Como algunos de ustedes saben, la sede de mi empresa estuvo durante un largo tiempo en Madrid, en la calle Jacinto Benavente del Parque Empresarial Las Rozas. Pero quizá no todos son conscientes de que Jacinto Benavente fue un prolífico y sobresaliente dramaturgo español galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1922, hijo adoptivo de Nueva York o Gran Cruz de Alfonso X El Sabio entre otros premios y menciones.

A principios del siglo pasado Jacinto Benavente estaba considerado como una gran figura, una bandera estética, o “el Señor de nuestra escena” del teatro que se hacía en España. Su obra era realista, de hechos cotidianos, sencillo de expresión y en muchas ocasiones elegantemente satírico para dejar en evidencia a la burguesía acomodada y a la sociedad de la época.

De hecho, uno de sus trabajos más destacados es “Los intereses creados” (1907), una obra satírica situada en un tiempo pasado y en una república imaginaria, pero con una acción fácilmente identificable en la escena actual: dos pícaros van urdiendo una trama en la que dejan en evidencia la doble moral de las personas, demostrando que son los intereses los que mueven el ánimo y las decisiones de los individuos, sobre todo cuando se trata de los más poderosos.

El modus operandi es relativamente sencillo: primero se crea el interés y con él llegarán los afectos; cuando las cosas van mal para los pícaros se crea un conflicto y, ante el riesgo de ver en peligro sus intereses personales, todos los afectados cederán en favor de una solución… aunque sea un tanto inmoral.

La prelación de los intereses es clave en el funcionamiento de todo en esta vida, pero esencial en el ámbito de las empresas: cuando hice mis cursos de Scrum el interés máximo era entregar al cliente un producto con el mayor valor posible, para otras metodologías “tradicionales” el interés puede pasar por cumplir con los objetivos de plazo y calidad, por una mayor producción, por un mayor beneficio, por entrar en mercados estratégicos, etc.

Pero cada vez es más frecuente encontrarnos con casos en los que los distintos departamentos de una empresa parece que tienen objetivos o intereses distintos, de tal manera que, salvo que haya alguien capaz de amalgamar esa confluencia de “intereses” y hacerlos confluir en aras al interés común de la empresa, las cosas difícilmente funcionarán de una forma coherente: seguramente a algunos de ustedes también les ha tocado trabajar para algún proyecto en el que una de las partes presenta un ejército de directores o responsables de área que, lejos de resolver algún problema o situación, plantean cada vez más comentarios y dudas que hacen que las cosas se ralenticen hasta la exasperación.

Si las dudas y trabas tienen su origen en una cuestión técnica todo es discutible y al final -después del debate-  debería primar lo mejor para el proyecto, pero el problema aparece cuando esas trabas tienen su origen en la incapacidad de los profesionales o en sus intereses personales: cada hora perdida o –mejor dicho- gastada de más en un proyecto supone un coste que tanto cliente como proveedor van a asumir directa o indirectamente.

Cuando trabajamos en un equipo o para un proyecto se espera de nosotros que seamos resolutivos, solventes, no sólo eficaces sino también eficientes… y que nuestros intereses particulares se subordinen siempre al interés general del proyecto y de la empresa: podemos ser orgullosos “directores de…” o “responsables de…”, pero si en vez de soluciones ponemos problemas flaco favor le estamos haciendo a la empresa que nos paga. Y recordemos que si a nuestra empresa le va mal a nosotros nos va a ir peor.

Cuando se pertenece a una pequeña empresa, se sabe bien que hay que sacar las cosas adelante con los recursos de los que se disponen, pero a medida que las empresas adquieren tamaño van apareciendo departamentos específicos y distintos directores que, como no tengan muy claro que su interés es el mismo que el de su empresa, tarde o temprano harán una vía de agua que puede hundir cualquier nave, por solvente que ésta sea.

Si pensamos en la sociedad, en las administraciones públicas… o incluso en las familias, comprobamos cómo parece que nos empeñamos en aceptar y asumir mansamente la creación y el fomento de intereses particulares o minoritarios que –sin responder a una demanda mayoritaria- chocan con el interés del conjunto y sólo sirven para dividirnos, debilitarnos como sociedad y hacernos menos libres e independientes.

Supongo que cuando Jacinto Benavente escribió a principios del Siglo XX: “mejor que crear afectos es crear interesessabía que tal vez plasmaba el reflejo de la sociedad de aquel entonces, pero no tengo tan claro que sospechara su vigencia un siglo más tarde.