La imagen que preside este artículo centra la cuestión, al igual que lo hicieron mis compañeros y amigos, Aurelio S. Devesa y Gonzalo Botas, en las hipocresías perversas que rodean al caso Vinicius.
Las imágenes son suficientemente expresivas como para no dejar dudas acerca de del sinfín de contradicciones que se vierten sobre todo esto. Hipocresías son porque solamente se señala un insulto, reprobable, como todos los insultos, dentro de un entorno deportivo. Y se magnifica ese insulto como delito máximo porque los medios de propaganda ideológica y las redes difusas y confusas los elevan a delito contra la humanidad.
En el caso de las amenazas y declaraciones de odio contra la Guardia Civil no hay delito, pero para una privilegiada (con todo su mérito reconocido) estrella del deporte, éste es máximo. El esfuerzo de protección y seguridad que la Guardia Civil nos ofrece no es, ni de lejos, comparable con el de toda la rutilancia deportiva y dulce modo de vida de la élite del fútbol. Y aquí, la distancia de trato es tan grande, tan abismal, que no es posible dejarse llevar por las argumentaciones y tertulias de los medios sin desvelar, al menos mínimamente, qué hay detrás de todo ello. Veamos.
El racismo fue condenado en 1948 con la Declaración Universal de los Derechos Humanos y, desde entonces, hechos de los que pudiera extraerse un atisbo lejano o una actitud clara de racismo es enclasado de igual manera. Pero el disparo acusatorio siempre se lanza desde el mismo sitio (Europa y el progresismo rampante) y nunca, ni por error, se da un tiro en el pie.
Esto, en primer lugar, para situar el marco. Pero lo cierto es que en España, con la historia real y confirmada de mestizajes, con leyes precursoras del antirracismo y muchos otros componentes generadores de civilización, la polémica sobre Vinicius es, para nosotros, un completo sarcasmo.
Hechos históricos que contradicen de plano la doble acusación a España de ser actualmente racista y de ser históricamente racista, aclaran desde dónde se diseminaron esas ideas tal y como se presentan hoy.
La citada Declaración fue adoptada por la ONU no sin mucho debate. De hecho, ni la URSS ni otros estados la suscribieron por razones diversas. No obstante, el tramo antirracista, en lo básico, sí fue asumido por todos. Pero, ¿de qué racismo se trata en la Declaración? No de uno genérico, universal, abstracto y uniforme en la historia, aunque esa fue la clara pretensión de las potencias triunfantes en 1945. Tal cosa no existe más que en las palabras y éstas nunca son inspiradas desde altillo alguno, sino desde los hechos (bien a favor de ellos, bien en contra). Lo que existen son racismos concretos y el que motiva la condena en la Declaración es el racismo pregonado como discurso básico por el Nacional-Socialismo, en esencia. Al margen de que, yendo contra el ignominia nazi alemana, se elevara la apuesta para universalizarla. Y sería irresponsable no fijar bien de dónde vino ese batiburrillo ideológico llamado «nazismo». No es sitio para ser exhaustivo en exceso, así que cito sólo el hilo histórico del mismo:
La ideología política romántica desarrollada en el siglo XIX en Alemania exaltó la cultura popular tradicional adaptándola a los nacionalismos emergentes entonces: el alma de cada pueblo, el flok-lore, las lenguas rurales y la superioridad de unas razas sobre otras. Es una ideología, pues, germánica y con extensiones en el mundo anglosajón. Como certeramente dijo el profesor Gustavo Bueno en la conferencia “España”, del 14 de abril de 1998, “hay un camino directo desde Lutero, pasando por Hegel, Fichte, Bismarck hasta Hitler”. Si a alguien le sonara extraño incluir al protestantismo, a la fe de Lutero y de Calvino, como núcleo ideológico y activo del racismo puede ver este breve video de Bueno:
El mucha síntesis, el rigorismo protestante de la Salvación Eterna dividía en dos a los individuos: los predestinados por Dios a salvarse y los condenados, por estigma inapelable, a sufrir el infierno. Adoptar la fe protestante fue fruto de una serie de decisiones políticas que empaparon a las regiones germanas, junto a sus amplios aledaños, y tiñó también la política y la sociedad anglosajona como todos saben, sobre todo en sus tramos más calvinistas. Las conversiones al protestantismo en el Imperio Germánico no fueron individuo a individuo sino en comunidades políticas completas y de golpe, y siempre por decisión del príncipe que las gobernara. El no convertido no recibí la salvación, y ¡qué destino el de aquel cuya vida eterna dependía de la decisión de su soberano!. El ajeno a esa comunidad, tampoco. En el protestantismo bulle el germen de la idea de que hay razas predestinadas y razas no predestinadas.
