Por libre

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Es un hecho irrefutable: la candidatura de Núñez Feijóo ha fracasado, en su intento, ‘suicida’ y hasta irresponsable, como han osado calificar algunos que jamás serán capaces de superar su innata mediocridad, de ser investido como Presidente del gobierno de una nación, que en este escenario propio de una ópera bufa, o más bien en platea para una tragicomedia, se encuentra ahora a merced de lo que pudiera decidir Su Majestad, Felipe VI de Borbón.

Utilizando un refrán de lo más castizo, además de apropiado en estos tiempos donde el deporte rey goza de más salud, Caso Negreira mediante, que el Rey León en su selva de felices dibujos animados, el heredero de quien con su intervención, y dejando a un lado las teorías conspiranoicas, evitó que el pueblo de España sufriera en las carnes del interior de su piel de toro la caída bajo el yugo de un golpe de Estado, tiene la pelota en su tejado.

Felipe VI, tiene una papeleta, que bien podría suponer un buen pellizco en el próximo Gordo de Navidad, de dar con el número acertado, o en este caso, con la decisión adecuada. Decisiones Reales, podríamos decir que son las que tiene ante sí Don Felipe. Decisiones reales y no ficticias que en virtud de su posición regia puede y debe tomar, en consonancia con su magna responsabilidad para con quienes debe proteger, de cualquier ataque o intento de agresión, externa o interna.

No son demasiadas, aunque no por ello sencillas, las decisiones que podría considerar Su Majestad, para acabar inclinándose por una de ellas, si bien es cierto que la más fácil y descuidada por su parte, sería la de designar a Pedro Sánchez, el gran farsante como cantara el inolvidable y añorado Freddie Mercury, como nuevo candidato a la investidura.

Siendo la decisión más probable según las casas de apuestas, sería más bien de casa de señoritas de cuerpo liberal, el que Felipe VI apostara por una opción contra natura. ¿Cómo darle la posibilidad de gobernar a quien para ello contaría con los apoyos de quienes no tienen otro objetivo sino el de destruir todo lo edificado sobre los pilares de nuestra Constitución, encofrados por una Transición modélica, estudiada en las grandes escuelas de negocios?

Ante esta hipotética distopía, ¿qué otras alternativas cabrían? Para empezar otra que no sería en absoluto complicada, pero sí lógica en función de lo expresado anteriormente: abortar cualquier intento de traición al pueblo español, negándose a nombrar al candidato felón.

Esto evidentemente ocasionaría una revolución en la calle de los de siempre. Esos que ante cualquier oportunidad, no dejan de aprovecharla para sembrar de caos y terrorismo callejero nuestras ciudades y pueblos. ¡Qué diferencia cuando quienes se manifiestan son los defensores de la unidad de España!

Otra decisión muchísimo más sonada, pero a fuerza de mantener los pies en la tierra, más improbable que la realidad de un imaginario país de Alicia con sus mil maravillas, que son no obstante las que supera España en todo su territorio, sería ante semejante tesitura, darse mus al carecer de pares ni juego en su mano, y abdicar. Decisión esta cobarde y que rozaría la traición hacia quienes se debe, al dejarlos desamparados.

Pero Felipe VI, de jugar por el contrario con gallardía bien sus cartas, aunque estas puedan parecer de tirarlas todas, podría pasar a la Historia, con mayúsculas. ¿Lo hará? Por el bien de sus súbditos que no vasallos, que así sea. Y que luego, nadie se quede a la luna de Valencia, si toca defender el castillo.