Por Libre

A los mal llamados progresistas, que no dejan de ser una clase degenerada de capitalistas neoliberales, con la principal característica diferenciadora de que el capital fluye en este caso en una única dirección (esa que va desde los bolsillos de los demás al propio), siempre se les ha llenado la boca a cerca de las bondades de sus políticas sociales, en favor de esos que denominan los más desfavorecidos, quienes no pocas veces viven mejor que los más favorecidos, a costa de subvenciones y más subvenciones. #tatopago.

Ya se sabe que la generosidad de estos en realidad ‘pijiprogres’, es mayúscula cuando los cuartos son de índole estatal (en algunos casos esta arrogancia económica les hace quedarse con un porcentaje del montante total, que creen merecerse). Otro gallo canta, pero no tres veces, si ni siquiera son tercios en lugar de cuartos y estos lo son a nivel particular. ¡Ríanse ustedes de Tío Gilito! 

Sea como fuere, esas supuestas políticas sociales, “casualmente” van dirigidas siempre a los mismos, sean personas o chiringuitos varios, como podría ser en este segundo supuesto el de una figurada Asociación de Amigos de los Ajeno (A.A.A).

Pero raramente, por no decir nunca, ese dinero, que no es ni mucho menos el chocolate del loro (el del moro sí que les gusta), acaba beneficiando a quien de verdad lo necesitaría, bien de manera directa, bien a través de servicios administrativos, que puedan mejorar su maltrecha calidad de vida. Ese tan cacareado Estado del Bienestar, aunque para ‘bien estar’, están ellos.

En este grupo de personas dejadas de la mano de Dios, no de D10S, cabría situar a una amplia mayoría de nuestros mayores. Esas personas que con su trabajo, con su capacidad de sufrimiento y también de ahorro cual hormiguitas frente a las cigarras progres, lograron hacer de esta piel de toro lo que fue, pero que se encuentran a cambio, como premio a esta entrega, con lo que tristemente ahora es.

 ¿Cuál es el motivo o quién ha sido el fatal ideólogo, para crear esta sucia sociedad, donde quienes no estén a la última en materia tecnológica y digital, se queda más en fuera de juego de lo que lo hace un pésimo delantero? ¿Cómo es posible que tanto a nivel de Administración (con la Iglesia hemos topado, aunque ya quisiera el ente público parecerse mínimamente a ella, en lo que es gestión de recursos y atención para con los suyos), como en la en ocasiones con toda la razón, denostada banca, los mayores han de tener poco menos que un máster en TI, para poder acceder a sus servicios o productos?

¿Acaso quienes más contribuyen con sus pensiones (veremos hasta cuándo garantizadas), merecen el trato vejatorio con el que en no pocas ocasiones se les ‘obsequia’? ¿Personas más cercanas a las 90 primaveras que a los 80 otoños, han de tener conocimientos de lo que es una App de la banca (siguiendo con el ejemplo), cuando a duras penas consiguen arrancar un ordenador (no digamos un móvil), dando por supuesto además que tienen acceso a la pérfida Internet?

¿Han de acogerse a la buena voluntad, por no llamarla triste caridad, cuántas veces interesada, de hijos, sobrinos, nietos o de algún amigo ‘que sabe de ordenadores’? ¡Venga ya!

Urge un gobierno que cuide de estas personas que han dado hasta la penúltima gota de sangre, sudor y lágrimas, porque la última quiera Dios que aún les quede muy alejada en el tiempo. Esta es la diferencia entre una sociedad de verdad y una de chicha y nabo. ¿Estamos o no?  Hasta entonces, decididamente este no es un país para viejos. Casi que no lo es ni para los más jóvenes…