeno lo proporciona el tristemente fallecido filósofo Gustavo Bueno y su escuela. No hablaré de él, pero sí, en lo que me permita mi capacidad, desde él. Aunque aplicándolo a nuestro genérico político de referencia, la verdad es que resulta sencillo. Veamos.

Supongamos la existencia de un gobernante cualquiera que, como todos los cualquieras, reacciona exageradamente ante un grave problema en el que tiene una grave responsabilidad. Y que no lo hace por primera vez.

Obviamente debe de tener un largo entrenamiento. Sin duda que algo de eso hay. Pero no sólo es eso. Su psicología adiestrada a mentir, exculparse, tuitear en exceso, buscar terroristas, amenazar con leyes, etc. forma parte necesariamente de un contexto. Estamos codeterminados, tiene escrito Bueno. Pero ¿qué codeterminaciones puede tener ese concreto y supuesto cargo importante?

Puede sostener su ánimo ante la verdad adversa, la justicia que estorba su paso o la cobardía al asumir los hechos y sus culpas, por la esperanza de un cielo prometido. A él puede parecerle un cielo el mero sentarse cómodamente en, por ejemplo, el Congreso de los Diputados. Por ello hace falta un partido que premie su resistencia al polígrafo.

Puede saber que sus rentas, sus caudales mayores o menores están, cree él, asegurados. Una paga vitalicia cada vez que cese de un cargo para pasar al siguiente está bien, ¿no? Y si su nombre figura en un listado panameño, colombiano o con cualquier otro gentilicio y no queda expuesto a la vista de todos, pues también bien.

Como estamos codeterminados y al personaje de alto cargo le sucede igual, no dependen sólo de él sus caídas morales. Hay un partido detrás, hay un contexto institucional que le garantiza en buena parte que lo que hace goza de cierta o mucha impunidad.

Así que no pasa nada si tiene que seguir cuatro años más en su esfuerzo presente por faltar a la verdad tan tozudamente como haga falta. Lo que sea. Pero, eso sí, los cielos prometidos, que lleguen.

Si no el asiento político confortable, sí un asiento contable donde sea y donde no se vea tributando, además, lo menos posible, es decir, cero. Aunque pensándolo bien, ¿por qué renunciar a uno de los asientos? Vencer al polígrafo ha de pagarse bien.

Acabando este escrito reafirmo que he faltado a la verdad completa en su título, aunque ya avisé. Porque, siguiendo lo de la codeterminación, un mal político subsiste, también, porque no tiene quién le confronte desde la verdad. Carecemos de instituciones que combatan suficientemente al mal político, porque aún no hay españoles de muchos sitios, tampoco de Asturias, oponiendo sus propias decisiones a los dictados de ellos,…. y por muchos otros porqués que ya conocemos.

Y sólo en el párrafo anterior he dejado de hacer lo que Leo Strauss dijo que hacía.

Nota final: Para la lectura profunda de este texto recomiendo el navegador Tor. Dicho queda.