En muy breves fechas voy a votar para los tres niveles de administración, la local, la
autonómica y la nacional. Y como no sé a quién votar, trataré de que éste escrito me sirva para
reflexionar sobre ello. Mi primer pensamiento es ¿mi voto vale para algo? Gracias a la ley D’Hondt, para que un partido logre alcanzar un escaño ha de conseguir X número de votos, según sea la circunscripción y la cantidad de población.

Por tanto, para un determinado territorio, con 20.000 votos ya se alcanza, y en otro hacen falta, por ejemplo, 30.000. Esto implica una desigualdad entre españoles, ya que los votos no valen igual en una u otra de las más de 50 circunscripciones que hay en España, y con menos votos logran su representante.
Pienso que la ley D’Hondt debería ser derogada y votar en una circunscripción única para todo
el país, sería lo más democrático.


Por otro lado, si el partido que a mí me gusta alcanza un número de votos X-1 significa que no
se alcanza a ocupar el cargo y todos esos votos quedan sin representar en el parlamento o
ayuntamiento. Por tanto, mi voto, según a quien vote, puede no servir para nada. Como tirarlo
a la papelera. Lo cual me lleva a mi primera determinación: tengo que votar a uno de los 4 o 5
partidos más grandes, para que mi voto sirva y sea representado.


Llegados a este punto, trataré de discernir a cuál de ellos votar. Tenemos, según la primera
conclusión, los cinco grandes partidos: Morados, Rojos, Naranjas, Azules y Verdes. Si eliminara
de la ecuación a los partidos que me han mentido, que no han cumplido con lo prometido en
campaña, probablemente no quedaría ninguno.
Este asunto, el del incumplimiento del
“contrato electoral”, merecería un comentario más profundo, pero en todo caso no es lo
mismo no alcanzar a hacer todo lo que se prometió, por las circunstancias que sean, pero al
menos haberlo intentado
, que haber prometido una cosa y hacer lo diametralmente opuesto.

No cumplir lo prometido, o sea mentir, debería tener algún tipo de castigo y no salir gratis. Sería
lo más democrático.


Si en cambio mi criterio fuera un estricto y riguroso sentido de la democracia, posiblemente
tampoco votaría a ninguno, puesto que los partidos no son democráticos. Hay un líder, que se
elige en un congreso, más o menos amañado por el “aparato” del partido, y a partir de ahí el
líder designa quien hace las listas, quien está en ellas, lo que hay que decir y lo que hay que
hacer. Y al que se salga del guion, se le echa de las listas.

Lo cual convierte nuestra supuesta democracia en un oligopolio, ya que hay un cacique rojo, otro azul, otro morado… y entre esas pocas personas gobiernan y deciden el rumbo del país. Las listas deberían ser abiertas, y personas independientes deberían poder presentarse como candidatos sin necesidad de la
pertenencia a un partido. Sería lo más democrático.


Otros criterios por los que podría dejarme llevar, aunque son extremadamente
autodestructivos y pueriles:

  • “Votar al de siempre”, mantener el statu quo y que nada cambie, y si nada cambia,
  • tampoco irá mejor.
  • “Voy a votar a Mortadelo y que se jodan”, o votar nulo, equivale a tirar el voto por el
  • desagüe. Usar el voto como bola de barro contra el sistema, inútil e infantil. El sistema
  • ha de ser cambiado por sus propios mecanismos, una rabieta no cambia nada.
  • “Votar al XXX porque a mi abuelo lo mataron los ZZZ”, o viceversa, manteniendo una memoria generacional, que después de tanto tiempo, resulta totalmente absurda. Aquellos hechos, de hace casi 90 años, ya no influyen en las políticas que se llevan a cabo en el presente, por mucho que, demagógicamente, haya quien agite los fantasmas del pasado para generar división y miedos, aparte de que en nada se parecen los partidos políticos actuales a los de aquellos tiempos.
  • “Votar a XXX, porque es muy guapo”, dando una idea de gran “nivel” democrático y “sólidos” fundamentos ideológicos.
  • “Votar al XXX porque yo soy del XXX”, como si de un equipo de fútbol se tratara, o una fe laica, donde los “nuestros” son los buenos, los que saben, los que lo harán bien, pero ni sé quién se presenta, ni lo que quiere hacer, ni si será favorable o contrario a mis intereses, tal vez incluso sea un partido que está legislando en mi contra…


En definitiva, si quiero que mi voto sirva para algo, lo que debo hacer es enterarme de lo que
cada partido propone en su campaña, estar informado, qué línea ideológica tiene y si me
parece que creará más prosperidad o será más favorable a mis propios intereses, y en un acto
de fe, pensando que lo que prometen lo cumplirán, votar al que más o menos se acerque a ése
ideal mío.

Y si al final los que voté gobiernan, y lo hacen bien según mi criterio, sin casarme con
nadie ni caer en fanatismos, los vuelvo a votar, y si no, dentro de 4 años, voto a otros. Sería lo
más democrático.