Mentes enfermas

Por Libre

Hace semanas, un suceso conmocionó y sacudió a todo Gijón, villa marinera por excelencia de nuestra Asturias, Paraíso Natural: el asesinato del dueño de una inmobiliaria, a manos de una persona, que trabajaba en otro negocio también muy conocido, ubicado este en la céntrica calle Uría.

Los fríos y trágicos hechos, así como sus presuntas motivaciones, han sido descritas en profundidad por LA NUEVA ESPAÑA, estando ahora en manos de la policía y de las autoridades judiciales, la responsabilidad de clarificar todo lo sucedido.

Dejemos pues que sean ellos y no cualquier otro tipo de juicio de telediario, tan habitual como reprobable en estos tiempos, el que acabe por dictar sentencia.

Por lo que a mí se refiere y sin querer navegar por las turbulentas aguas de la mente humano, océano reservado para especialistas en la materia, simplemente intentaré dar un punto de vista particular, sobre cómo es posible que desde que Caín asesinara a Abel en el primero de todos los paraísos terrenales, por una simple pero fatal cuestión de celos (Dios no habría aceptado el sacrificio ofrecido por el primero, mas sí el del segundo), las personas siguen matando a su prójimo.

Como les decía, y aun a riesgo de poder parecer un vulgar intruso laboral para psicólogos o psiquiatras, profesionales duchos en este tipo de macabros sucesos, no me parece en absoluto descabellado el calificar o sesgar como una menta enferma, la que lleva a un individuo, con independencia de su sexo o cualquier otro tipo de condición ideológica o religiosa entre otras, a asesinar, sea cual sea la excusa en la que se ampare su antinatural acto.

Podría así llegados al límite de lo razonable, y en la frontera con lo irrazonable, que una persona en un arrebato de pura calentura acabase con la vida de quien tuviera a su alcance. Pero frente a este súbito acto de violencia irrefrenable, no puedo por contra llegar a entender, si no es de la perspectiva de una enfermedad mental, el que de manera fría y premeditada, alguien puede planificar semejante aberración humana… o inhumana.

Estoy convencido de que la ciencia dará mil y una explicaciones, que no justificaciones, al menos para mí, para tratar de explicar algo que se mire con el prisma con el que se mire, es el mayor acto de cobardía que una persona puede cometer.

Una acción vil que merece el mayor de los castigos, personal y social, y que jamás puede caer en el olvido (no lo hará por desgracia para las familias de los implicados, por parte y parte). Que tardemos mucho en volver a vivir algo así en nuestra por lo general y por fortuna, tranquila villa.

(Artículo publicado en el diario La Nueva España)