En las últimas horas, un joven brasileño ha dejado en evidencia a la sociedad de nuestro país. Cansado de soportar no sólo faltas y agresiones dentro del terreno de juego, sino también insultos y vejaciones por parte de muchos aficionados, ha dicho basta y este pasado domingo él mismo tuvo los arrestos y la valentía de parar un partido y denunciar a una parte del público que lo estaba llamando “mono”. En sus redes sociales, y una vez terminado el partido, Vinicius Junior publicaba textualmente:

“No era la primera vez, ni la segunda, ni la tercera. El racismo es normal en La Liga. La competición cree que es normal, la Federación también y los adversarios la alientan. Lo siento. El campeonato que alguna vez fue de Ronaldinho, Ronaldo, Cristiano y Messi hoy es de los racistas. Una hermosa nación, que me acogió y a la que amo, pero que accedió a exportar al mundo la imagen de un país racista. Lo siento por los españoles que no están de acuerdo, pero hoy, en Brasil, España es conocida como un país de racistas. Y, desafortunadamente, para todo lo que sucede cada semana, no tengo defensa. Estoy de acuerdo. Pero soy fuerte y llegará hasta el final contra los racistas. Aunque sea lejos de aquí.”

Ante los hechos acaecidos en el partido del domingo y denunciados por el jugador, su entrenador -Carlo Ancelotti- declaró que “La Liga tiene un problema con el racismo”:

La denuncia en redes de Vinicius Jr. hizo que, mientras algunos periodistas españoles en los programas nocturnos con más audiencia debatían sobre si Vinicius es un provocador y por ese motivo le insultan (señalando el dedo y no la luna, como estos gurús de opinión vienen haciendo desde hace años), la prensa internacional se hacía eco de un supuesto problema de odio racial en España, rápidamente el mundo del fútbol internacional a través de esas mismas redes se solidarizaba con el jugador, la Confederación Brasileña de Fútbol se movilizaba en defensa de su estrella… y hasta el mismo presidente de Brasil, Lula da Silva, salía a denunciar públicamente la situación y el acoso al que el jugador estaba siendo sometido. A partir de ahí llegó la intervención del presidente de FIFA, dejando en evidencia a los dirigentes del fútbol español, a los que no les ha quedado más remedio que ir a remolque condenando lo sucedido.

Aun suscribiendo las palabras de Ancelotti en las que decía que La Liga tiene un problema, yo creo que con la denuncia de Vinicius Junior por racismo solo estamos ante la punta de un gigante iceberg; Vinicius es el niño que ha dicho al mundo que el emperador va desnudo: el racismo es un tumorcito, pero más grave que el racismo es aún la sociedad metastásica que hemos conseguido y -sobre todo- consentido tener, trufada de tumores en forma de terrorismo, el propio racismo, la violencia (no sólo “de género”)… una sociedad de pensamientos dirigidos,  comportamientos interesados y cada vez más carente de valores.

Recordemos para empezar (haciendo uso de la “memoria histórica”) que vivimos en un país en la que una parte de la sociedad justificaba, callaba o miraba para otro lado en los años del terrorismo porque las víctimas asesinadas “algo habrían hecho” y ahora defiende incluso la reinserción de terroristas no arrepentidos, un país en el que se sigue permitiendo que españoles no puedan estudiar o trabajar en su lengua materna en una parte significativa de su territorio… o un país que en pleno Siglo XXI -ahora que estamos en campaña electoral- no es capaz de asegurar la libertad y la integridad física de algunos candidatos para dar un mitin en algunos pueblos.

Vivimos en una sociedad que, mientras enarbola la bandera del feminismo y la igualdad, sigue tapando acosos en algunas empresas de la manera más discreta posible, o asumiendo sottovoce vejaciones a las mujeres en determinados estratos sociales porque “bueno, hombre… son sus costumbres y sacarlo a la luz puede estigmatizar a todo un colectivo”.

Podríamos seguir por las empresas, orgullosas de sus protocolos anti acoso, o anti corrupción: manifiestos que están muy bien como declaración de intenciones, pero que, si no hay una apuesta decidida por su aplicación, por la detección y el castigo de estas prácticas caiga quien caiga, tienen el mismo efecto que los serios mensajes que suenan en las megafonías de los campos de fútbol previos a los partidos defendiendo el juego limpio y condenando enérgicamente la violencia.

Como dice Carlo Ancelotti: tenemos un problema, esa es la cuestión. En esta sociedad rara es la semana en la que no hay episodios de violencia física, una agresión sexual o un suicidio, y todas las medidas que se toman son tan estériles como las declaraciones de intenciones antes comentadas: minutos de silencio, compungidos manifiestos, paños calientes, tibieza, desvío de la atención.

