Probablemente España no haya sufrido la pretensión de dominio más inmoral o más abyecta desde Fernando VII que la que suponen las acciones de Pedro Sánchez para mantenerse en el poder. Y probablemente por ello no hemos tenido los ciudadanos de esta nación aún llamada España la oportunidad de ver claramente la piel, el exterior de esta situación.

Las tomas de conciencia acerca de una deplorable situación nunca se dan de cualquier manera. Más bien ha de llegarse al borde de un abismo para ver con claridad qué ocurre y qué puede llegar a ocurrir si no lo remediamos.

Pero si bien parece que para muchos españoles la visión de lo que ocurre parece clara, lo cierto es que solamente estamos viendo, como dije antes, el aspecto externo, las primeras capas de la cebolla. Vemos su color degradado y percibimos su mal olor. Pero aún queda por ver que su interior es lo más corrompido de todo. Veamos cuáles son ese exterior y su interior. Comenzamos por lo primero.

  • -La degradación política e institucional se manifiesta en:
  • -Una relevancia inusitada de los fuera de la ley del nacionalismo catalán, aún sin blanquear del todo.
  • -Un ascenso de nacionalismo radical vasco ya blanqueado casi del todo.
  • -Una tensión insufrible, pero sufrida por las instituciones últimas garantes de la unidad territorial de España: el Rey y el Ejército.
  • -Una manipulación del poder judicial nunca vista.

Todo lo anterior empieza a estar claro. Solo cuando se ven los peligros desde el borde del precipicio la idea del mismo se torna clara. Pero aún con esa visión ante nosotros la verdad es que no estamos viendo qué ocurre dentro de esa cebolla.

Y si el peligro de desintegración institucional, territorial y, por tanto, social se presenta claro y diáfano, la causa profunda del mismo, no, aún no.

  • Desde hace décadas alcanzar el gobierno de la nación, de las regiones y de los ayuntamientos es el objetivo de esa parte de los españoles, de innumerables vecinos de cada uno de nosotros, que dan el paso hacia la actividad política.
  • Desde hace décadas, también, los españoles ven a la política y a la administración como la solución de los problemas y reclaman apoyo suyo para sus banderas políticas y hasta para sus vidas personales.
  • Desde hace décadas, quien reclama parte del pastel se viste de oropeles ideológicos para justificar su ambición: los dirigentes territoriales, los parlamentarios y gobernantes, el aparato administrativo; todos ellos tienen estímulos para sufragar su bienestar como grupos, sí, pero con el dinero que los demás, guste o no (más bien esto último) entregamos forzosamente.

El núcleo de la cebolla, pues, lo más degradado de la misma está no en los efectos externos, sino en su corazón:

Creemos que lo público debe rendirse a cada una de nuestras pretensiones, de nuestras necesidades, de nuestras fantasías y de nuestras reivindicaciones y victimismos. Esto decepciona a muchos de los que creen que si hubiese buenos gobernantes, España sería una gran nación. Y no: no hay nunca buenos gobernantes si estos no tienen el objetivo decidido de desmantelar su propio poder. Así que….

La sociedad nunca dejará de ser plural. Nunca dejarán de resurgir y surgir deseos, objetivos y reclamaciones.

  • Los vascos, como ejemplo de todos los demás separatismos, seguirán cultivando su singularidad que por tan estéril y limitante que es (¿a dónde van a ir con el euskera?) solo puede crecer, y seguirá creciendo, en un contexto de adoración y crecimiento del poder político que es compartido (aquí está lo peor de todo) por unas derechas que piensan, como los socialistas que por el mundo vagan, que si gobernaran ellos con los mismos poderes lo harían mejor que las izquierdas.
  • El feminismo extremo, como ejemplo de otros desquiciamientos, no llegaría prosperar si no se hubiera aupado al poder que todos, también los que defienden una igualdad sensata entre sexos, han cultivado como panacea y solución.

Si uno cree que el mal está en el otro (y eso es una constante humana inerradicable) solo hace falta un gran poder coactivo que alcanzar para extremar su pretensión de imponerse. En consecuencia, solo la limitación drástica de ese poder es capaz de devolver al cauce privado la disputa: es con cada uno sufragando sus fines de su bolsillo como se modera el ansia y se induce al realismo. ¿Leyes? pocas y justas. Jurisprudencia independiente. Eso es Imperio de la Ley. Pero reitero lo más importante: ni un recurso público para una causa privada.

La realidad en una sociedad de individuos y grupos libres siempre modera las ansias de hegemonía: se necesita convencer y se tiene vedado el imponer. O dicho de otra manera: si construimos un gran martillo, cada grupo querrá tomarlo para aplastar la ambición que se les oponga.

Y así hemos llegado al núcleo de la cebolla. No es problema de quién gobierna sino de imponer severas limitaciones al poder de quien gobierna, sea quien sea.

En conclusión: solo el abismo de un gran peligro nos hace tomar conciencia de la solución. Pero el melón que hay que terminar por abrir no es solo combatir la sinrazón, sino impedir que cualquier sinrazón o conrazón alcance lo que nunca debió crearse: un monstruoso aparato político que excita la búsqueda de la tiranía.