
La defensa también se escribe con estrategia pues a veces, lo importante no es lo que se dice, sino cómo se responde.
Hace unas semanas, Santa Bárbara Sistemas recibió un intento de absorción por parte de Indra. Pero no una oferta cualquiera. Fue una maniobra apresurada, sin tacto ni consenso, lanzada —dicen desde dentro— a las bravas.
Una jugada que no parecía tener como objetivo la integración industrial, sino algo más cercano al control político de un activo estratégico.La respuesta de Santa Bárbara fue, cuanto menos, significativa. No hubo confrontación. No hubo ruido. Hubo propuesta. Una mano tendida.
La empresa no contraatacó: propuso colaborar. Invitar a Indra y al propio Gobierno a construir, desde Asturias, una plataforma tecnológica de defensa al servicio de la OTAN y la Unión Europea. Lo que se dice: transformar una amenaza en una oportunidad.
No fue debilidad. Fue madurez. La madurez de quien conoce su valor, y lo ejerce sin aspavientos. La de una empresa que lleva más de medio siglo ensamblando cañones, obuses, vehículos y saber hacer. Una industria que, por historia y por mérito, reclama su sitio. Sin estridencias, pero con firmeza.
Una privatización con sentido de Estado
Los que hoy ven en Santa Bárbara una víctima del capitalismo olvidan que, hace no tanto, fue una víctima del abandono estatal.
A finales de los noventa, la empresa acumulaba pérdidas, ineficiencia y plantas obsoletas. Lo público no garantizaba ni empleo ni sostenibilidad.
Fue el Gobierno de José María Aznar quien tomó la decisión difícil: abrir un proceso de privatización. Público, competitivo, exigente. Y fue General Dynamics quien presentó la mejor oferta: más tecnología, más inversión, más compromiso con la plantilla. Lo demás está documentado.
De la fábrica de Trubia al contrato del Leopard 2E, de los primeros blindados nacionales al desarrollo de sistemas de combate que hoy exportan a media Europa. Santa Bárbara no fue desmantelada. Fue modernizada. No se perdió. Se salvó. Y conviene recordarlo.
Porque cuando se repiten demasiado ciertas consignas —que lo público es siempre bueno, que lo privado sólo busca beneficio— uno corre el riesgo de olvidar los hechos.
Lo que se refuerza no se destruye
Europa vive un momento crucial. Las guerras ya no son solo lejanas, y la necesidad de una defensa común, sólida y eficaz es más real que nunca. España necesita, como el resto del continente, una industria militar robusta. Pero sobre todo, coordinada.
Y ahí está la clave. Reforzar no es controlar. Coordinar no es colonizar. Porque el problema de fondo no es industrial. Es político.
Lo que se vende como la creación de un “campeón nacional” es, en realidad, el intento de consolidar un poder empresarial paralelo, articulado desde Moncloa y camuflado tras fichajes estratégicos —como el de Carmen Pérez, excomunicadora de Sánchez, ahora directora de comunicación de Indra—. No se trata de fortalecer la defensa. Se trata de centralizar el relato. De construir un músculo económico que no dependa del Parlamento, sino del entorno presidencial.
Frente a eso, Santa Bárbara plantea otra vía: la colaboración entre actores consolidados, la defensa como bien común, no como botín político.
Y eso, precisamente eso, es lo que merece ser escuchado. Sin levantar la voz, pero sin bajar la guardia. Santa Bárbara no se deja comprar. Ni se deja arrastrar.
Procede hacer lo que hacen los que tienen memoria larga y visión larga: Hablar con hechos, responder con ideas y recordarnos que hay empresas que no solo producen acero. También producen confianza.Y eso —aunque a veces cueste decirlo en voz alta— es lo que más falta nos hace.
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Español e hispanófilo. Comprometido con el renacer de España y con la máxima del pensamiento para la acción y con la acción para repensar. Católico no creyente, seguidor del materialismo filosófico de Gustavo Bueno y de todas las aportaciones de economistas, politólogos y otros estudiosos de la realidad. Licenciado en Historia por la Universidad de Oviedo y en Ciencias Políticas por la UNED