Por Libre

En estos días por los que corretea el calendario, resulta prácticamente del todo imposible, darse un saludable paseo por nuestra villa marinera, sin impregnarse de ese aroma, tirando a perfume un tanto cargante, hasta embriagador, que tiene que ver con ese bautizado, metafórica, que no sacramentalmente, como espíritu navideño.

Y si bien no está del todo claro el año, en el que algunos seguidores de la fe cristiana, decidieron tomar el 25 de diciembre, como la fecha elegida para celebrar el nacimiento más famoso de la Historia, la mayoría de las fuentes coinciden que fue hacia el año 336, durante el reinado del emperador Constantino, por aquello de hacerle este la puñeta a unas celebraciones paganas que por aquel entonces, se dedicaban al dios del sol, el Sol Invictus

Sea este año, década o incluso siglo, lo que es innegable es que cientos de lustros después, siguen proliferando cenutrios que niegan el verdadero origen de estas festividades, intentando como de costumbre, hacer del rancio progresismo del s. XXI, una suerte de nueva época, caída de la nada, y donde todo lo precedente de nuestras raíces apostólico romanas, carece de validez histórica, salvo cuando es en su beneficio.

Y si no, pues se rehace y aquí paz y después gloria y “Tierra Firme”, título para el último libro publicado bajo el nombre del Presidente del Gobierno con mayor desgobierno desde la Transición, y que mejor hubiera sido editado bajo algo así como “Tira que libres”.

Pero volviendo al meollo de la cuestión, llegan momentos de máxima felicidad para los más pequeños de la casa, con sonrisas tan eternas y sinceras, que a los más mayores en ocasiones nos produce nostalgia, el  mero hecho de recordar la última vez que sentimos algo similar en nuestro corazón.

Conviene por ello, que cada uno sienta estas fiestas como su alma le pida. No se trata de aguarle la fiesta a nadie, pero tampoco de montar una farsa tragicómica, por el mero hecho de no parecer fuera de lugar. Serán por ejemplo, decenas los mejores augurios que iremos recibiendo estos días, de personas de las que no supimos nada durante el resto del año. Son augurios que en lo personal, poco o nada aportan.

Navidad, Navidad, dulce o amarga Navidad. Aunque para amargo y duro de digerir el tradicional discurso del Rey, donde le tocará tragarse sapos, para componérselas por evitar que coincidan en un mismo deseo, las sinceras felicidades para con quienes le escuchen, atragantados con las infidelidades (que habrá de camuflar) a esa Constitución que sirvió para unirnos a todos entorno a una mesa y que ahora tiene más peligro que una cena de Navidad plagada de cuñados de la peor calaña: de esos que se creen los más listos. Será porque les dejan.