Lo más llamativo entre las muchas cosas llamativas que escribió Laurence J. Peter fue aquello de que en una jerarquía toda persona asciende hasta llegar a su nivel de incompetencia. Vamos, que si eres competente y eso redunda en beneficio de la compañía, organización, o lo que sea donde estés, serás ascendido. Llegarás hasta tu tope cuando en el último puesto logrado llegues a ser, simplemente, incompetente. No te promocionarán más arriba. Tiene sentido, ¿no?

Para el autor de El principio de Peter esta manera de gestionar los talentos personales ha de ser una señal para no querer ascender más allá de las posibilidades propias, para no dejarse cegar por la ambición de llegar plus ultra que nadie y conservar así la felicidad y la realización personal en un puesto donde sí seas competente y te niegues a dejar que te promocionen, no vaya a ser que llegues a tu nivel de incompetencia y te sientas profundamente desgraciado.

Lo que creo sinceramente es que este principio no funciona en la política y mucho menos cuando las cosas de la democracia se están poniendo más oscuras y la autocracia se abre camino frente a la pluralidad.

Cuando el jefe se siente el CUÑADO, del que nos habla José Manuel López en su brillante artículo, y que por estar en la presidencia del gobierno ya sabe de todo (de pandemias, de economía, del orden mundial, de cambio climático, de fachas, de jueces lawfare, de feminismo, de LGTBI plus, de …) y puede prescindir de expertos porque para eso está él, pues todo cambia.

Si además se siente un MEMOLO que fomenta los servilismos y el aplauso de LAMECULOS, ABRAZAFAROLAS, CENUTRIOS, ALCORNOQUES, entonces el Principio de Peter ya no se cumple. Ya no medran los políticos competentes hasta llegar a su nivel de incompetencia, sino que medran los políticos que lamen, que abrazan, que no aportan y que, a lo sumo, roban el tiempo de los ciudadanos y demasiado espacio-tiempo en los medios de comunicación con polémicas absurdas, con bravuconadas y excusas.

No, Peter, tu principio no sirve para los políticos. Solo es posible pensar que los de esta especie se promocionan por su competencia y dejan de ascender cuando llegan a la incompetencia, si redefinimos los conceptos competencia e incompetencia.

Habría que denominar aquella como la capacidad del cenutrio de lamerle el culo al memolo de su jefe acrecentando su poder y lo contrario, la incompetencia, habría de ser la capacidad para dedicarse a lograr una administración racional, no intervencionista, no ideologizada, alejada de agendas fantasiosas y más alejada aún de aquella fatal arrogancia que F.A. Hayek describió.

Pero me niego a practicar semejante pirueta con el lenguaje. Por tanto, Peter, no.