A finales de los años 80 del pasado siglo, la cadena norteamericana MTV tuvo la idea de crear un programa televisivo en el que importantes artistas musicales tocaran sus éxitos en directo en un formato acústico. A esta serie de programas se les denominó “MTV Unplugged”: desenchufados, sin cables al instrumento, sonidos sólo captados con micrófonos.

El formato, que -sin duda- ayudó a lanzar algunas incipientes carreras musicales y a revitalizar algunas otras, inmediatamente fue del gusto de los músicos al considerarlo como algo distinto, una especie de jam session entre amigos en la que podían expresar su talento en la intimidad de un directo a muy pequeña escala o hacer versiones de sus éxitos que quizás nunca antes se habían planteado.

El éxito fue de tal magnitud y tan inesperado que la cadena MTV pasó de considerar aquellos conciertos como meros programas de televisión a editarlos y producirlos para su venta masiva en formatos de audio y vídeo que -por supuesto- se convirtieron en éxitos de ventas.

Poco a poco las grandes estrellas fueron sucumbiendo a la moda de los conciertos Unplugged… hasta que le llegó el turno a Bruce Springsteen, un Bruce que venía de un momento incierto después de haber cambiado New Jersey por California, de haber disuelto su E. Street Band y cometer la extravagancia de sacar 2 nuevos discos a la venta casi a la vez que quizás no mantenían la altura de sus composiciones anteriores.

Ya en el escenario, Springsteen inició el concierto con un tema acústico en solitario que se convirtió en un espejismo, puesto que a partir del segundo tema el concierto fue totalmente eléctrico. Esa fue la condición del autor a la cadena MTV para el concierto: ser coherente con su sonido y no renunciar a su esencia.

A veces se me ocurre que nuestra sociedad se está desenchufando: poco a poco nuevos hábitos y costumbres supuestamente beneficiosas para nosotros se nos imponen sin que nos pregunten o sin que tengamos posibilidad de elegir.

Es dramático asistir al cambio que la atención pública ha sufrido y acelerado tras la pandemia del COVID-19: sanidad, organismos públicos, entidades privadas… mientras que la queja común del ciudadano medio son las esperas, la falta de atención y la imposibilidad de entrevistarte con alguien que te atienda, una persona a quien contarle tu caso, tu historia o tu dolencia. Da la impresión de que cada vez tenemos más funcionarios y funcionamos peor.

Si pensamos en las modernas políticas de movilidad, la percepción es que aceptamos mansamente las prohibiciones a nuestros vehículos tradicionales y la imposición de medios de transporte alternativos: ¿nadie se da cuenta de que estamos yendo a una sociedad cada vez más envejecida que quizás no esté en condiciones de moverse en bicicleta o patinete? Apoyo los nuevos modelos de movilidad, pero defiendo su uso desde la misma libertad de poder utilizar cualquier otro medio de transporte.

Por otro lado, resulta que cuando “el sistema” nos ofrecía trabajo estable cerca de casa éramos esclavos (sin saberlo) carentes de motivación para soltar nuestras cadenas y realizarnos, y hemos tenido que llegar al siglo XXI para que nos abran los ojos y darnos cuenta de que “la auténtica realización personal” está en el desarraigo de tener que irte (obligatoriamente) a trabajar lejos de tu casa, con sueldos modestos pero que te permitan a duras penas compartir casa, transporte y licencias para ver tus series favoritas (todo muy de moda).

Podríamos seguir con más ejemplos, pero a menudo pienso que, como sociedad, nos han desenchufado, nos hemos convertido en una sociedad UNPLUGGED y –a diferencia de Bruce Springsteen- ya no reivindicamos ni siquiera nuestra esencia, la libertad de elegir cómo queremos sonar, cómo nos merecemos ser atendidos, cuál será nuestro medio de transporte o las oportunidades laborales necesarias para poder elegir en qué lugar y para quién queremos trabajar.

Ojalá vuelvan días mejores, los “Better Days” con la misma fuerza que Bruce se enchufaba en aquella sesión de la MTV: https://youtu.be/uJwPVpDAAdc