Algunos de los mitos griegos más hermosos y, a la vez, más aleccionadores son los que giran en torno a las variaciones sobre los personajes de Dédalo e Ícaro. El más conocido y con mayor enseñanza moral práctica es el que nos transporta a la realidad de la ὕβρις, la hybris letal, la ambición más allá de lo realista que termina destruyendo a quien se deja cegar por ella. Y esto tiene una aplicación clara e incontestable tanto en el bloque de la derecha como en el de la izquierda.

Veamos.

Al PP se le pueden quemar las alas si se cree el voto útil

Observando las encuestas que predicen (hacen gracia las predicciones y, a estas alturas de la historia, despiertan escepticismo) una victoria del PP como partido más votado, surge la duda sobre la posible ὕβρις que puede estar aquejándolo.

Puede que muchos votantes crean que, como es el mayoritario dentro del bloque de la derecha, lo útil es concentrar el voto en él quitándoselo a Vox. Pues no es así en absoluto. El sentido práctico, que es el único que lleva las cosas a su término, nos dice lo contrario. Tanto en la relación PSOE-Sumar y PP-Vox se da la misma situación:

  • Para la izquierda, para que siga Sánchez gobernando, lo útil es votar a Sumar. Cada voto que se va de Sumar al PSOE resta a esa coalición más diputados que si ocurre a la inversa.
  • En la derecha sucede exactamente lo mismo. Cada votante de Vox, iluso hasta la saciedad, que se lleve su voto al PP, por «utilidad» le resta más diputados a Vox de los que le suma al PP. Y si hacen a la inversa, si hubiera votantes del PP que se pasaran a Vox, la pérdida para el PP sería menor que la ganancia para Vox y, por tanto, la coalición de la derecha obtendría más diputados.

Pero el PP sigue con sus alas de cera desmarcándose de Vox, intentando una fuga de votos de éste a aquél y mermando así el número de diputados que tendría la coalición que presidiría Núñez Feijóo.

Las esencias del PP y de Vox

El Partido Popular se presenta ante el electorado con una versión moderada dentro de su espectro. Propone soluciones económicas habitualmente razonables y que cuando tiene ocasión de aplicarlas resuelven problemas coyunturales que afectan a las cuentas públicas y a eso que llaman «cuadro macroeconómico» (PIB, deuda pública, balanza de pagos, gestión fiscal, etc).

Las cosas en este tema «del dinero» mejoran y eso se nota más cuando esos asuntos los gestionó previamente, como ocurre en España, un partido dilapilador y mal gestor como es el PSOE. Es un hecho. No hace el PP cambios estructurales, profundos, solo de gestión.

Algunos economistas muy reputados opinan que el rumbo de España hacia una prosperidad de sus ciudadanos debe guiarse hacia esos cambios estructurales pues, de no ser así, la economía de los españoles irá a ritmo de compás: de peor a algo mejor dependiendo de la alternancia partidista.

Sobre temas como los de la Agenda 2030 es aceptante aunque sí rectifica propuestas suyas. Su ecologismo político y económico es menos fundamentalista que el de sus rivales, pero no cuestiona el rumbo que marca esa agenda.

Y así en muchos otros asuntos que afectan directamente a una Constitución sobre la que admite las rectificaciones y tensiones que las maniobras socialistas le han impuesto. Y, como nadie se atreve a proponer modificarla, acabará siendo «anacronizada» nuestra pobre Consti con tanta alteración de los derechos fundamentales como en ella figuran.

Es por eso que el PP es un partido realmente conservador, pues conserva lo que deja en herencia la izquierda dándole, eso sí, más sentido común. Es un partido que se mueve, o eso cree, con el promedio moderado español.

Y en eso es todo un experto Núñez Feijóo, en desmarcarse de todo lo que le desmarque de cambiar sustancialmente el rumbo general de España. Lo estamos viendo ya y ni siquiera ha llegado aún el día después del 23 de julio. Prefiere no tener que arreglarse con Vox, el que sería su aliado natural. Antes el PNV e, incluso, el PSOE. La ecuación Feijóo es mantener la simetría con su gran rival. El PP es al PNV lo que el PSOE es a Bildu y si Sánchez reunió un gobierno Frankestein, Núñez lo quiere también. Y dos huevos duros: si puede ser, confluencia y pactos PP-PSOE. Pero ¿Sabe de verdad el jefe de filas del PP lo que quiere su electorado? No quiere al PSOE. No quiere al PNV. Quiere cambiar las cosas y la ayuda más clara se la puede dar Vox.

A su lado y contra ese «pausismo» se posiciona Vox. Se atiene a la quintaesencia del Pacto del 78, aunque sabemos que cuestiona el fraccionario sistema autonómico, germen de la monumental ineficiencia de las administraciones públicas y de identitarismos regionales y provinciales (también denominables provincianos). Sus propuestas parecen disruptivas porque rompe las disrupciones delirantes de una izquierda en fuga hacia adelante. Una fuga que busca un nuevo marco político donde la sensatez y millones de ciudadanos no podamos vernos reflejados y nos sintamos vigilados, censurados y condicionados hasta en nuestra libertad de expresión. Y eso es Vox hoy. Un partido semejante a una buena parte de los electores del PP que siguen aún fieles a éste por Ayuso y por tontería. ¡Si fueran conscientes de la pérdida de escaños de apoyo que sufriría Feijóo si abonan su sueño húmedo de gobernar con los vascos que le traicionarán o con un PSOE que le negará el pan y la sal!

No es excéntrico Vox en absoluto respecto de lo que dice la Constitución, pero es posible que el significado de excentricidad sea relativo y haya quien diga que cuando los centros se desplazan hay que adaptarse a ellos.

Conclusión

Las alas de Ícaro se quemaron y al mar se fue con lo que de ellas quedó. Los votantes de cada bloque saben lo que tienen que hacer y los que se sitúan en la derecha o bien cambian su idea de qué es realmente el voto útil o se arriesgan a que Feijóo tenga menos diputados de los deseados o de los necesarios en su grupo de apoyo.