Tras los pactos valencianos entre PP y Vox, a Feijóo, cuya labor anti-Vox en Galicia le ha salido rentable, se le saltaron las alarmas y lanzó el mensaje de que “hay que reconducir los pactos posteriores al 28 de mayo. Pensó (ya mal pensado) que la cercanía de Vox le perjudicaba y todo ello, alzado en brazos de los sectores más pro globalismo, pro ideología de género y de otros pro que anidan en su PP.

Pero no, se ha dado cuenta de que el choque de trenes con Vox resta votos tanto al PP como a Vox. También Abascal ha ofrecido matices.

Se trata de un choque que no sólo rechaza el electorado, como admitió el propio Feijóo cuando dijo que “hay desconcierto entre los votantes”, sino que sitúa en una posición muy difícil al presidente del PP de cara a una futura negociación con Vox tras el 23-J, cuando una de sus líderes autonómicas ha insinuado que se trata de un partido machista, homófobo y racista.

Mas la acción discordante proviene de Diego Canga, cuyo discurso mantiene que Vox debe quedar fuera de todo (por que recibió los elogios de Adrián Barbón) y llegó a esbozar una mano tendida al presidente regional.

¿Qué le ocurre a Diego Canga? Sus claves son un henchido orgullo personalista de enarbolar como máximos exponentes de su inflado criterio los dos lugares de donde proviene: la Europa del consenso socialdemócrata-democristiano y, además, su adscripción originaria a la iniciativa Compromiso Asturias XXI cuyos componentes, más o menos elitistas, promueven iniciativas económicas inspiradas en la colaboración de los dos grandes partidos.

Un pie cambiado que Canga mantiene tozudamente y le ciega sobre lo que hay delante de sus ojos: que Vox existe y que está para quedarse, que los votantes del PP quieren pactos con Vox para expulsar a Pedro Sánchez del gobierno y que la realidad de las políticas de Adrián Barbón, así como de las que provienen de Europa, ni son tan buenas ni son tan benéficas.