Muchos recordarán la famosa fábula de Esopo de la cigarra y la hormiga. En mis tiempos infantiles se usaba con fines educativos para ilustrar la diferencia entre ser una persona activa y trabajadora o un zángano ocioso. Desconozco si ahora se cuenta en los colegios, pero viendo lo que ocurre, mucho temo que no. O sí se cuenta, pero no logra calar su mensaje.

Para los que no la conozcan, en la fábula se narra que mientras la hormiga pasa el verano trabajando y preparando el invierno, la despreocupada cigarra se lo pasa cantando y bailando, a pesar de las advertencias de la hormiga. Cuando llegan los malos tiempos, la cigarra ve que no tiene recursos para afrontar lo que viene y acude a la hormiga, que gracias a su trabajo tiene lo que necesita, aunque no tanto como para encargarse de una boca más. La cigarra queda abandonada a su suerte.

Esopo nació hacia el año 600 antes de Cristo. Como se puede observar, el cuento es más que viejo. Y aún así seguimos sin aprender su moraleja.

Sucesivos gobiernos de nuestro país gastaron y gastan, haciendo crecer la deuda nacional sin tasa ni límite, dilapidando recursos en políticas de dudosa utilidad en lugar gobernar como cualquier ama de casa haría, gastando menos de lo que se ingresa.

La cuestión es tan fácil de entender que asombra que llevemos tantos años en España, con gobiernos de uno y otro signo, generando y aumentando deuda, y aún no hemos quebrado. Siendo tan rico como es este país, si estuviera bien administrado, ¿hasta dónde podríamos llegar?

Por acotar algunas fechas y datos, entre junio de 2009 hasta mayo de 2023, la deuda pública española escaló desde unos exagerados 400.000 Millones de euros hasta los demenciales 1.550.000 Millones de euros. Billón y medio de euros. Como dijo Zapatero “el infinito no cabe en nuestra cabeza”, ni semejantes cifras en la pantalla de la calculadora. Y así estamos, esperando ese “maná” que viene de Europa, Next Generation, que también se fundió y los que nos lo dieron aún están esperando las explicaciones de en qué.

Pues bien, en la campaña electoral a la que acabamos de asistir, ni vi ni escuché a ningún dirigente de ningún partido hablar de este asunto. Ninguna solución. Ninguna propuesta de mejora.

Estaban más preocupados en demostrar que si uno mentía mucho y el otro más, o en oponer posiciones ideológicas y así sentar la base de que el agua y el aceite no se pueden mezclar y que al enemigo, ni agua”, y aunque se pudiera lograr una base de entendimiento en cuestiones básicas, no se puede pactar ni negociar nada con el contrario. O en aparentar apoyo a minorías, siempre desde el postureo y lo “políticamente correcto”, aunque luego se demuestre que lo que se gasta en eso, no produce beneficio alguno ni cambia nada.

¿No aprendemos? Y llega el 23 de junio, votamos en las elecciones y ¿a quien elegimos? A la cigarra. Por supuesto. No me cabía duda.