Asturias Liberal > Economía > Europa y Trump: el proteccionismo europeo se viste de liberalismo

Subvenciones. Esa es la verdadera magia de la Unión Europea y del gobierno español. Un método infalible para que los medios de comunicación repitan lo que conviene a Bruselas sin necesidad de coacción. Con dinero público bien administrado, el argumentario se ajusta como un guante: Trump es un villano impredecible, proteccionista y enemigo del comercio global; la UE, en cambio, es la campeona de la libertad económica, la defensora de la prosperidad y el equilibrio. Pero basta rascar un poco para que el guion se desmorone. Trump usa los aranceles como herramienta de negociación, mientras que la UE impone su propio proteccionismo con impuestos desorbitados y regulaciones asfixiantes.

La diferencia es que los medios no lo llaman proteccionismo, sino “compromiso con el medioambiente” o “armonización fiscal”. En otras palabras, cuando Bruselas estrangula a su industria, es progreso; cuando Trump negocia con aranceles, es un escándalo.

La barrera comercial más grande de Europa es la propia UE

El problema de fondo no son los aranceles estadounidenses, sino que la UE ha diseñado un sistema en el que sus propios productores son los primeros damnificados. El sector automotriz, la agricultura y la ganadería europeas están atrapados entre la maraña regulatoria de Bruselas.

Mientras nuestros productores cumplen con normas cada vez más imposibles—y pagan por ello—, los productos marroquíes, chinos y de otros mercados entran sin las mismas restricciones y con ventajas fiscales. Es un modelo perfecto de auto-sabotaje: la UE se presenta como defensora de sus sectores estratégicos, pero en la práctica se dedica a erosionarlos.

Y cuando los resultados son catastróficos, la solución nunca es menos intervención, sino más.

Von der Leyen: la reina del libre comercio… en teoría

Si la hipocresía tuviera un rostro, probablemente sería el de Ursula von der Leyen en Davos (personificación del consenso entre la vieja derecha y el socialismo de siempre) denunciando la dependencia europea del gas natural licuado estadounidense. Como si aquella situación hubiera surgido por azar y no por la brillante decisión de prohibir el desarrollo de nuestros propios recursos energéticos. Europa no quiere fracking, pero compra gas de fracking. No quiere depender de EE.UU., pero paga el triple por su gas. Inteligencia estratégica en estado puro.

Lo mismo ocurre con la tecnología. Europa no ha perdido la batalla digital por falta de ingenieros o inversión, sino porque Bruselas ha decidido que la innovación debe pagar impuestos confiscatorios y cumplir con regulaciones absurdas. Emprender en Europa es como intentar montar un negocio en un campo minado: cualquier paso en falso y la burocracia te volará por los aires. Pero cuando Von der Leyen acusa a EE.UU. de dominación tecnológica, los medios subvencionados aplauden.

Porque reconocer que el problema es interno significaría admitir que la política económica de la UE es el equivalente a meter piedras en los bolsillos de un nadador y sorprenderse cuando se hunde.

Trump y la realidad del comercio

Mientras Bruselas se ahoga en su propia red burocrática, Trump hace lo que cualquier negociador pragmático: usa los aranceles como instrumento de presión. La UE mantiene un superávit comercial con EE.UU. de 155.800 millones de euros, pero actúa como si pudiera desafiar a Washington sin pagar las consecuencias. Gráfico de ese desequilibrio comercial:

Si ese superávit desaparece, el euro entra en crisis. Si el comercio con EE.UU. se reduce, muchas empresas europeas colapsan. Y si la UE realmente quiere gastar el 3% del PIB en defensa, necesitaría 187.000 millones de euros anuales, una cifra inalcanzable para economías como la francesa o la española.

Mientras tanto, un arancel universal del 10% impuesto por Trump costaría a la UE 260.000 millones de euros, afectando especialmente a Alemania, Francia e Italia. ¿Impacto en EE.UU.? Casi nulo, según Bloomberg Economics. Pero en Bruselas siguen convencidos de que pueden jugar con fuego sin quemarse.

Conclusión: Europa elige el intervencionismo sobre la sensatez

Bruselas tiene una buena oportunidad para corregir el rumbo. Podría eliminar trabas innecesarias, reducir su carga fiscal y devolver competitividad a sus empresas. Pero, si algo hemos aprendido de la política europea, es que la Comisión jamás desaprovecha la oportunidad de desaprovechar una oportunidad.

Seguirán con su fetiche regulatorio, doblarán la apuesta por el intervencionismo y, cuando la economía siga cuesta abajo, la culpa será de Trump, de la inflación o de la alineación de los planetas. Cualquier cosa menos admitir que su modelo es un fracaso autoinfligido.Mientras tanto, en Washington, Trump observa con calma.

Sobre la mesa hay una oferta clara: cooperación o aranceles. La UE, fiel a su tradición de elegir siempre la peor opción posible, se encamina a otro desastre. Pero, por supuesto, los medios subvencionados ya están preparados para venderlo como otro triunfo de la gran Europa.

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