Además de la berrea, de la que hablábamos hace unas semanas, el otoño trae también el tiempo de las setas, y otra de las riquezas de nuestro país es contar de norte a sur con muchas zonas en las que naturaleza y gastronomía se unen en torno a las setas, su recolección y su cocina.

Cuando hablamos de setas no puedo evitar acordarme de un profesor de literatura que tuve hace muchos años y que no pronunciaba el sonido “k” cuando precedía al sonido “t”, algo que nos ocasionaba bastantes dificultades a la hora de seguir sus clases: le recuerdo, en una ocasión, hacer mención al  “ata del proyeto de otubre”, en lugar de “el acta del proyecto de octubre”… pero creo que el momento de mayor incertidumbre y desconcierto llegó cuando, refiriéndose a un grupo de literatos del siglo XX, nos dijo que eran “aficionados a las setas”: entre las caras de perplejidad en el alumnado, preguntándonos por la relevancia que pudiera tener ese dato, una chica le preguntó si podía aclarárnoslo y al final tuvo que escribir en la pizarra que eran “aficionados a las SECTAS”.

Según la R.A.E., el término “secta” tiene las acepciones de:

  • 1. Doctrina religiosa o ideológica que se aparta de lo que se considera ortodoxo. 
  • 2. Conjunto de seguidores de una secta. 
  • 3. Comunidad cerrada, que promueve o aparenta promover fines de carácter espiritual, en la que los maestros ejercen un poder absoluto sobre los adeptos.

Más allá de los casos recogidos por la R.A.E., parece que en otros ámbitos de la sociedad y las empresas hay grupos que también funcionan como auténticas sectas guiándose por comportamientos alejados de lo ortodoxo y manteniéndose cerrados como pequeñas tribus, comunidades o grupos sociales, y -como en el caso de las setas- algunas son enriquecedoras y sabrosas pero otras muchas son dañinas y/o venenosas; en este último caso me refiero a aquellos grupos en los que de forma automática te catalogan dependiendo de si estás o no estás, de si eres “uno di noi” o no: si “estás” tendrás apoyo incondicional para alabar tus éxitos, para disculpar tus fracasos, para perdonar tus faltas y pecados y para ayudarte a salvar el pellejo en cualquier situación de peligro (aunque sea a costa de inocentes), pero si “no estás” ya puedes olvidarte de cualquier ayuda, reconocimiento o comprensión salvo que eso suponga algún beneficio para el juez y parte de turno. Dicho de otra manera, puedes tener la suerte de ser el chico de moda o la desgracia de ser el hombre del traje gris.

Hace unos días hablé con un colega que está al frente de un proyecto en un país extranjero, y me contaba cómo sus superiores le habían convencido hace meses para asumir la responsabilidad del proyecto en obra (porque no tenían otra opción, nadie quería ir expatriado) y cómo ahora, después de varios meses y cuando asoman los problemas, se encuentra huérfano, desamparado y -por si eso fuera poco- atado de pies y manos para tomar decisiones.

En cada reunión periódica que mantiene con los cuarteles generales, donde -por cierto- está un ejército de empleados que trabajan para el proyecto pero sin mancharse los zapatos, pone encima de la mesa los problemas con los que se está encontrando día a día y recibe respuestas del tipo “no sé que pretendes poniendo esto de manifiesto: ¿qué quieres, que te lo solucionemos desde aquí?”, “perdona que discrepe desde el desconocimiento, eso no toca ahora” o “a mí no me cuentes nada, yo soy un crack, tenía que estar jugando la Champions con el Barcelona y estoy en esta porquería”.

Esa ralea es la que, desgraciadamente, pulula por muchas empresas hoy en día: responsables irresponsables, mediocres empoderados de frases huecas y extemporáneas y “Romeritos de la vida” (Romerito fue un jugador paraguayo que el Barcelona fichó en 1989 como gran estrella para sentar a Gary Lineker y duró 3 meses en el equipo en los que sólo fue capaz de marcar 1 gol)… y todos tienen en común que se creen superestrellas a las que su organización les debe culto y obediencia infinita.

Volviendo a las setas, debemos tener en cuenta que hay algunas especies venenosas cuyos efectos malignos pueden ser mitigados con un lavado de estómago, pero hay otras cuyas toxinas son mortíferas tan solo con la ingesta de unos pocos miligramos, así que más vale no acercarse ni a tocarlas.

Igual que ocurre con las setas, para la salud de nuestra sociedad y nuestras empresas es vital detectar y saber distinguir entre lo provechoso y lo venenoso, entre lo que nos nutre y entre lo que nos mata: de no hacerlo podemos acabar en un hospital con un lavado de estómago o incluso en una morgue.