
Corría el año 1983 en Corpus Christi, Texas. El joven Carlos DeLuna fue detenido y acusado del asesinato de Wanda López, empleada de una gasolinera. DeLuna, conocido por su carácter hosco y maneras bruscas, mantenía su inocencia, señalando a otro hombre, Carlos Hernández, como el verdadero culpable.
Sin embargo, las autoridades desestimaron su declaración, considerando a Hernández como una figura inexistente—a quien llamaron «el fantasma»—y basaron la acusación en una identificación dudosa de testigos presenciales. A pesar de la falta de pruebas físicas que lo vincularan al crimen, DeLuna fue condenado en 1989.
Años más tarde, las investigaciones revelaron que Carlos Hernández no solo existía, sino que tenía un historial delictivo y había confesado el asesinato de Wanda López. Este trágico error judicial evidenció cómo los prejuicios y la falta de una investigación rigurosa pueden llevar a la condena de un inocente.
El juicio de los imbéciles

La opinión publicada, ese tribunal de cotillas con título de juez en la Universidad del «así lo contamos en la tele», sentenció a Carlos DeLuna sin dudarlo. Ni un solo análisis riguroso, ni un solo esfuerzo por separar los hechos de las emociones. No había pruebas concluyentes, pero ¿qué importaba?
Era fornido y rudo, con antecedentes de problemas legales. No sonreía lo suficiente. No utilizaba palabras amables. No suplicaba piedad. Y eso, en este circo de apariencias y sentimentalismos, pesa más que cualquier evidencia.
Y así se construye la justicia de las sociedades decadentes: a golpe de impresión, con más entusiasmo que neuronas. La gente no quiere la verdad, quiere sentirse bien con su opinión.
Ah, la magistratura de los mediocres, siempre dispuesta a dictar sentencia desde la cómoda trinchera de su ignorancia. “Tiene aspecto de delincuente”, murmuraban. “No me gusta su tono de voz”, comentaban y comentan otros, con el mismo criterio infalible con el que eligen qué serie mediocre ver en televisión.
- -Quiere creer que tiene un ojo clínico para detectar culpables con solo verlos en la televisión.
- -Quiere alimentar su ego pensando que su intuición vale más que un informe pericial.
Y así, con la misma alegría con la que lapidan en los medios a quien desafía su frágil moralidad de plástico, condenaron a DeLuna. Y es que el sesgo es más que un atajo cognitivo, es un veneno silencioso, una enfermedad que corroe el juicio hasta que la razón deja de importar.
Un hombre serio se vuelve peligroso, un tipo directo se vuelve sospechoso, y un rostro inexpresivo o duro se convierte en la prueba irrefutable del crimen. La sociedad, obsesionada con encajar en la corrección política y llenar su vacío con la mera imagen, ha olvidado lo esencial: los hechos.
Pero el verdadero castigo no lo sufre DeLuna. No, el verdadero castigo lo sufren quienes se dejan arrastrar por la opinión de los incompetentes.
- -La que prefiere condenar a una persona valiosa antes que cuestionar sus propios prejuicios.
- -La que cambia la justicia por un linchamiento sentimentalista disfrazado de virtud.
Y así seguirá el mundo si no vamos remediándolo, aplaudiendo la condena de DeLuna mientras los verdaderos culpables—los oportunistas, los manipuladores, los perfectos actores de la farsa social—siguen paseando entre aplausos.
Porque no importa la verdad, no importa la razón. Lo único que importa es que la historia encaje en el guion.Carlos DeLuna fue solo un nombre más en la lista de los caídos. Hoy son otros. Porque el tribunal de los imbéciles nunca descansa.
Y es que hoy no quise escribir ni sobre Trump, ni sobre Zelensky, ni acerca de la actitud de los medios, ni de esa Europa que practica aquello de «ni una mala palabra ni una buena acción». O sí.

Español e hispanófilo. Comprometido con el renacer de España y con la máxima del pensamiento para la acción y con la acción para repensar. Católico no creyente, seguidor del materialismo filosófico de Gustavo Bueno y de todas las aportaciones de economistas, politólogos y otros estudiosos de la realidad. Licenciado en Historia por la Universidad de Oviedo y en Ciencias Políticas por la UNED