Hoy es 8 de marzo , declarado por la ONU en 1977 como el Día internacional de la mujer, conmemorando de ésa manera la efeméride del 8 de marzo de 1917, donde una huelga de mujeres en Rusia, pidiendo Pan y paz, desembocó en la caída del zarismo y el reconocimiento de su derecho al voto en aquel país.

Este día se ha usado tradicionalmente para manifestarse y reivindicar la igualdad entre hombres y mujeres, todo ello supremamente legítimo mientras hubo legislaciones discriminatorias, pero en mi opinión todo eso ha degenerado en una suerte de “guerra de sexos” que no tiene ningún sentido, y que nos hace a toda la sociedad más débiles y divididos. Tal vez a ciertos grupos políticos que viven de explotar la división les conviene, y lo fomentan.

Si bien es cierto que con la legislación previa  a la Constitución del 78 existía un cierto paternalismo machista hacia la mujer, y necesitaban permiso del padre o del marido para determinados actos como viajar al extranjero, o abrir una cuenta en un banco, desde la aprobación de la Carta Magna, en su artículo 14 establece claramente que “Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo , religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social” .

Con éste sólo artículo puede echarse por tierra cualquier tipo de discriminación que la legislación pueda establecer con motivo del sexo de las personas, como así ha sido recientemente con la ley 8/2021 de 2 de junio que modificaba las pensiones sólo de las madres, mejorándolas por razón de haberlo sido. El Tribunal Constitucional, como no podía ser de otro modo, declaró que si les correspondía a las madres, también debía corresponderles a los padres.

Grupos a veces mal llamados “feministas” reivindican discriminaciones hacia la mujer, situaciones de violencia, cuotas obligatorias en determinadas profesiones o círculos de poder, en base a un “machismo histórico” que hay que combatir y demoler, pero que sólo está en sus cabezas. Lo que hay que defender, por encima de todo, legislativamente, especialmente a través de la educación, y de cualquier medio al nuestro alcance, es la libre elección de las personas de su propio proyecto vital.

A nadie debería a éstas alturas llamar la atención que un hombre quiera ser matrona o modisto, o una mujer camionera o militar. No por ello hay que establecer ninguna cuota, que ya de por si constituye una discriminación, aunque sea en sentido positivo. Cada quien que estudie o trabaje según sus gustos y preferencias.

No inventemos tampoco “brechas salariales” inexistentes. En España, con datos de 2022, aproximadamente el 80% de los trabajadores por cuenta ajena lo hacen bajo las condiciones de un convenio colectivo, en el que se establecen los sueldos a pagar en función de las tareas y categorías, nunca del sexo de los trabajadores. Una persona de igual categoría que otra, con las mismas funciones, ganará lo mismo. Sea mujer u hombre. Y si eso no se cumple, es ilegal y denunciable.

Del resto de trabajadores, cada cual negocia su sueldo con la empresa contratante en el momento de comenzar su empleo, por lo que se entiende que si acepta el encargo y continúa en él es que está de acuerdo con las condiciones. En estas transacciones pesan más las reglas del libre mercado, la oferta y la demanda, la escasez o abundancia de personas formadas para un determinado puesto, que el sexo de la persona a contratar.

Sí es cierto que hay un mayor número de contratos a tiempo parcial desempeñados por mujeres, supuestamente para facilitar la conciliación familiar, pero si esa ha sido su elección personal, sacrificando tiempo de trabajo para dedicarlo al cuidado de la familia ¿Quiénes somos para juzgar esa elección personalísima? Cada quien organice su vida como quiera.

Pero como siempre, las estadísticas siempre se pueden retorcer para arrimar el ascua a cualquier sardina. Hay varias frases memorables acerca de éste tema que no me resisto a recordar : “Si torturas los datos el tiempo suficiente, confesarán lo que quieras” Ronald Coase. “El único propósito de la estadística es hacer más creíble una mentira” Anatole France o “Hay tres tipos de mentiras: mentiras, mentiras malditas y estadísticas” Mark Twain.

Así, si sumamos los sueldos de todos los oficiales de 2ª varones, por poner un ejemplo, el convenio del metal de Cádiz y los dividimos entre su número, y los de todas las mujeres de la misma categoría y convenio, y la dividimos entre su número, nos resulta que el sueldo medio de ellas es más bajo. Aplicando el mismo convenio ¿Cómo es posible? Pues porque hay más mujeres que trabajan a tiempo parcial que entre ellos, y al tomar así los datos, los falseamos porque no calculamos en base a las horas trabajadas, si no al número de puestos laborales, y así descubrimos una brecha salarial imaginaria que hay que combatir con uñas y dientes. A pesar que no haya nadie que pueda presentar dos nóminas de hombre y mujer del mismo convenio y mismas condiciones que difieran en un solo céntimo.

Eso es más fácil de falsear cuanto más amplia se elija la muestra estadística, incluso excluyendo determinados puestos donde ellas cobran más que ellos, como por ejemplo entre las modelos de moda.

De modo que, y en resumen,  para mi, el 8 de marzo es un día triste. Un día que debería servir para recordar y conmemorar las históricas conquistas que en materia de igualdad de derechos entre las personas, pero que en los últimos años se ha convertido en un día de división y enfrentamiento, de sectarismos y de incomprensión, fomentados por los y las (permítaseme la licencia) políticos que viven del conflicto y que sin él no tienen contenido ni nada que proponer.

Hombres y mujeres no somos ni rivales, ni enemigos. Somos complementarios, cómplices y compañeros. Donde no alcanza uno, lo hace la otra y viceversa. Y ninguno de los dos es más que el otro. O así lo veo yo.