El Beso

Recordarán ustedes aquel bombazo musical, con el sugerente estribillo, “Por un beso de la flaca, daría lo que fuera”. Corría el año 1996. Anda (en coche, sólo si es eléctrico), que no ha llovido ni nada, cambio climático mediante. Aquel grupo, Jarabe de Palo (sciropo de ricina o unos buenos azotes -con látigo o sin él-, merecían algunos, siempre metafóricamente hablando), fue uno de los grandes iconos de la música de los maravillosos 90. Por desgracia, su líder, Pau Donés, catalán de pro y por encima de todo, enorme persona, hace algo más de tres años que pasó a mejor vida, que mal se tiene que dar, o muy mal se tiene uno que comportar, para que en el más allá, se viva peor que en el más acá.

Cambiando de tercio, pero siguiendo con los grandes besos de la historia, ¿quién no conoce “El Beso” de Gustav Klimt, pintor simbolista austriaco de finales del s. XIX y principios de ese XX, que parece que para los más nostálgicos, hubiese sido sólo un sueño, como la vida lo fue para Calderón de la Barca, en una de sus grandes obras teatrales?. Quedémonos sin embargo con que la vida es bella, como titulaba el oscarizado Roberto Benigni a su ópera prima, estrenada sólo un año después que “La Flaca”.

Pero volviendo a los ‘kisses’, en plural (o al singular ‘kiss’, como era el genial y travestido, grupo de rock de los 80), que diría un nativo de la lengua de Shakespeare, piquitos o morreos, la que tenemos liada con el beso de Rubiales (apellido dado al chiste fácil, en alguien sin un pelo; tampoco de tonto).

Sin querer extenderme, que su tiempo es oro y el mío incienso y mirra, sólo diré para empezar, que lo peor de todo este culebrón (devenido en peligrosa ‘sacavera’), es que apenas se recuerda ya, lo que ha sido un hito histórico para el fútbol (da igual la categoría sexual de la competición), el deporte (ídem de ídem) y para este país llamado España.

A partir de aquí, pueden ustedes reducirlo tan al absurdo como lo es el asunto de marras. ¿Qué hubiera pasado si un hipotético presidente, de nombre Morenín, le hubiese estampado un beso en los morros a un hombre? ¿Nada? Pero, ¿y si este fuera un declarado (o no), homosexual? Y sigo: ¿y si el presidente fuese conocido como La Flaca y el destinatario del exacerbado gesto de alegría, hubiera sido un hombre? ¿Y si hubiera sido una mujer la besada? ¿Qué pasaría si esta última fuese lesbiana?

Denle las vueltas (hasta con un destornillador) que quieran al beso del hoy por hoy, presidente de la RFEF, y opinen como se usa en una democracia, en libertad. Pero por favor, no se dejen arrastrar por la vorágine de un pensamiento único, con más peligro que el beso de Judas.