No siempre recordamos las fechas que marcan el camino de nuestra vida, pero un 5 de noviembre de 1998 -hace ahora 25 años- el que suscribe empezaba una aventura que, aunque yo en aquel momento no era consciente del recorrido que podría tener, ha marcado mi trayectoria profesional y con ella mi vida.

Los antecedentes de esa historia podrían remontarse al verano de 1990, cuando decidí matricularme en la Escuela Superior de Ingenieros de Minas de Oviedo, o al verano de 1992, cuando decidía cambiar las ciencias por las letras y me matriculé en la Facultad de Filología… pero yo creo que el germen puede estar en el lunes 14 de julio de 1997 (un día después del asesinato de Miguel Ángel Blanco), fecha en la que aprobé mi último examen de Filología y con ello obtenía la licenciatura: de inmediato renuncié a la prórroga del servicio militar y solicité cumplir con el servicio social sustitutorio en la propia Universidad de Oviedo. Como en aquel momento el tiempo de prestación de ese servicio eran 12 meses, decidí matricularme también en los cursos de doctorado y en el Curso de Aptitud Pedagógica para aprovechar bien el tiempo y a la vez enfocar mi futuro a una posible salida docente…

Habiendo cumplido todos los trámites anteriores en septiembre de 1998, debía decidir si seguía con el doctorado y la vía académica, si preparaba oposiciones, o me ponía a buscar trabajo.

Nadie me presionaba para buscar trabajo, algo que debía entenderse como un ánimo a continuar estudiando y formándome, pero yo sí entendía que mi tiempo de “vivir a la sopa boba” debía acabarse y tenía que empezar ya a trabajar: en mi campo o en otro campo.

En aquel momento tuve la oportunidad de llegar a alguien con un puesto relevante a pedir trabajo y eso fue lo que hice: recuerdo que un domingo, a la hora de la sobremesa, pude hablar cara a cara con la persona adecuada y pedirle trabajo. Después de contarle mi experiencia académica y lo que había hecho la respuesta fue un no te puedo dar trabajo de lo tuyo, yo sólo podría ofrecerte un trabajo “manual” y eso no es para lo que has estudiado”. Las ganas que tenía de empezar a trabajar en aquel momento eran más fuertes que cualquier razonamiento, así que pedí que me hicieran un hueco de lo que fuera… y una semana más tarde me llamaban para empezar a trabajar: el 5 de noviembre de 1998 yo empezaba a trabajar para Felguera Montajes y Mantenimiento (Duro Felguera) en una parada en la planta de THF en las instalaciones de Du Pont en Asturias.

Como comprenderán yo empezaba en la categoría más baja, no tenía ni idea de lo que había que hacer porque era mi primer contacto con el mundo del metal, pero las ganas de trabajar y la ayuda de los compañeros que tuve hacían que todo fuera más sencillo.

Recuerdo llegar a un mundo radicalmente opuesto al universitario, las largas jornadas laborales que empezaban con una breve charla a las 7:45 de algún representante de la propiedad informándonos de las incidencias, de lo que se había hecho el día anterior y lo que había que hacer cada jornada, y recuerdo cómo mis compañeros protestaban con toda educación para trabajar sábados y domingos (la propiedad no quería que se trabajara 7 días a la semana) o para tener agua caliente en las duchas cada día.

Una vez expuesto el trabajo del día, las tareas se repartían y no había más objetivo que hacerlo bien; a mí me tocaron tareas tan dispares como limpiar y engrasar tornillos, llevar herramientas y ayudar a los oficiales, vigilar espacios confinados o incluso hacer en algún momento de traductor entre algún ingeniero americano y alguno de mis compañeros; era un trabajo para el que yo no me había preparado en ningún momento.

Yo sabía que no iba a estar toda la vida allí, pero me permitió entrar en el mundo laboral, aprender a trabajar y a sacar las tareas adelante con los medios disponibles, la importancia del trabajo en equipo, ayudar al novato (como todos, pero especialmente mi jefe de equipo –Secundino- al que todavía veo de vez en cuando manejando una grúa, tuvo la paciencia de ayudarme y enseñarme) y conocer otras experiencias vitales muy lejanas a las que se ven desde un aula o un despacho en la Universidad o en una empresa.

Aquella experiencia duró unas pocas semanas, pero cumplió el objetivo de darme un buen dinero, meterme en el mundo laboral y fue decisiva para que meses más tarde, en marzo de 1999, continuara en este sector, aunque ya de otra manera.

Veinticinco años más tarde me pregunto qué ha podido cambiar en esta sociedad para que las empresas no encuentren personas que quieran trabajar, cómo puede ser posible que nuestras empresas del metal en Asturias no sólo no encuentren personal cualificado, sino personas con ganas de trabajar y aprender un oficio con el que ganarse la vida y crecer personal y profesionalmente.

Sé que cada caso es un mundo y que es un tema con muchas aristas, pero en los últimos meses he comprobado cómo varias empresas tienen problemas para captar personas que quieran trabajar en muy diversos puestos mientras muchos de nuestros jóvenes prefieren vivir de una subvención o se van fuera a trabajar muchas veces por sueldos que no les dan ni para cubrir la manutención.

En fin… parafraseando a la canción “veinte años no es nada”.