A estas alturas de la historia, en pleno siglo XXI ya bien entrado, sorprende pensar lo lento y mal que aprendemos, tanto individualmente como sociedad, máxime sabiendo que todos tenemos 3.000 años de Historia disponibles a un click, en nuestros teléfonos móviles. El que no sabe es porque no quiere saber, porque la información está ahí. Hoy me referiré a uno de los engaños más antiguos, que como el del tocomocho, aunque es antiquísimo, sigue funcionando entre los menos informados que por desgracia cada vez son más: el nacionalismo.

Todos podríamos coincidir que la forma más abominable de nacionalismo pudo ser el nazismo, o nacional socialismo, que puso los derechos “del pueblo alemán” por encima de los derechos individuales y de los de otros “pueblos”.

Sus dirigentes, unas pocas personas por tanto, llegaron a decidir quien era humano y quien “subhumano” y qué grupos humanos debían desaparecer, y derivó en los que todos sabemos y no me voy a parar a describir: guerra, matanzas y brutalidades sin cuento.

Tal vez algunos aún se atrevan a defender la otra cara de la moneda, que también puso los derechos de una clase social, “el proletariado”, por encima de los del individuo, y así el Comunismo se convirtió en otra forma de nacionalismo que conformó una dictadura brutal y asesina, con la diferencia de que los nazis perdieron la Segunda Guerra Mundial y los comunistas la ganaron, y así reescribieron la Historia a su modo, como siempre pasa en las guerras, que el que gana impone su “relato”.  

Pero en cuanto a brutalidades, asesinatos y salvajadas, quedaron, como poco, empatados.

En España tenemos otros nacionalismos algo más “light”, pero basados de nuevo en las mismas premisas, la preponderancia de los derechos de un “pueblo” o colectivo por encima de los derechos individuales de las personas. Así, el “poble catalá” según los dirigentes e ideólogos de los partidos separatistas, de nuevo unas pocas personas, tiene “derechos históricos” y “hechos diferenciales” que se ven vulnerados por el Estado Español, y claro, como no podía ser de otra manera, ellos mismos son los que definen quien es el “pueblo catalán”.

No son los habitantes de Cataluña, si no sólo los descendientes en línea directa de Wilfredo “El velloso”, se excluye a los inmigrantes no sea que la genética andaluza o extremeña les estropee el concepto. No permiten que la realidad estropee su idea de la naturaleza de las cosas.

Es por eso que es una misión sagrada lograr el autogobierno de Cataluña, como si no fuera ya una de las regiones de mayor autogobierno de toda Europa, y como no podía ser de otro modo, ese autogobierno sería ejercido por catalanes de pura cepa, con al menos 8 apellidos catalanes y pureza racial. No tendría gracia que al final el President de la Generalitat se apellidara Jiménez, claro.

En las mismas teorías y justificaciones que tuviera el ideario nazi allá por los años 30 del siglo XX, cambie usted la palabra “alemán” por la palabra “catalán” o “vasco” y le ajusta como un guante a los idearios independentistas de nuestro país. Los “derechos inalienables del pueblo” por encima y más importantes que los derechos del individuo. Y siempre dirigidos por una élite que es más pura, más sabia y mejor que el común de los mortales, que son los que deben mandar y gobernar. Aupados en los hombros del pueblo vasco/catalán/valenciano/balear/gallego/… (táchese lo que no proceda) y por aclamación.

En fin. Sería ya bueno que aprendiéramos los siguientes hechos:

  • -Los derechos los detentan los individuos, no los colectivos, y siempre aparejados con obligaciones.
  • -Nada es gratis, alguien debe pagar cualquier prestación, prebenda, paga o privilegio que otros reciban.
  • -Ningún colectivo es superior ni inferior a otro en ningún aspecto.
  • -Sólo un individuo puede ser comparado con otro, y ver si es más o menos rico, más culto, mejor formado, más rubio o más bajito, pero dentro de cualquier grupo humano, colectivo, pueblo o nación siempre hay de todo, hasta un tanto por ciento de idiotas, que yo suelo cifrar por mi experiencia alrededor del 15%.
  • -Ningún fin político justifica el asesinato, ni un asesino que deja de matar se convierte en “un hombre de paz”, mientras no pague por los delitos cometidos y muestre arrepentimiento, colaborando en la solución de los casos aún no resueltos.
  •  -La gobernación de un país no puede recaer en partidos basados en el nacionalismo, que es una mentira excluyente y xenófoba. Demasiadas veces ya han sido “bisagra” entre izquierda y derecha, y sacado tajada con ello, tanto con gobiernos del PP como del PSOE. Es urgente un cambio en la ley electoral española que quite la ponderación de los votos según las distintas circunscripciones, para que el voto de un español valga lo mismo vote donde vote, y así de rebote desmontar los tinglados nacionalistas de las comunidades mal denominadas “históricas”.

Por cierto, hay más ideologías que usan la misma pirueta ideológica del derecho del colectivo frente al del individuo. La ideología de género por ejemplo: “La mujer”, o sea el colectivo femenino, reclama más derechos y es superior al resto de la población, es decir, el colectivo masculino. La trampa ideológica es la misma, supremacía de un colectivo dirigido por una élite que decide que es lo correcto o incorrecto.

A ver si vamos aprendiendo algo. Que ya somos mayorinos para caer una y otra vez en las mismas bobadas.