En resumen: antes los árbitros se equivocaban con estilo; ahora, con tecnología.
ANTES
Hubo un tiempo —no tan remoto— en que los árbitros eran esos héroes anónimos del silbato, a los que se trataba de Usted (“Oiga, creo que hay un error”), enfundados en su uniforme negro como si fueran curas del fútbol viniendo de un funeral… y en cierto modo, así era: el del buen fútbol, según los hinchas de turno; tenían que simbolizar la imparcialidad, la autoridad… o tal vez el luto por el espectáculo, según a quién le preguntaras. En cualquier caso, aquel atuendo sobrio y lúgubre imponía respeto.
Su figura era temida, seria, casi mítica, con una autoridad que no necesitaba gadgets, como el profesor de matemáticas o el cobrador del frac, repartiendo justicia con una libreta en una mano como un código penal acompañado de una mirada de desprecio.
Eran tiempos en los que el árbitro, casi siempre con bigote contundente, físico de funcionario del INEM no necesitaba tecnología, ni pinganillos, ni VAR, ni “revisión silenciosa” tras los cristales, ni línea de gol. Solo un silbato que parecía tener más poder que el propio balón, un reloj Casio (el que tenía esa tecnología punta) y un criterio firme.
Eran jueces, no influencers. Bastaba una ceja arqueada para que hasta el delantero más bravo recordara súbitamente su educación. Que si dictaban sentencia no había derecho a apelación, incluso si te sacaban tarjeta, no hacía falta mirar de qué color era; sabías que habías pecado y debías aceptar la penitencia.
Lo único que manejaban con solvencia infinita era su autoridad divina y una fe inquebrantable en su propio criterio, aunque se equivocaran a tres metros de distancia y medio estadio le gritara “¡ladrón!”.
AHORA
Los árbitros ya no son “los de negro”, se les trata de “tú” (“Arbi, ¿No ves que fue falta?”), son tecnólogos grafiteros, vestidos de colores fosforito, con pinganillos, relojes inteligentes, espuma mágica y un ejército de asistentes, GPS y micrófonos.
Parecen más el personal técnico de un festival de música que jueces deportivos.
Y, claro, siendo así, donde antes solo había que preocuparse de que el portero no vistiera igual que el equipo contrario, ahora, además, hay que mirar que los árbitros no coincidan con nadie.
Porque si el colegiado se pone de azul eléctrico y el portero también, el caos cromático está servido. Ya no basta con evitar confusiones entre equipos: hay que coordinar paletas de color con la UEFA y el decorador de vestuario.
ANTES
Había un árbitro principal y 2 linieres. Y todos ellos formaban el trío arbitral. No había más que objetar: 1 + 2 = 3.
AHORA
Tenemos árbitro principal, asistentes, cuarto árbitro (el pobre, que parece el becario de la justicia, una especie de embajador entre el banquillo y la paciencia del técnico, un segurata-cuidador de que nadie se salga del área técnica), árbitro del VAR, asistente del VAR, operador del VAR…
En cualquier momento esperas que aparezca un árbitro del VAR, por si acaso el primero no ha tenido la iluminación necesaria para decidir si una uña estaba en fuera de juego.
ANTES, si el linier levantaba la bandera, se acababa la discusión.
AHORA, si el VAR tarda más de dos minutos en decidir, el estadio entero se convierte en un comité de expertos en geometría y fotogrametría. Que si el hombro está adelantado 3 milímetros, que si el píxel está mal calibrado…
Antes se gritaba “¡fuera de juego, ciego!”, y ahora “¡ajusta la línea, inútil!”.
ANTES
Los árbitros de antes no necesitaban gimnasio. Corrían lo justo, señalaban lo necesario y, si un jugador protestaba demasiado, lo ponían firme con mirada de madre cabreada cuando pronuncia tu nombre completo.
AHORA
En cambio, los ves en mangas ajustadas, casi envasadas al vacío, con GPS en la espalda y estadísticas de rendimiento. Eso sí, siguen sin ver los penaltis claros, pero ahora tienen un equipo de cámaras 4K para confirmarlo… con retraso.
ANTES
Las barreras las marcaba la zancada del colegiado. Porque, aunque parezca mentira, la distancia de la barrera sigue sin depender del reglamento y sí de la longitud del paso del árbitro: los hay de zancada de velocista que parecen que están disputando la final olímpica de triple salto y que te mandan la barrera a la grada, y otros con pasitos de Chiquito de la Calzada (“fistro, peaso de barrera sesual…”) que te la dejan a medio metro.
A continuación, el árbitro gritaba “¡atrás, la barrera!” y los jugadores obedecían más o menos, con esa picaresca tan ibérica de ir avanzando a pasitos disimulados.