Y saltando a las colonias anglosajonas y al trato belga y francés a las suyas, el germen racista del protestantismo operó como una maquinaria demoledora. El racismo, la declaración de inferioridad de otras razas tuvo en Europa un reforzamiento religioso decisivo, sí, en Alemania. Y de ahí, filosofías, literaturas y, cómo no, políticas de Estado tiñeron de racismo universidades, instituciones culturales y los nacientes medios de comunicación de masas. Todo empezó por adoptar, bajo interés político, una religión, la protestante, con el objetivo de justificar y alimentar el ataque político y militar al imperio español, el católico.
Y es que, como señala Gonzalo Botas en su artículo, las primeras leyes de contenido claramente antirracista fueron promulgadas por Isabel I, la Católica, y seguidas por sus sucesores en la corona y ampliamente difundidas e impuestas en el pensamiento popular. Frenaron así con mucho más éxito que los estados europeos el execrable fenómeno de despreciar a alguien por su raza o etnia. Tiempo habrá de abundar en este rasgo de «lo español».
Por ello, antirracismo que se propaga hoy día, y el de la Declaración, debería lanzarse a la cara de su racismo, no del español. Pero se aprovecha el «paso del río» por el Santiago Bernabéu para dar una vuelta más de tuerca al mito negrolegendario de España.
Pero antes de que este escrito parezca una defensa acrítica de lo español, vamos a indicar los vectores por los cuales sí se propagaron en nuestro país los discursos, las acciones y los programas racistas.
La autopista de penetración de las acciones y teorizaciones racistas fue la perjudicial adopción en España del romanticismo filosófico, político y étnico alemán, principalmente, para «enmendar» a una nación que la Leyenda Negra presentó y presenta como defectuosa y ocultar que lo que resultaba ser esa nación es peligrosa para los expansionismos británico y francés.
Desde la exaltación espuria de los folclores (cuyo origen popular nada tienen que ver con esencias eternas y sublimadas de los pueblos, sino con bellos ritos y ceremonias grupales agrarias) hasta el uso del sustanciador sustantivo «raza» aplicada por los vascos y los catalanes, principalmente, la vía directa a los separatismos peninsulares se cargó con romanticismo étnico de fabricación germánica.
Esto duró en los medios y en los discursos seudocientíficos y políticos españoles hasta bien entrados los años veinte del siglo XX. Y todo ello lanzado contra Castilla, el núcleo de la España histórica, cuestionada hábil y literariamente por insignes escritores de buena letra y mucha desorientación geopolítica e ideológica. Conocido y confirmado está el racismo del PNV de Sabino Arana y de Javier Arzallus, así como el de la familia Pujol o el mismo Joaquín Torra. Los documentos y declaraciones históricas de esencia racista en ambos nacionalismos desmembradores datan de su nacimiento en el citado siglo romántico. Y, sí, ahí Isabel Ayuso estuvo acertada.
Pero, cómo no iba a ser así si el regeneracionista fracasado Joaquín Costa y el igualmente desorientado Ortega y Gasset creían en que desde Alemania y desde Europa habrían de venir las soluciones al gran «problema» que era España. Sobre esto último lean aquí el magnífico artículo de José María Fernández González. Pura arqueología de las ideas y los documentos.
España, ni en su historia ni en su conformación de ideas con hilos bien entrelazados a su religión, la católica, es ni fue racista. Y no porque el dios de la Iglesia sea espiritualmente mejor (aunque respeto las creencias contrarias y no las desdeño) sino porque el asiento eclesiástico sobre la estructura del Imperio Romano, su Derecho, se implantó también en los reinos cristianos peninsulares que fueron a la postre y aún hoy, España. También y para no abundar más en ello, dejo aquí el video de Marcelo Gullo acerca de la labor generadora frente a la depredadora:
Por todo ello, volviendo al racismo en los campos de fútbol, se explica la desmesura y el histrionismo de la reacción de los medios aún mayoritarios contra el «racismo en España». Porque, aclarémoslo de una vez:
Todo esto no es por educar cívicamente a los españoles, sino para desmoralizar directamente la confianza en su historia, en su labor civilizadora y en su equilibrio de trato para todos los seres humanos que a su paso se han encontrado, frenando jurídica y efectivamente los abusos.
Y sobre las actitudes de hoy, recordemos cómo se coló el racismo en la península.
Español e hispanófilo. Comprometido con el renacer de España y con la máxima del pensamiento para la acción y con la acción para repensar. Católico no creyente, seguidor del materialismo filosófico de Gustavo Bueno y de todas las aportaciones de economistas, politólogos y otros estudiosos de la realidad. Licenciado en Historia por la Universidad de Oviedo y en Ciencias Políticas por la UNED