Asturias Liberal > Aportaciones > No todas somos Sarah Santaolalla

 

En el transcurso de uno de los debates electorales de los comicios generales de 2023, Santiago Abascal le preguntó a Pedro Sánchez y Yolanda Díaz qué era para ellos una mujer.

Ninguno de los dos pudo contestar a esta pregunta.

La evidente locura del género a la carta en la que nos metieron convirtió en un monumental desmadre esto de «ser mujer». Hubiera bastado con que respondieran al modo en que, hace años, Gustavo Bueno satisfizo la curiosidad de Julia Otero por saber qué era ser de izquierdas: no ser de derechas.

¿Qué es ser mujer? No ser un hombre. El problema está en que cuando se tolera la estupidez de que un hombre que se siente mujer sea una mujer, la cosa se complica hasta extremos insospechados.

El feminismo administrado en España, ese que ha perdido de vista resolver los problemas que puedan tener las mujeres en nuestro país, ese que ha perdido, sin más, de vista a las mujeres y que se presenta por la vía de los hechos como únicamente interesado en su propia justificación y supervivencia, ha convertido a las mujeres en su principal problema.

No es ya solo que no se preocupe por ellas, sino que hace todo lo posible para borrarlas.

Del «qué es una mujer» al laberinto identitario

Ocurre que en este caos sublime, hay por lo visto, según sus entendederas, mujeres que sí lo son, mujeres bien, mujeres de verdad y no como esas otras que denunciamos los abusos del feminismo administrado y que nos negamos rotundamente a aceptar dogmas de fe que se presentan sin más respaldo que el de eslóganes pueriles como el «hermana, yo sí te creo» o «abajo el patriarcado, se va a caer, se va a caer».

La bobería ha llegado tan lejos que ahora «mujer» se ha convertido casi en una palabra proscrita y, en su lugar, hay que aceptar sumisamente fórmulas tan insultantes como «personas menstruantes» o «seres humanos femeninos».

Sarah Sataolalla

La puntilla a esta majadería se ha mostrado en todo su esplendor en el acompañamiento, con toques de coaching, a la nueva musa del feminismo administrado: la tertuliana Sarah Santaolalla.

La activista y sus acólitos debían desconocer, según parece, que la exposición pública, su casi omnipresencia en la televisión y, sobre todo, sus exóticos pareceres sobre lo humano y lo divino, no iban a ser del gusto de todos.

Hay que estar muy ciego, ser muy idiota (en sentido etimológico) o habitar en una burbuja para vivir en el convencimiento de creer que todo lo que digas va a ser aplaudido por la toda la Humanidad.

Pero estas son las nefastas consecuencias del integrismo progresista: asesinar la dialéctica y el debate para imponer una ideología, con el descaro de añadir que lo hacen «por tu bien».

Las críticas a la tertuliante han sido variopintas, la mayoría sobradamente fundadas en el fondo y algunas equivocadas en la forma, pero lo que es del todo inaceptable es que se afirme que la performance que ha creado la analista, a sabiendas de que le traerá copiosos beneficios, porque tonta no es, es la situación que viven todas las mujeres.

El recurso del victimismo alegando «machismo estructural», cuando lo que has defendido es una soberana tontería con argumentos infantiles, cuestionables o directamente ajenos a la verdad, no solo es insostenible, sino que es abono para afianzar la creencia en tu necedad.

La «mística del feminismo administrado»

La feminista estadounidense Betty Friedan escribió hace varias décadas un libro de muy recomendada lectura, porque pensar es pensar contra alguien, La mística del feminismo, en donde contaba que ser mujer se había convertido en tener que llegar al orgasmo (palabras textuales) por limpiar tu casa, que si no se disfrutaba de esas tareas, ya no se era una auténtica mujer.

Hoy, sin lugar a dudas, podemos hablar de «la mística del feminismo administrado»: un ideal de mujer que el fundamentalismo feminista ha definido muy pulcramente, en el que empoderarse pasa por mostrar la exuberancia de tus atributos sexuales (olvidando que la naturaleza no otorgó esas gracias a todas las mujeres), en el que repetir consignas se ha convertido en palabra de Dios, en el que el «todas a una» se ha hecho obligado, aun a sabiendas de que lo que se dice no tiene ninguna lógica… 

Si no se interviene, el fundamentalismo del feminismo administrado va a terminar con las mujeres.

Hace unos días se hizo hueco en las redes sociales un tremendo alegato en prensa a favor de la activista Santaolalla, «Todas somos Sarah Santaolalla», en el que se hablaba del «duro discurso» de la analista y de ahí los ataques machistas.

No tiene ningún sentido enumerar las tremendas barbaridades, inexactitudes, exabruptos y eslóganes que ha proferido la tertuliana en cuestión, porque esto ya no va de debatir, de razonar, esto, según entienden, va de combatir, de señalar injustamente a quien critica: criticar a Sarah Santaolalla, con independencia de la crítica, es situarte en el lado malo de la historia.

La izquierda más plural, más inclusiva, más feminista, más chula del mundo está enardeciendo los ánimos del personal hasta extremos preocupantes y, lo peor, a sabiendas de lo que hacen y del clima iracundo que están sembrando.

Habrá que recordar hasta la extenuación que Santaolalla podrá decir lo que quiera, pero que el resto podremos hacer lo propio. Aunque, sin duda, lo más importante, es recordar que no, que es mentira que todas seamos Sarah Santaolalla.


EENLACES RECOMENDADOS:
  1. Fundación Gustavo Bueno – efo310. Sharon Calderón: El feminismo administrado
  2. Perfil de Sarah Santaolalla en Cuatro.

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