Estado laico es el que pretende alcanzar una mejor convivencia al ordenar las actividades de los distintos credos, asegurando la igualdad de todos ante la ley, pretendiendo así anteponer los intereses generales de la sociedad civil sobre los intereses particulares.

Se puede defender el laicismo sin «sectarismo» ni «comportamientos antirreligiosos. Esto sería la definición a grandes rasgos del laicismo, pero dista mucho de ser la realidad.

Lo importante a la hora de tener en cuenta cómo funciona o debe funcionar un Estado laico es entender que el mismo no está en contra de la religión, sino que respeta todas las religiones, pero que no adopta políticas de Estado a favor o en contra de una u otra religión. El Estado laico tampoco es ateo, respeta la diversidad de creencias religiosas. Pero uno es la teoría y otro la práctica y los políticos, siempre con tendencia a tomar partido, desdibujan la teoría y la llevan siempre a su terreno.

Ahí tenemos al Ayuntamiento de Gijón, que intenta llevar la laicidad al extremo. Con decisiones  controvertidas, como prohibir que los concejales participen oficialmente en actos religiosos.

Eso sería bueno en países donde conviven múltiples religiones o creencias, no es el caso de España, donde siempre convivimos en armonía y donde la religión católica tiene muchas raíces, aunque en estos momentos a la baja, quizás porque la religión no ha sabido adaptarse al mundo en que vivimos y sigue anclada en un pasado difícil de entender. Pero eso es otra historia y otro tema.

Hablar de laicidad o de separación de Iglesia y Estado, no es nada fácil ni sencillo.

En Francia, cuna del laicismo, tienen una Ley muy específica que controla la injerencia de la Iglesia en los asuntos de Estado, la llamada Ley de 1905, pese a lo cual la Iglesia católica continúa manteniendo su estatus y nunca ha cerrado las puertas de conexión con el Estado. En España, por mucho que se empeñen, nunca hemos tenido laicidad.

Pese a que los artífices de la llamada democracia nos “vendieron” que España es un país aconfesional, la realidad es que no lo es en absoluto. El articulo 16.3 de la Constitución de 1978 corrobora la idea de que España está muy lejos de ser un país laico.

Por eso, hablar de la Semana Santa en estos momentos, no se sabe si más que un hecho religioso quizás encaja más con el concepto de «hecho social y cultural». Es un tipo de manifestación con una estructura dentro del ámbito social, religioso, artístico, económico, moral…

Podemos hacer una pequeña reflexión de lo que supone la Semana Santa. Aparte de las connotaciones religiosas existen otras de índole social, cultural y económicas…

Es evidente que el que busca arte, lo encuentra y el que busca religión también, lo mismo que el que pretende hacer vida social o hasta comercial.

La Semana Santa en estos momentos no se comprende sólo desde la perspectiva religiosa, hay mucha banalidad y, a veces, demasiado espectáculo.

El escaso recogimiento con el que se celebra la Semana Santa en la mayoría de lugares, ha hecho pensar y mucho a obispos, arzobispos y buena parte del clero, aunque con el tiempo se dieron cuenta de las posibilidades que esta festividad ofrece para dar visibilidad a la Iglesia.

En Avilés, Oviedo y Villaviciosa, por poner un ejemplo de Asturias, una inmensa cantidad de gente llena las calles para ver cofrades, cofradías y procesiones, pero además bares y hoteles están llenos durante los días festivos. En Sevilla o Málaga donde esta festividad tiene un esplendor como en pocos sitios, y donde los ciudadanos lo viven con auténtico fervor, tienen una palabra muy usada para definir este ambiente callejero: la bulla. Y en la calle abundan más los amantes de la bulla, que los religiosos devotos. Aquí, en Asturias, diríamos “barullu”, hay más barullu que fervor religioso.

Algunos políticos ya tuvieron la idea en varias ocasiones y se plantearon quitar la Semana Santa, la idea no salió del ámbito de los partidos, pero las críticas de todos los que conocían bien el tema, hicieron que en un partido político como Podemos un dirigente dijera esas cuatro palabras juntas. «Quitar la Semana Santa» son palabras que no deben ser pronunciadas por nadie con aspiraciones políticas.

Por mucho que se hable de la pasión de Jesucristo, de recogimiento o del sufrimiento cristiano, para muchos la Semana Santa supone fiesta, playa, juerga…

En resumen, fiesta pagana o religiosidad popular, nos guste o no, en toda la regla. Y si no es así, una mezcla entre ambos ambientes, en los que se confunden la religión y la fiesta. No hay recogimiento y silencio, hay miles y miles de personas con esa nueva extremidad de nuestro cuerpo, el teléfono móvil, para plasmar las imágenes y luego compartirlas en sus redes sociales. Eso es lo que queda en una parte de la sociedad, vivir los instantes en fotografía para luego enseñarlos al mundo.

Antes, la Semana Santa se vivía y se disfrutaba, ahora se almacena en el móvil para luego compartirlo con un mundo virtual.