AHORA
Y no olvidemos el spray, ese invento tan simple como revelador de nuestra época. Hoy en día, el árbitro lo saca, hace las mismas zancadas tecnológicas que antaño eran analógicas, traza una línea blanca en el césped, y de pronto el fútbol parece una clase de educación infantil con pintura lavable.
Es el símbolo perfecto de la modernidad: necesitamos dibujar líneas para que la gente se comporte.
Geometría subjetiva al servicio del juego.
ANTES
No había VAR. Cuando el árbitro pitaba el final, ahí se acababa todo. Nadie se iba al monitor, nadie analizaba el segundo exacto.
Se discutía en el BAR, no en la cabina del VAR y siempre con una caña o un cubata en la mano. ¡Qué tiempos aquellos en los que el fuera de juego se decidía a ojo y nadie se ponía a medir con precisión quirúrgica!
AHORA
El VAR, por cierto, dicen que es la joya de la corona del fútbol moderno: una máquina que debía traer justicia pero que, como todo lo humano, trajo más discusiones.
Ahora el BAR se ha metido en el VAR (dentro del campo) y te saca líneas rojas, azules y verdes para demostrar que efectivamente el jugador tenía el sobaco adelantado medio centímetro.
Así, el fútbol tiene más repeticiones que una serie de Netflix y más suspense que un descanso de las películas de Antena 3.
En resumen: antes los árbitros se equivocaban con estilo; ahora, con tecnología.
El error sigue siendo humano, pero ahora tiene patrocinador, gráficos y cámara súper lenta.
Reflexiones en voz alta
(las que todos gritamos desde la grada) que habría que mirar. Ahí lo dejo…
¿Por qué los linieres nunca miran cuando el portero saca por arriba?
-Siempre recoge el balón dentro del área, da dos pasos, saliendo con él en la mano y lo lanza con el pie… claramente fuera. Pero nadie dice nada. ¿Será que la tecnología del VAR no cubre los lanzamientos orbitales?
¿Por qué no se usa la tecnología para que la barrera esté a la distancia exacta?
-Hay barreras más cercanas que el barman de un pub cuando le pides un GinTonic de noche y, sin embargo, en otras, distingues al contrario en la lejanía sólo porque está de pie, hay muchos juntos y tienen camisetas de color distinto a la tuya.
¿Y los penaltis en los córners?
-Se reparten abrazos, empujones y hasta clases de judo. Pero si el árbitro pita algo, es a favor del defensa, aunque el delantero solo haya soplado al cogote.
El nivel de amonestación verbal sucede muchas veces (“Fulano, como le vuelvas a garrar, pito penalti”). Y tras ese pellizco de monja, el defensa agarra al delantero, lo zarandea y casi se lo lleva para casa cual muñeco de peluche.
¿Por qué las faltas se pitan en función de la envergadura del contrario?
-Si el delantero es un espagueti tirillas (incluso “piscinero”), basta la intención; si es un armario empotrado, para pitar falta hay que empujarlo, agarrarlo, romperle la camiseta, tirarlo al suelo y casi suicidarlo.
EN FIN
Antes, el árbitro mandaba; ahora, consulta.
–Los árbitros de hoy ya no imponen respeto; gestionan conflictos, median emociones y consultan pantallas.
–Antes eran jueces; ahora son gestores de realidad aumentada. Y, aunque tienen más ayuda que nunca, da la sensación de que se equivocan igual o más.
Quizás porque antes el error era humano y ahora es tecnológico.
Y lo que duele más: si ya hemos puesto cámaras, drones y sensores, ¿cómo es posible que sigamos discutiendo si fue penalti?
Al final, lo que ha cambiado no es tanto el árbitro como nosotros. Antes aceptábamos que el fútbol era un juego con margen de error, con emoción, con injusticia incluso.
Ahora queremos que la máquina nos diga la verdad absoluta, como si el fútbol fuera un laboratorio de física en lugar de una epopeya de pasiones humanas.
Antes, el árbitro se equivocaba con autoridad; hoy, con asistencia en alta definición.
—¡Árbitro, estás ciego!—
-Y así, antes se le insultaba diciendo que era un inútil
–hoy se le insulta esperando que el VAR nos dé la razón. Y eso, amigo mío, es el progreso en estado puro: seguimos quejándonos igual, pero ahora con más tecnología.
Solo que ahora todo lo escuchan el cuarto asistente, el del VAR, el asistente del VAR y hasta el satélite en Chequia que retransmite el partido en 4K.
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Consultor empresarial.
Germánico en organización, perseverante en las metas, pragmático en soluciones y latino en la vida personal.
¿Y por qué no?