La fatal arrogancia es el rasgo que los socialistas de todos los partidos padecen cuando aspiran a diseñar la vida personal de los ciudadanos. Para lograr su objetivo empiezan por socializar la economía pues limitando el derecho de propiedad, limitan, y mucho, la libertad. En Vox, la facción que va ganando poder es socializante. Su socialismo es de inspiración religiosa, nacional o de cualquier otra raíz. Da lo mismo la inspiración que una mala política tenga. Siempre será mala. Esta cita de Hayek es para enmarcar y reflexionar:

“La relativa facilidad con que un joven comunista puede convertirse en un nazi, o viceversa, se conocía muy bien en Alemania, y mejor que nadie lo sabían los propagandistas de ambos partidos. Muchos profesores de universidad británicos han visto en la década de 1930 retornar del continente a estudiantes ingleses y americanos que no sabían si eran comunistas o nazis, pero estaban seguros de odiar la civilización liberal occidental.” (Friedrich A. Hayek, premio Nobel de economía 1974, en Camino de servidumbre).

Dios da ojos a quienes no quieren ver demasiadas veces y Vox, el partido donde sus coloraciones más liberales han sido las más eficaces y distintivas de todas las que presentaba, que eran varias, aunque resumibles en dos, se ha quedado ciego.

Se pudo ver desde el principio que ambas almas, como se da en llamar lo que Vox tenía dentro, tenían ideas a la postre incompatibles. Coincidieron en cuestiones básicas como dar el frenazo a la locura del feminismo radical que va más allá de la igualdad para construir una nueva desigualdad; alzar la voz contra la mística disfrazada de ciencia que el ecologismo, política y mediáticamente bendecido, lanza contra la propia condición humana; o frenar el minado de la familia y de la natalidad, aborto incluido. Pero poco más. Unas señas de identidad que no podían ocultar otras diferencias.

Cuando un partido toma decisiones erróneas una y otra vez, decía Nietzsche, es que está gravemente enfermo, quizá de muerte. Y Vox acudió a las elecciones del 23 de julio habiendo depurado de sus listas a muchos y muy brillantes representantes de la línea liberal.

Y este es el primer error. Mas aún peor que eso es que, habiéndose demostrado un fracaso tal purga, los cabezas pensantes de esa limpieza ideológica y personal, sean los que se alcen con todo el poder dentro del partido. Así que es de esperar que a estos dos errores les seguirán otros más en una carrera segura hacia la irrelevancia. Ya es que ni darán miedo.

En Vox no sólo Espinosa de los Monteros, Sánchez del Real y otros proyectaban una imagen algo más coherente con las ideas de libertad. En un plano más discreto, pero, para mí más decisivo, estuvo Rubén Manso, artífice del programa económico más liberal jamás propuesto en España por un partido con cierta relevancia. Y no se confundan los colectivistas de ambos lados del espectro político.

Solo con impuestos bajos, libertad de empresa, propiedad privada inviolable y comercio abierto, prosperan los ciudadanos. Y si los ciudadanos prosperan los políticos pueden exprimirles jugosamente durante un tiempo, irónicamente, hasta que vuelven a empobrecerlos. Lo malo de que individuos y familias prosperen y tengan propiedades, es que le cogen el gusto a esas bases de libertad y luego obedecen mal.

Como el mismo Manso dijo en su carta crítica publicada en Vozpópuli tras la salida de Espinosa:

Y lo que hay que hacer es parar, primero, y reducir, después, el Estado hasta fijarlo en lo que son sus funciones, porque más allá de ellas se convierte en un obeso gigante de apetito desenfrenado que devora a quien tiene que servir: la vida, la libertad individual y la propiedad.

Donde van los liberales aportan ideas de libertad. No siempre aciertan en el cómo aportarlas porque infalible solo lo es el Santo Padre y eso, según quién hable del dogma en cuestión y cómo lo haga. Y en Vox la facción antiliberal sufrió de impaciencia y ambición de dominio como no puede ser de otra manera en quienes promueven la primacía de lo colectivo, lo gris, lo uniforme, el mando y la coacción.

Una impaciencia por copar puestos de poder y ningunear a quienes trabajaron sin las manipulaciones que en quienes creen en la libertad individual no se dan, si profesan esa fe en la libertad de manera sincera. Decía el insigne economista L.V. Mises (mentor del autor de la cita de arriba) que no se puede esperar demasiado que los hombres buenos ocupen los puestos de poder porque por definición, los hombres buenos no quieren dirigir la vida de los demás.

El resultado es que los partidarios de un programa económico socializante van ganado la batalla en Vox. Han fracasado recientemente y se buscarán un autoencierro mediante la clausura de las mentes libres. Aún quedan de estas en Vox aunque tienen cuesta arriba volver a influir. Los próximos meses serán importantes para ver cómo evolucionan. Pero si los que van venciendo lo hacen definitivamente, como es previsible, que disfruten de su mal ganada y subjetiva sensación de dominio.