Calcular qué resultado tendrá la evolución de una situación es el verdadero oficio más antiguo de los humanos. Ya los sumerios jugaban juegos de azar con huesos que lanzaban como dados. Justamente la palabra azar proviene del árabe al-azar, que significa dado, objeto que sustituyó con ventaja y definitivamente a los huesos de la antigüedad.

Viene al caso todo ello ante el actual escenario político de España, donde la incertidumbre a corto plazo es cercana a su máximo tras los resultados electorales del 23Jl. Las fuerzas y capacidades están tan dispersas y, por bloques, tan equilibradas, que el análisis de la cosa nos pudiera parecer un juego de azar, es decir, con dados, donde las opciones de cada número y en una primera tirada están perfectamente equilibradas.

Lo cierto es que en la realidad política que contemplamos, no lo están. Al menos, no totalmente pues sabemos por el pasado reciente lo que puede esperarse de los actores. Tras el encargo prematuro hecho por el Rey a Núñez Feijóo para que éste intente formar gobierno puede parecer que la situación es realmente incierta al modo del dado en esa su primera tirada. Pura apariencia. Simplemente los números no le dan al líder del PP aunque se crea que la única posibilidad (que no probabilidad) es, como está dicho hasta la saciedad, que el PNV de Ortuzar apoye al Partido Popular.

Sí, es el PNV de Ortuzar y no el de Íñigo Urkullu. Éste tiene buenas palabras, cómo no, tras los contactos con el presidente del PP. Pero nada de eso es relevante para la cuestión de que solo el aparato extra-gubernamental que realmente ejerce el poder en el País Vasco, el PNV, será quien tome la decisión. Ni siquiera Aitor (el del tractor que dijo el inefable Rajoy) pinta algo. El PNV sigue, como todo partido que aspire a decir algo trascendente, la máxima de Álvarez Cascos de “más vale partido sin gobierno que gobierno sin partido“. Matizando, no obstante, a Cascos, el PNV logra siempre el gobierno pivotando el poder en el partido. Que Urkullu contemporice con Feijóo es mera postura institucional propia del personaje, por un lado, y propia de quien contempla el horizonte de que, en una repetición electoral, pudiera ser que el PP sí alcanzara el gobierno. Y hay que llevarse medio bien siempre con la institución de quien se pudiera extraerse beneficio.

Los dados están más desequilibrados, pues, de lo que el ruido y los deseos nos representan. Y Ortuzar, cuya mirada es más larga por necesidad que la de Urkullu dice que no. Recordando la historia del PNV en la Segunda República y posterior guerra, los titubeos tentativos de ese partido acaban siempre en aquella opción que más claramente beneficia a su ansiado soberanismo: la de la izquierda que disuelve la nación española.

La amenaza que supone Bildu para el partido de Sabino Arana no le hará apostar por Feijóo. Un cataclismo de este tipo dentro de la tradición peneuvista sería fatal. Ni tampoco dejar que se convoquen nuevas elecciones en las que se augura un leve descenso de los de Ortuzar y un leve ascenso de los de Otegui. La fatalidad del primer caso viene a cuento, especialmente de la compañía que el PNV tendría: Vox. Un intangible más material que cualquier concesión económica que el PP entregue al PNV.

Las medidas que ya está dando Puigdemont para evitar la oposición interna al pacto inminente con Pedro Sánchez no dejan al PNV más salida que, tras marear la perdiz, que apoyar al PSOE.

¿Qué es lo deseable? Sí, que Ortuzar diga sí a Feijóo, que éste gobierne cuatro años al menos y que el nacionalismo fraccionario en general entre en crisis grave. Pero a cambio de esa fantasía preparémonos para un nuevo Frankenstein. Y consolémonos con la certeza de que el nuevo engendro lo tendrá bastante más difícil de lo que lo tuvo en la legislatura que acaba de finalizar.