Vaya por delante el mayor de los respetos por Gabo. En ningún momento pretendemos equiparar su obra maestra con lo que pasa por estos lares. Tampoco que el amable lector busque correspondencias entre Florentino, Fermina y Juvenal y los protagonistas de una historia de amor con origen en Laviana y final en Oviedo pasando por Gijón, que es cosa que suena a línea de Feve pero con la que tampoco, insistimos, se busca analogía alguna.

Una de las cosas por las que destaca Yolanda Díaz, al margen de su supuesta capacidad, es por la efusividad que muestra. En otro momento decíamos que es pródiga en abrazos, besos, carantoñas. Si te la encuentras en un acto acabarás besuqueado, manoseado, achuchado. Siempre con una sonrisa. La estrategia debe de serle de utilidad porque es la más valorada en el CIS, cosa que nos lleva a pensar qué esta pasando en este país, pero eso es una cuestión que los expertos habrán de desentrañar.

No ha inventado nada Yolanda Díaz. En Asturias llevamos unos años siendo engatusados por una política (mujer) que aparece en los medios mostrando un afecto y un cariño por sus compañeros de política (actividad) de una manera que jamás se había utilizado. Es cierto que glosar las virtudes de tus compañeros de formación es algo frecuente. Si tienes un micrófono delante y te piden una valoración resulta adecuado mostrar algún elemento positivo que apoye la idea de por qué está aquí o va a trabajar allí.

Nuestra Yolanda Díaz es Carmen Moriyón. Tiene una relación íntima, intensa, emocional con sus compañeros de partido. Bien es cierto que alguna vez ha devenido en odio, rechazo, repulsión, pero han sido escasas las ocasiones. Véase en qué quedó la inicial admiración por Álvarez-Cascos o el duro golpe que sufrió cuando el presidente cedió su número uno para que otros continuaran el proyecto de Foro.

Lo normal es lo contrario, es decir, la adulación: un ejemplo es ése al que hicieron creer con alabanzas y comentarios elogiosos durante largo tiempo que llegado el momento podría encabezar la candidatura por Gijón y al que dejaron en segundo plano cuando todo el trabajo estaba hecho, las naves preparadas, el velamen desplegado y un viento más que favorable. Ninguna novedad.

Últimamente el centro de sus alabanzas es Adrián Pumares, su hombro amigo en el duro trago que supuso la crisis de Foro. Le gusta su forma de ser, su perfil, goza de su absoluta confianza. Siempre que habla de él no parece que hable de un compañero: es un amigo, un confidente, alguien leal, fiable. Y Pumares responde en idénticos términos, en una danza constante de idas y venidas de bonitos mensajes, de sentimientos a flor de piel, tal vez de amor, sí, por qué no, amor en una de sus múltiples formas.

Tanto amor hay que Moriyón ha salido en todos los medios entendiendo la mala situación por la que pasa Pumares tras el pacto de Foro con Vox en Gijón. Se quieren tanto que Pumares, tras un periodo de reflexión de 48 horas de esos que tanto gustan a los que poco la practican, ha hecho lo que todos sabíamos: callar y seguir de diputado en la Junta General.

Lo de callar quizá no sea exacto: ha buscado una palabra  que sirva para mostrar su indignación al respetable pero que no moleste a los de casa. La palabra para referirse al pacto de Gijón es “incomoda”, que viene a ser algo así como un no me gusta lo que ha pasado en Gijón pero tampoco es tan grave como para que dimita.

Es cosa municipal y yo estoy en lo autonómico. Rueda de prensa, gesto circunspecto, palabras ensayadas con esos que anhelan ser llamados spin-doctor y a seguir. No dice más porque se aprecian, admiran. El teatrillo continúa horas más tarde con la presidenta en los medios mostrándose comprensiva, cercana.. en su papel.

Le apoya a pesar de los ataques de Vox a cuenta de la oficialidad. Hay un vínculo emocional, por encima de divergencias. En Foro son familia, no organización, superan las discrepancias. Si dimiten un vicesecretario, un miembro de la comisión directiva o el candidato por Oviedo, salimos con un “no son tantas dimisiones” y añade el desvergonzado recurso de señalar que no tiene “constancia” oficial de lo sucedido. 

Quería ser alcaldesa de nuevo a cualquier precio y si había que, con buenas palabras, quedarse con el  trabajo realizado por sus compañeros durante años en Gijón, lo haría; si había que mirar para otro lado ante aquellos que insultaron a su aliado más cercano, se haría. No importa nada más. 

No destriparemos aquí el final del libro de García Márquez pero aprovecharemos para ubicar la trama, ya que el autor no lo hizo, en nuestra Asturias. Lo que sí diremos es que, en nuestra versión, la historia va por un camino en el que Florentino y Juvenal acaban (políticamente) juntos.