En el caso de racismo que nos ocupa, sólo con Vinicius Junior la Comisión Antiviolencia ha abierto esta misma temporada nueve expedientes en otros tantos campos de fútbol y no sólo no ha pasado nada, sino que han sido muchas las voces que impúdicamente han acusado al propio jugador de provocar.

La educación tampoco se libra de la hipocresía, y así llevamos años de leyes educativas que, so pretexto de una mayor ayuda y atención a los menos brillantes, han conseguido penalizar a los más trabajadores y obstaculizar el potencial de todos en general:

En esta sociedad, y dependiendo de quien se trate, siempre se encuentra un argumento que exonera al acusado, la culpa normalmente es de otros y nos esforzamos por encontrar razones (aunque sean irrazonables) para rebatir la cruda realidad. Hemos normalizado que si nuestros hijos no estudian o se portan mal la culpa siempre es del profesor o del colegio, y así los “sorprendidos” padres pedimos una cita para asegurarle al sufrido profesor que el cero en el examen no puede estar bien porque el muchacho trabaja mucho, o justificar que ese problema de comportamiento que tiene cuando falta al respeto a su profesor o acosa a sus compañeros hay que entenderlo porque sus padres están separados, tiene algún diagnóstico psicológico, es un incomprendido o es que en el cole no se le presta la debida atención por parte de los profesores o de los pedagogos.

Presumimos de ser objetores de conciencia, de una vida de paz y amor, de que no queremos que nuestros hijos jueguen con armas y raro es el niño que no juega al “FORTNITE” o con otros videojuegos bastante violentos de forma online con conocidos y con desconocidos, normalmente sin control alguno por parte de sus padres….

Pero, en mi opinión, lo peor es darle a nuestros herederos el acceso -cada vez a una edad más temprana- a un smartphone o un dispositivo móvil con el que no sólo podrán hacer grupos y comunicarse libremente con sus compañeros y amigos, sino también acceder libremente a internet y redes sociales; ese -a priori- inocente dispositivo es una herramienta eficaz para tener a nuestros hijos conectados, pero también es -a la vez- el elemento más eficiente para estigmatizar a un niño en su entorno, para quitarle la inocencia sin anestesia o para darle acceso al perverso mundo de las redes con todo su amplio abanico de contenidos… y como todos sabemos, casi siempre los contenidos más atractivos son los más peligrosos.

Volviendo al fútbol profesional, y ciñéndonos sólo al ámbito nacional, en los últimos años hemos asistido a imputaciones e investigaciones por diversos delitos que afectan a la RFEF y sus dirigentes, al colectivo arbitral, dirigentes de clubes, futbolistas… todo apesta, aunque –eso sí- presumen de juego limpio y no toleran el racismo y la xenofobia.

Pero el problema no sólo está en el fútbol profesional. Ya en categorías infantiles hay un exceso de tensión y violencia que suelen desembocar cada temporada en algún altercado o incluso agresión a los árbitros. Así como las federaciones nacionales e internacionales a veces toman decisiones inexplicables organizando determinados campeonatos o saturando el calendario de competiciones, las federaciones regionales están muy preocupadas por cobrar las fichas, por los cursos de formación, por el juego limpio, la inclusión racial y el fútbol femenino… más paños calientes para evitar ver la realidad:

en algunos campos de categorías infantiles se siguen produciendo situaciones que nada tienen que ver con un espíritu deportivo, se oyen insultos, amenazas y vejaciones a niños, árbitros o a otros padres por parte de los energúmenos de turno sin que pase nada hasta… que la sangre llega al río y el altercado llega a la prensa.

Lo que ocurre en el fútbol es un reflejo de lo que pasa en la sociedad: vemos lo que queremos ver, lo que los responsables de las retransmisiones quieren que veamos o lo que los periodistas de turno se empeñen en transmitirnos… mientras pasan otras cosas que asumimos porque sí, porque se nos blanquean o se nos ocultan: hemos llegado incluso a admitir como “libertad de expresión” que se silbe al rey de España y al himno nacional por parte de las aficiones de determinados clubes en el partido de la final de Copa de S.M. el Rey (la “fiesta” del fútbol español, según la RFEF). ¿Ese es el deporte que queremos para nuestra sociedad y para nuestros hijos?

Como dice Carlo Ancelotti, tenemos un problema… España no es un país racista, pero hay racistas y hay delincuentes. Al igual que nuestro fútbol, nuestra sociedad necesita una catarsis, la original kátharsis con la que los griegos denominaban al efecto de purga o purificación que producían las tragedias en los espectadores al suscitar en ellos emociones como el horror o la compasión.