Masterchef

Menuda se ha armado en Masterchef, el veterano programa de Televisión Española que no hará falta describir por la enorme popularidad de que goza pero que, a modo de resumen, diremos que se basa en la competición entre un grupo de aspirantes por ser el mejor cocinero y conseguir, entre otros premios, un curso de formación en el Basque Culinary Center, un centro de prestigio mundial. Del programa han salido ganadores que han abierto restaurantes premiados con estrellas Michelin lo que demuestra el éxito de su planteamiento y la labor realizada.

Evidentemente no hay que olvidar que es un concurso televisivo sometido a unas estrictas reglas, a un definido guion que nada deja al azar y que conduce tanto a concursantes como al público por caminos bien marcados. No se improvisa nada.

En este tipo de concursos siempre hay un jurado que valora el trabajo de los aspirantes. En Masterchef lo hacen Samantha Vallejo-Nágera, Pepe Rodríguez y Jordi Cruz, atesorando Estrellas Michelín y Soles Repsol en sus diversos establecimientos y empresas.

Jordi Cruz tiene fama de ser el juez más duro y esta semana ha surgido una enorme polémica por el trato que dio durante el último programa a una concursante que decidió abandonarlo. Tal fue el barullo en redes sociales que RTVE ha tenido que retirarlo.

Pero, en la línea de lo definido ampliamente como efecto Streisand, se ha difundido el polémico contenido por todas las redes sociales. Es el siguiente:

X (Twitter) y multitud de medios de comunicación se hicieron eco del enfrentamiento y las acusaciones contra Jordi Cruz y la forma en que trató a Tamara, a su “salud mental”, han llevado a exigir su expulsión del programa e incluso a cancelar Masterchef. Hasta la ministra de Sanidad se ha metido en la polémica.

La izquierda, siempre atenta a buscar el ruido con el que obtener réditos sociales y electorales, se ha intentado aprovechar de una situación que dista mucho de ser un atentado contra la salud mental. Quien hubiera visionado anteriores programas de Masterchef habría percibido el tipo de persona que es Tamara y para nada se podría definir como alguien con problemas. Es una persona fría, quizá no muy agradable que incluso tuvo un enfrentamiento con un compañero, Maicol, al que acusó de empujarla cuando no había sido así.

Pero es que además, en el programa anterior al de la polémica, había afirmado ante Pepe Rodríguez que no se dedicaría a la cocina “ni loca” lo que provocó el enfado no solo de Jordi Cruz sino de algunos de sus compañeros porque son decenas de miles de personas las que se presentan al programa, muchos con la intención de labrarse un futuro en el mundo de la restauración, y Tamara solo quería estar ahí “por la experiencia”. En ese momento, en palabras de Jordi, “si estuvieses hablando conmigo, estarías saliendo por la puerta”. En el siguiente programa se produjo la polémica salida de Tamara.

La caza de brujas a la que están sometiendo a Jordi Cruz es inadmisible y, lo que es peor, utilizar algo tan serio como la salud mental para atacarle, lamentable. Porque lo que hizo Jordi es la reacción natural de alguien que ve cómo se desprecia el esfuerzo que están haciendo todos los participantes del programa que se desviven por aprender, mejorar y superarse para llegar a la gran final y ganar. Y recordemos de nuevo que algunos llegan a triunfar en este complicado mundo.

Dos, tres días de virulentos ataques al chef, incluida la cobarde retirada del programa por parte de RTVE, que pierden el sentido cuando el sábado 28 de abril Tamara publica un tuit en el que se comprueba que no tiene ningún problema de salud mental o por lo menos no del que se pretende acusar a Jordi Cruz.

¿Qué ha pasado? Que estamos en una sociedad que está acabando con el esfuerzo, el mérito, el compromiso, el orgullo de pelear por conseguir algo, el dolor del fracaso y la alegría del éxito. Tamara no debería haber entrado y si lo hizo fue un error del programa, pero en ningún momento nadie se excede con ella.

Llega un punto en el que ya no está contenta y decide marcharse, con sus razones, perfecto, pero Jordi Cruz tiene todo el derecho a opinar, a enfadarse por el esfuerzo baldío, a recordar a los que se quedaron fuera, a ofenderse porque el resto de aspirantes sufren por ser mejores, por avanzar y progresar, y ella lo desprecia.

No hay problema de salud mental, no hay maltrato, no hay violencia de Jordi hacia Tamara y la mejor prueba es el tuit de la ex concursante en el que incluso presume de ser más conocida en redes por su trabajo financiero que por haber participado en Masterchef.

No se pueden banalizar los problemas mentales, no se pueden utilizar para obtener rédito personal, social, mediático, para dañar a un tercero que no nos gusta. No os aprovechéis del dolor de los demás.

Cada vez lo vemos con más frecuencia: no se admite el fracaso, mejor dicho, no se admiten las consecuencias del fracaso y en muchas ocasiones se achaca éste a un problema de “salud mental”.

Nuestros hijos no pueden suspender en el colegio, a los adolescentes se les dan mil y una opciones antes de “dejar alguna” asignatura. En la Universidad el nivel es cada vez más bajo para no dejar atrás a nadie que pueda acabar sufriendo un problema grave. Cada vez se exige menos por ese miedo a que el fracaso derive en un problema de salud mental cuando el verdadero problema es que alejarte del fracaso impide que el enfrentamiento y la superación nos lleve al crecimiento personal, a la madurez que nos brinda en autonomía, independencia, libertad.

Y esta barbaridad viene de las nefastas políticas igualitarias de la izquierda que solo conducen al fracaso y a la insatisfacción. Hay que trabajar en la igualdad de oportunidades, en la partida desde un lugar común y desde ahí que cada uno llegue a donde pueda.

Lo que la izquierda quiere es que todos acabemos en el mismo sitio y si alguno se queda atrás los demás también. Es la autopista de alta velocidad cuyo límite lo marca el vehículo más lento. Es decir, quieren el fracaso colectivo de una sociedad que sin competencia jamás avanzará. Y cuídese aquel que pretenda alterar este plan porque tenemos a las hordas preparadas para acabar contigo.

¿Qué sentido tiene disputar un partido de fútbol que sabes acabará en empate? Ninguno.