Tengo un colega que está ciertamente atribulado, y así lleva una buena temporada debido a causas estrictamente laborales: es el responsable de uno de los productos de su empresa y las cosas no van bien debido -según me explicaba hace unos días- a causas tanto externas como internas a su organización:

“Uno puede entender que los agentes externos no ayuden (clientes, proveedores, etc), pero es difícil entender que los propios recursos no sólo no sean eficaces, sino que en ocasiones pongan más problemas que soluciones cuando se les pide colaboración”. Lo cierto es que la incertidumbre en los mercados y las organizaciones sigue latente y eso hace que muchas personas hayan cambiado su rol colaborativo por otro extremadamente circunspecto.

Entre los ejemplos con los que me ilustraba su situación me llamó la atención el de unas compras que acumulaban retrasos de semanas: un suministro esencial que antaño se contrataba en dos o tres semanas ahora acumulaba meses de retraso, debido a los mercados… pero también al exceso de celo con el que sus compañeros trabajaban ahora intentarlo tenerlo todo atado y bien atado… hasta el último y más mínimo detalle. En ese momento me recordó un chiste que otro amigo nos contaba en nuestra época de estudiante y que voy a intentar reproducir:

Cuentan que en una ocasión un transportista entró en una pequeña tienda de carretera a comprar un block de notas:

  • Buenos días, por favor, necesito un block
  • Claro, señor, dígame: ¿vertical o apaisado?, le respondió el amable tendero
  • Da igual, tengo un poco de prisa… el que encuentre primero
  • Y ¿de qué tamaño?: ¿tamaño folio, cuartilla, algo más pequeño?
  • Da igual, de verdad, el primero que encuentre, tengo cierta prisa…
  • Bueno, señor, pero yo quiero que lleve el block que se ajuste a sus necesidades, su satisfacción será lo primero para mí: ¿el block lo quiere con muelle o con las páginas grapadas?…
  • Mire, he dejado el camión mal aparcado y necesito un block cualquiera, el primero que tenga a mano…
  • Bien, señor, pero dígame: ¿en blanco, cuadriculado, con renglones?
  • Cuando el camionero estaba a punto de estallar, en la tienda entró otro señor con un inodoro al hombro que le dijo al dueño de la tienda:
  • Mira… ¡el culo te lo enseñé ayer!, ¡el váter que tengo en casa es este!… ¡y el papel higiénico que quiero es ese que tienes en esa estantería!

Y algo así es lo que le está pasando a mi amigo con algunos de sus compañeros: profesionales que antaño resolvían problemas habían perdido la eficacia y se habían vuelto extremadamente circunspectos por la incertidumbre de la situación global o por estar “encorsertados” por procedimientos inútiles y contraproducentes en este momento.

Volviendo al análisis de mi colega, en el que lamentaba de que sus recursos no fueran eficaces, convinimos en que el problema no era de eficacia sino de eficiencia: como saben, un recurso eficaz es aquel capaz de lograr o producir el efecto esperado, mientras que un recurso eficiente es el que es capaz de lograr su objetivo con economía de medios: éste último consigue el mismo resultado que el recurso eficaz, pero en menos tiempo o con un menor coste.

El problema de mi amigo es extrapolable a muchas empresas o a organismos públicos y privados. La sociedad y los mercados han cambiado y demandan agilidad en la gestión, en las respuestas, en la toma de decisiones y en las acciones, porque las nuevas metodologías y tecnologías ya nos ofrecen herramientas que nos permiten funcionar de una manera más eficiente:

No podemos permitirnos que la tan manida “eficiencia” se limite sólo a los vehículos o edificios mientras que los profesionales nos quedamos anclados en obsoletos procedimientos y sistemas productivos de hace años, porque en otros lugares, en otras sociedades y empresas (que compiten en nuestro mismo mercado) las cosas ya se hacen de otra manera.