El traje le queda ya muy ancho. No rellena el espacio de mentiras que ha dicho. No completa la ropa impostada que aparentaba de seda y hoy se ve ya de plástico viejo y desgastado. Y no hablo del traje de presidente, sino de las ropas de mandatario, mandarín o mandoble de la “derechona” con el que se vistió estos últimos años. El de presidente nunca le hubiera quedado bien.

Nervioso, sin más discurso que el suyo de plástico, el que parecía de seda, con su sobado feminismo y aún más sobado progresismo. ¿Progresismo de qué? ¿En qué progresan estos progresistas? se pregunta siempre un buen periodista y amigo.

Se aferra también a una exigua recuperación económica que no es tal y que llega a cuentagotas con dopaje europeo y con un endeudamiento público sin precedentes: el hambre de mañana que pagará la factura del pan de hoy. Eso sí, ese pan que es solo para las arcas del Estado, y unas arcas que solo utilizó para el Falcon, para campañas publicitarias, para innumerables ministerios, para compras de votos y para, prometiendo y no cumpliendo, favorecer a los peores.

En el duelo dialéctico, muy airado, el falso emperador se mostró nervioso y a la zaga de la iniciativa que marcó el aspirante popular, más sosegado y menos a la defensiva. El aspirante tenía fuelle suficiente con los pocos argumentos políticos que, a estas alturas, le quedan ya a Sánchez. No es que el personaje haya dejado de ser el hábil y arrogante que fue, no.

Simplemente es que en su habilidad y arrogancia consumió la pólvora que da el cargo, contra toda sensatez estratégica, en asuntos que no interesan a los españoles, en muchos que los empobrecen y en otros que los enojan. Y mintió mucho, mucho, mucho. Claro, tanto en tan poco tiempo, hace que la estrellita de Feijóo, inteligente y con poco brillo, haya hecho temblar a quien ya lo ve todo perdido y no le quedan conejos en el sombrero.

Lo del documento que el popular le puso delante para el manido asunto de la lista más votada fue efectista y, por tanto, televisivamente efectivo. Un farol que todos saben que lo es, pero que produce la tensión real e inevitable de aceptarlo (malo), rechazarlo (malo) o ignorarlo.

Lo último es lo que lógicamente decidió el ínclito porque queda como menos dañino, aunque demostró con ello ante toda España su malestar y nerviosismo, su intolerancia y sectarismo, y, sobre todo, que si ganara en votos y gobernara, seguiría con Bildu, la Esquerra, la Yolanda y todo lo demás.

Lo dicho, Sánchez, la persona, sigue siendo el mismo; pero Sánchez, el presidente, ya no tiene recursos políticos. El hombre de los volantazos, el que nunca pactaría con Bildu y pactó, el que nunca indultaría a políticos y los indultó, el que nunca gobernaría con Podemos y lo hizo, ha bloqueado su propio volante.